Las lecciones de Gaziel que desprecia el independentismo
Ha comenzado el año que debería ser decisivo para el bloque independentista catalán. El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, ha reiterado que no tiene ningún deseo de ser candidato en unas elecciones al Parlamento catalán, y que trabajará en los próximos meses para celebrar un referéndum ‘legal y vinculante’.
Aunque se esconda y prepare el terreno para los próximos años, también el presidente de Esquerra Republicana, Oriol Junqueras, quiere esa consulta, con la idea, de todo el bloque soberanista, de que existe una oportunidad: la de forzar, con manifestaciones en las calles, tras la más que probable inhabilitación de Artur Mas y de otros ex altos cargos de la Generalitat por la causa del 9N, una situación que obligue al Gobierno español a negociar. ¿Negociar qué? Eso es otra cosa. El paso previo es conseguir ese referéndum.
Las reflexiones sobre cómo se ha establecido en el pasado más reciente esa relación entre el nacionalismo catalán y los gobiernos de España son abundantes. Una de las más lúcidas la escribió Gaziel, Agustí Calvet, en su Història de La Vanguardia, que ha reeditado en 2016 l’Altra Editorial. La narración de su experiencia al frente del rotativo, que acaba con el estallido de la Guerra Civil, en 1936, le posibilita el análisis sobre cómo ha evolucionado Cataluña, que siempre ha pecado, a su juicio, de la falta de una idea que pudiera ser central para todos los catalanes, la falta de «continuidad» en un proyecto concreto, disponiendo para ello, si se consiguiera, de todos los esfuerzos posibles.
Una de las ideas que se olvidan una y otra vez, y que Gaziel reflejó, es que el movimiento identitario catalán conoce muy poco la realidad del conjunto de España. Aunque no se puede olvidar la crítica feroz de Calvet a un modelo de España de «matriz castellana», como recogió en su libro Meditacions en el desert (1946-1953), que imposibilitaba a los catalanes sentirse españoles, se debe resaltar ahora sus lecciones en el libro sobre La Vanguardia: «Una de nuestras fallas, durante el periodo que se acaba con el derrumbe integral en 1939, fue la costumbre de imputar al enemigo secular todos los males que sufríamos, incluso los que de forma manifiesta eran debidos a nuestra deficiencia. (…) «Y Cataluña no seguirá por el buen camino hasta que, con valentía, aprenda a considerar de forma cruda las muy y muy graves (culpas) que le corresponde».
Sin embargo, la lección pertinente de Gaziel llega cuando habla de «telas de araña de sueños, el cierre en lo particular de forma excesiva, y el desconocimiento prácticamente absoluto, fruto de un rudo menosprecio, de todo el resto de la Península Ibérica, donde también perviven, tanto o más que la nuestra, realidades espirituales formidables».
La España contemporánea arrastra algunas de las deficiencias que denunciaba Gaziel, pero también ha cambiado por completo. No así el pensamiento nuclear de una gran parte de ese bloque independentista que no se atreve a plantear una seria rectificación.
Porque, ¿qué quiere esa parte de la sociedad catalana, que no es menor, y que según las diferentes encuestas se encuentra en una situación de casi empate? ¿Soluciones a problemas concretos que se deben solventar, o mantener ese fetiche del referéndum, que, como se ha visto con la resolución del Tribunal Constitucional alemán para el caso de Baviera, no es posible celebrarlo a las bravas, porque en los países rigen las Constituciones aprobadas por el conjunto de sus ciudadanos?
Llega el momento de escuchar a Gaziel, por parte de todos.