Las Españas contra España
¿Para qué la idea de “las Españas”? El propósito no es otro que “reinventar” España sin ningún “cambio de la Constitución”, como quien no quiere la cosa
La izquierda pretende restaurar la idea de “las Españas”. Para –dice– “federalizar” España y “reinventarla” sin ningún “cambio de la Constitución”. ¿Un buena idea? Quizá. ¿Una pésima idea? Quizá. Depende de cuál sea la intención.
Vayamos por partes. Primero, una breve caracterización de “las Españas”. Después, una instantánea de la cuestión y sus perspectivas en la España de hoy.
Las Españas
Conviene saber de qué hablamos cuando hablamos de “las Españas”.
La idea viene de lejos. En concreto –como señala Luis González Antón en España y las Españas, 1997–, el origen se encuentra en el siglo III cuando el emperador Caracalla, para mejor gobernar las provincias del Imperio, parceló la Hispania romana en seis territorios. De ahí, surgió la Diocesis Hispaniarum, bajo la autoridad de un Vicarius Hispaniarum de “las Españas”.
Una división provincial de carácter administrativo que no tenía nada que ver, ni con las diferencias culturales o étnicas, ni con “imposibles consciencias nacionales” (vale decir que la idea moderna de nación surge al socaire de la Revolución francesa). Lo que sí se evidencia es que las Españas resistieron, con “un alto nivel de unidad interna”, el paso de los siglos gracias a la colaboración mutua y los pactos dinásticos.
Las Españas de la izquierda
La restauración de la idea de “las Españas”, ¿para federalizar España? No ha lugar: España ya es, en la práctica, un Estado federalizado como se aprecia en el Título VIII de la Constitución. ¿Una reforma constitucional que perfeccionara el sistema autonómico? De acuerdo. Pero, dicha reforma podría ser restrictiva o amplificadora de competencias en función del interés general. Ejemplo: la República Federal de Alemania.
Más: a la manera de la Ley Fundamental de Bonn –esto es, la Constitución alemana– se podría introducir la “lealtad institucional” y la “coerción federal” que prohíbe y castiga –ilegalización de partidos incluida– cualquier intento secesionista. Esa no parece ser la intención de nuestra izquierda.
De nuevo la pregunta: ¿para qué la idea de “las Españas”? El propósito –como se afirmaba al inicio con una cita de la propia izquierda– no es otro que “reinventar” España sin ningún “cambio de la Constitución”. Subrepticiamente. Disimuladamente. Como quien no quiere la cosa. Pero, se hace.
“Las Españas” de la izquierda o una pésima idea que favorece el privilegio
Datos que anuncian la reinvención de España: concesión de beneficios penales sin merecimiento particular –¡sedición y malversación!– como el indulto o la reforma pro reo del Código Penal, blanqueo de movimientos nacionalistas de nula calidad democrática, incremento de hecho de competencias autonómicas o exclusión de la lengua castellana como vehicular en la escuela.
¿Qué Gobierno abre la puerta a la “dirección del Estado” a quienes se proponen desmantelarlo?
A lo que habría que sumar –de producirse– una reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial –así se debilita la división de poderes– que podría garantizar un nuevo modelo de “las Españas” que quiebra el tradicional al romper el “alto nivel de unidad interna” en beneficio de la nacionalización de algunas Autonomías que, además de distinguir lo “propio” frente a lo “impropio” español, exigen privilegios –por ejemplo, soberanía– como si de derechos inalienables se tratara.
Un detalle que deviene categoría: la petición de Unidas Podemos que insta al Rey a rectificar el discurso del 3 de octubre de 2017 que exigía el cumplimiento del orden constitucional frente a quienes lo socavaban. ¿Quiénes? Precisamente, aquellos que podrían beneficiarse del indulto o la reforma del Código Penal.
Las Españas y España
La idea de “las Españas” de la izquierda puede interpretarse como una maniobra contra la España constitucional que aprovecharía una coyuntura propicia, o propiciaría dicha coyuntura vía polarización y frentismo, para iniciar un proceso deconstituyente –subrepticio o disimulado– en tres fases: 1) devaluación del ordenamiento constitucional, 2) demolición de la Monarquía, y 3) construcción de una República plurinacional.
Primera estación: acoso a la Corona y conquista de las instituciones. La clave de bóveda: el “control” de un Tribunal Constitucional que –sin reformar la Constitución– validaría un conjunto de leyes habilitantes que legalizarían y legitimarían, por decirlo a la manera de Pablo Iglesias, el “asalto al cielo”. Leyes habilitantes que recuerdan a las de los regímenes autoritarios europeos del XIX y el XX.
“Las Españas” de la izquierda o una pésima idea que, apelando a la pluralidad, favorece el privilegio –la soberanía política y fiscal, incluso– de algunas autonomías. ¿Y algo más? ¿Algún referéndum?
Por eso, hay que reivindicar la España autonómica –se admiten reformas– que 1) distribuye –con alguna excepción poco edificante– el poder territorial de manera equitativa, 2) fomenta la convivencia interterritorial y el interés general, 3) favorece la gobernanza/cogobernanza, y 4) acota el poder del Gobierno.
¿Una “lectura integradora” de la Constitución?, como reclama la Presidenta del Congreso de los Diputados. Pues, manos a la obra.
Los Hanbsburgo como ejemplo
Durante el último tercio del XIX, el imperio austrohúngaro fue considerado como una “obra de marquetería en la que cada una de las piezas encaja con muchas otras” (Adolf Fischhof, Austria y las garantías de su existencia, 1869). El resultado: un “Estado de nacionalidades” que respeta el “principio de la igualdad de derecho de los pueblos”. Tal era su prestigio que del mismo se dijo que si no existiera debería inventarse.
La Monarquía de los Habsburgo encandiló, incluso, a un incipiente nacionalismo catalán que tomó la marquetería habsburguesa como modelo por su carácter plurinacional, plurilingüístico, pluricultural y pluriétnico. Aun sabiendo que el lema del Imperio era “indivisible e inseparable”. ¿Les suena?
A pesar de sus virtudes, el “Estado de las nacionalidades” y el “principio de igualdad de derecho de los pueblos” colapsaron. El reinado de Francisco José I estuvo marcado por los problemas nacionalistas. Perdió Lombardía, Venecia y parte de los territorios alemanes. Debilitado su poder, se vio obligado a conceder una amplia autonomía a los eslavos y a los húngaros, que con el tiempo llegaron a controlar a la propia Monarquía.
El “Estado de las nacionalidades” colapsó
El régimen constitucional de 1861 fue boicoteado por húngaros y eslavos, quejosos de que el alemán fuera la lengua oficial. La burguesía alemana se negó a pagar los impuestos. Checos y serbios se fueron alejando.
Francisco José I, que falleció en 1916, no vivió la disgregación de Austria y Hungría, ni la desaparición de la Monarquía de los Habsburgo. Tampoco pudo ver cómo las naciones que vivían en «paz, armonía, tolerancia, convivencia y colaboración plurinacional» bajo el manto de la «supranacionalidad» de los Habsburgo, reclamaron con tanta intensidad la «igualdad de derecho de los pueblos» que se enfrentaron los unos a los otros.
Finalmente, en el Tratado de Saint-Germain-en-Laye (1919), Austria vio reducida soberanía y territorio. Cierto, aquellos eran otros tiempos y aquella era otra realidad. Pero, ahí está el modelo.