Las misas del coronel Buendía
Mientras confeccionaba pescaditos de oro en su taller de Macondo, al coronel Aureliano Buendía se le oyó decir: “La única diferencia actual entre liberales y conservadores es que los liberales van a misa de cinco y los conservadores van a misa de ocho”.
Es muy seguro que si el protagonista de Cien años de soledad, la gran obra de García Márquez, viviese su desencanto en la España de 2014 se encontraría con una amplia masa de ciudadanos con opinión parecida. Ciudadanos los que cada día les resulta más difícil percibir donde está la línea roja que separa lo que es la derecha centrada (o sea, el PP) de lo que es la moderada socialdemocracia (o sea, el PSOE).
La crisis económica planteó la oportunidad de ver cómo la encaraban los distintos gobiernos europeos en función de su color político (conservador o socialdemócrata). Lo cierto es que, además de otras cuestiones de índole no menor, se impuso ese paquete de medidas que, para comodidad del auditorio, englobamos con la palabra austeridad. Una solución al gusto del gran capitalismo financiero y del neoliberalismo rampante de una derecha que impone su criterio hegemónico a todo el continente desde los pasillos de Bruselas (y de Berlín, claro).
La austeridad la han aplicado todos, lo mismo conservadores que socialistas, como es el caso del gobierno de Zapatero. Hasta el ejecutivo socialista francés, la última esperanza de contar con un modelo alternativo, se ha plegado a las directrices de la austeridad. Un catecismo que nos ha llevado a dónde nos ha llevado y que muchas veces esconde puras medidas privatizadoras, innecesarias pero presentadas como “inevitables”.
Una de las consecuencias de largo alcance de esta confluencia de políticas es que ha difuminado todavía más el mensaje conservador del progresista, cuando menos en política económica, que no es poco. Para liar más al europeo de a pie, en Alemania han formado gobierno de coalición derecha-izquierda merced a una pulida tradición de concertación y sin grandes traumas en el escenario político.
En vísperas de las elecciones al Parlamento europeo, todo el mundo se ha apresurado a “diferenciar” su mensaje. El PSOE, como toda la socialdemocracia del continente, lo tiene muy difícil. Debates pobres y de corte doméstico como el protagonizado por Valenciano y Cañete ayudan poco al electorado confuso. Y si el mismísmo jarrón chino Felipe González se mueve de su rincón para abrir debate –inoportunamente (como él mismo reconoce)– sobre un posible gobierno de coalición PP-PSOE en España, el votante socialista cabreado migrará a otras formaciones de la izquierda –porque el de la derecha no se inmuta con estas cosas– o se quedará en casa.
Los debates deberían servir para eso. Para discutir políticas diferenciadas en las cosas que importan y facilitar la elección de los votantes. Y si algo importa en España en este momento son las políticas económicas y de empleo que se aplican bajo la batuta de la UE. Lástima de debates estériles, acartonados y soporíferos. Ayudan bien poco a hacer Europa cuando más se necesita.
Difícil plantear alternativas si los dos grandes modelos que se confrontan en las urnas oyen las mismas misas de la santísima trinidad (Comisión Europea, Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional) con la única diferencia de la hora.
Ya lo advertía el coronel Aureliano Buendía mientras engarzaba sus pescaditos de oro en su taller de Macondo.