Las malas artes de la desobediencia civil en Cataluña

El modelo de desobediencia civil independentista se caracteriza por dos peculiaridades: desfase teórico y teatralidad

El independentismo catalán reivindica la desobediencia civil sin saber qué es la desobediencia civil. Aunque, también es posible que sí lo sepa, pero prescinda de ello –cinismo y oportunismo políticos– para diseñar una desobediencia civil a la carta.

La desobediencia civil del independentismo catalán nada tiene que ver con la desobediencia civil: en lugar de impugnar una ley o decisión administrativa o jurídica, que entiende no ajustada a derecho –eso es la desobediencia civil–, impugna, tout court, el marco político y jurídico democrático que toma cuerpo en la Constitución.

El independentismo catalán olvida que la desobediencia civil apela a la legalidad constitucional para enmendar o derogar –si ha lugar– lo que se tercie. Incluso, la propia Constitución. Pero, siempre de acuerdo a lo establecido en la misma. Más: la desobediencia respeta a la autoridad y acata las sanciones derivadas de dicha desobediencia.

Ítem más: la desobediencia civil “institucional” que predica el independentismo catalán es una contradicción en los términos si tenemos en cuenta que –según la teoría y la práctica de la desobediencia civil– las instituciones no desobedecen, sino que cumplen y hacen cumplir la ley.

Novedad en el frente: asegura la portavoz del ejecutivo secesionista que la Generalitat no practicará la desobediencia institucional. La cosa causa extrañeza si tenemos en cuenta que el independentismo gobernante se caracteriza por el sistemático afán de quebrar el Estado de derecho. ¿Y cómo interpretar las palabras de Quim Torra –apretad, apretad– que habla de “no desbaratar el sueño de la República catalana”?

En cualquier caso, la desobediencia civil propugnada por el independentismo catalán es una rebeldía incivil. Rebeldía, porque incumple la obediencia debida al orden constitucional. Incivil, por su grosería y falta de respeto a las instituciones.

Una rebeldía incivil que, además de confirmar la tradicional deslealtad del independentismo catalán, así como la victimización del movimiento secesionista y la criminalización del Estado, podría conducir, de nuevo –“lo volveremos a hacer”, aseguran– a otro golpe a la democracia.

De la teoría a la práctica, el modelo de desobediencia civil independentista se caracteriza por dos peculiaridades: desfase teórico y teatralidad.

EL DESFASE TEÓRICO

En primer lugar, por inspirarse en activistas como Henry David Thoreau, Mahatma Gandhi o Martin Luther King y soslayar pensadores de referencia como Hannah Arendt, John Rawls o Jürgen Habermas. ¿Por qué? Quizá, por desconocimiento. Y con seguridad, porque al independentismo no le gusta lo que dicen estos autores.

En primer lugar, no le gusta que la desobediencia civil acepte la autoridad establecida y la legitimidad de las leyes (Hannah Arendt, Desobediencia civil, 1970), que asuma y acate el orden constitucional (John Rawls, Teoría de la Justicia, 1971)) y se desarrolle en el marco del Estado de derecho democrático reconociendo los fundamentos constitucionales (Jürgen Habermas, Facticidad y validez, 1992).

En segundo lugar, no le gusta que la desobediencia civil tome como ejemplos modelos que nada tienen que ver con el “proceso” como la independencia de la India, la huelga de brazos caídos en Michigan de 1930, el conflicto racial en los Estados Unidos durante los 60, la Serbia de Milosevic, la primavera árabe, el Occupy Wall Street o las reivindicaciones del movimiento gay y el ecologismo ante el cambio climático.

LA TEATRALIDAD

La teatralidad de la rebeldía incivil del independentismo catalán se percibe en el cumplimiento de muchas de las 198 medidas recomendadas por el politólogo estadounidense Gene Sharp –un referente del movimiento secesionista– en Lucha política no violenta (1973) y De la dictadura a la democracia (2013).

Por ejemplo, entre otras: discursos y panfletos, control de la información, manipulación de la consciencia, protestas, chistes, canciones, silbidos, marchas, procesiones, listas negras o control del espacio público.

La teatralidad se percibe igualmente en el comportamiento mimético que quiere poner en práctica la teoría –otro referente del independentismo catalán- que Mark Engler y Paul Engler relatan en su Manual de desobediencia civil (2016). Por cierto: ¿por qué la edición catalana del libro no se titula como la inglesa: Esto es un levantamiento?

Estamos frente a las malas artes de la desobediencia civil independentista en Cataluña

El libro: hay que buscar –vía organizaciones de base– el impulso y el impacto de unos torbellinos o movilizaciones multitudinarias que puedan hacer posible y deseable lo que parece imposible, inviable y no deseable.

Vale decir que el torbellino –disciplina, protesta generalizada, desobediencia, ocupaciones, boicot, bloqueo, política de comunicación, control de los agentes provocadores– ha de perturbar el ambiente. Y para ello necesita la confrontación que acelere el conflicto. De ahí, que los autores hablen del Plan C, es decir, del Plan Confrontación.

De los hermanos Mark y Paul Engler a los políticos catalanes. De la prensa: “Torra llama a la ‘confrontación con el Estado’ ”.

Volvamos al texto de los hermanos Mark Engler y Paul Engler: “el Plan C es una de las fuerzas más influyentes del mundo actual: el arte de la revuelta desarmada… una estrategia para la confrontación” por la vía de la “no violencia” que “no es pasiva”.

Si tenemos en cuenta la concepción errónea de la desobediencia civil del independentismo –y que una parte de la “confrontación” poco tiene que ver con la no violencia (sabotajes, quema de contenedores, lanzamiento de vallas y otros objetos voladores)–, no estamos ante el arte de la desobediencia civil de Mark y Paul Engler, sino frente a las malas artes de la desobediencia civil independentista en Cataluña.

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