Las limitaciones de la política de laboratorio
El Plan 2050 no es más que una estrategia de marketing, un juego de manos con el que despistarnos mientras, por detrás, se llevan a cabo los verdaderos tejemanejes del Gobierno
Una de las diferencias entre las tradiciones literarias anglosajona y española es que en la primera abundan los seres mágicos, monstruos imaginarios y espíritus de ultratumba, mientras que en la nuestra, incluso los personajes de ficción son tan reales y cotidianos, que parecen sacados del diario de un notario con veleidades narrativas. Que esta manera de escribir novelas haya influido en nuestra manera de ser, o que sea al revés, forma parte del jardín de la metafísica, en el que evitaremos hollar.
Aún así, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que somos más dados al realismo que a la fantasía, y que nos encontramos más cómodos con el realismo racional de los personajes comunes y corrientes, que con la épica mágica de héroes de ficción.
Por eso nuestro disfrute de las fantasías de las factorías culturales anglosajonas es inversamente proporcional a esa mezcla de befa y melancolía que despiertan en nosotros los personajes literarios de nuestra factura. Esta idiosincrasia nuestra de pies en tierra es motivo de gran frustración entre los politólogos de nueva generación que se han formado en EEUU.
Ellos, que vuelven a casa cargados de ideas enlatadas que son lugares comunes al otro lado del Atlántico, pero que aquí son estrafalarias, por lo que descubren horrorizados que sus intentos de emplear ‘narratives’, ‘framings’, ‘badwagon’, ‘underdog’, ‘gerry mandering’, ‘dog wisthling’, ‘elephant in the room’, ‘overton windows’ y un largo etcétera de esotéricas conceptualizaciones de importación son recibidos con una mezcla de frialdad y cinismo por la audiencia a la que van destinados, que está por otras cosas, como llegar a fin de mes.
Tal vez por esto no haya cuajado nunca la idea de enhebrar el relato de un «sugestivo proyecto de vida en común», tal y como sugería Ortega, un idealista que quería que los españoles fuésemos alemanes. Pero los españoles somos seguramente el pueblo europeo que menos en serio se toma a sí mismo, precisamente porque nos lo tomamos todo muy a pecho y sin ensoñaciones, por lo que de suyo, no recurrimos a la fabulación para fabricar mitos nacionales que nos inspiren a embarcarnos en viajes transcendentales bien por el Danubio, a lo Heiddeger, bien con rumbo al Ática, a lo Kavafis.
Por eso, es previsible que el lanzamiento de la última ocurrencia monclovita, denominada Plan 2050, se antoja más como una manera de justificar la ocupación y emolumentos del pequeño ejército de salvación que rodea a Pedro Sánchez; algo que cabe describir como un ejercicio de prestidigitación con el que se nos conmina a poner la mirada en una nimiedad ficticia mientras se hacen tejemanejes entre humo, espejos, y sombras chinescas.
En definitiva, una propuesta para una legislatura zombi, que mantendrá entretenida a la prensa, pero al que nadie que deambule más allá del apartado de correos 28071 prestará demasiada atención.
Esta es probablemente una de las razones por las que asesores de tan abultado y artificioso curriculum académico obtienen tan magros resultados tras lograr embaucar a sus clientes para poner en práctica planes y campañas que están pensadas para una sociedad que les gustaría tener; no la que tienen en verdad.
La política cumple una función terapéutica (…) nos sirve tanto de sujeto de nuestras filias como de nuestras fobias
Santi Mondéjar
Estos vanilocuentes politólogos, que tanto se prodigan en los platós de televisión con idéntica palabrería, acaban recordando al fatuo esnobismo del personaje de la canción «Tu vuò fà l’americano» de Renato Carosone: pose, palabrería y frivolidad, como la consistente en coquetear con una reforma semántica de la constitución para la que no se cuentan con los votos necesarios ni con las ganas del respetable.
De ahí que estos especialistas –porque de expertos tienen poco– anden todavía haciéndose cruces ante la victoria de Isabel Díaz Ayuso, o frente al eco de las perogrulladas democráticas de la vieja guardia del PSOE, personajes políticos de estar por casa situados en las antípodas del arquetipo de político de diseño que aparecen en las instrucciones de montaje que usan los modernos prometeos que han aprendido sus artes en los laboratorios de ciencia política de Princeton, Georgetown o Cambridge.
Porque lo que no entienden es que en España, la política cumple una función terapéutica, para lo cual es imprescindible presentar candidatos mundanos y falibles, a modo de muñeco de vudú, que al parecernos tan vulnerables como nosotros mismos, nos sirven tanto como sujeto de nuestras filias, que como objeto de nuestras fobias.