Las democracias nobles están en peligro 

Gobernar a favor de un programa electoral es lícito siempre que nadie se salte la ley

Son tiempos difíciles para ese modelo con el que hemos decidido convivir en las sociedades occidentales: la democracia. Vivir en democracia es lo mejor que le puede pasar a una persona. Será el peor sistema de gobierno, como decía Churchill, pero no hay otro inventado que lo supere.  

Las democracias nos dan libertad y son un camino, no tan directo como nos gustaría, pero sí el más sólido para alcanzar sociedades con el bienestar suficiente donde las injusticias sean las menos posible. ¡Qué existen!, por supuesto. 

Un tweet del amigo Tomas Pereda, especialista en negociación laboral a través del equilibrio y el sentido común, me recuerda a Norman Mailer en una conferencia en Commonwealth Club de San Francisco. El contexto de Mailer como escritor, periodista y activista resulta difícil situarlo a la izquierda o a la derecha. Lo llegaron a calificar con un conservador de izquierda, pero se trata de ese habitual juego cuando alguien no responde a ninguno de los arquetipos habituales.  

Norman Mailer sentenció: “Como la democracia es noble siempre está en peligro. La democracia es perecedera. Creo que, para la mayoría de la gente, si se tienen en cuenta los instintos más bajos de la naturaleza humana, la forma natural de gobierno es el fascismo. El fascismo es un estado más natural que la democracia. La democracia es un estado de gracia que sólo alcanzan los países que poseen gran cantidad de individuos dispuestos no sólo a gozar de la libertad, sino a esforzarse duramente para mantenerla”.  

Estas palabras fueron pronunciadas en 2003 aunque ese momento político tampoco es importante para un escritor que vivió de casi todo en momentos muy distintos, donde las opiniones públicas eran muy diversas. 

Dicho esto, no comulgo ni con los que acusan de “filoterroristas” a unos, ni de fascistas, ni bolivarianos a otros. Todos me parecen términos excesivamente concretos para explicar una forma de hacer política a estas alturas. Todos forman parte de la verborrea simplona y muy superficial que busca artificios rimbombantes que pongan al interlocutor de parte de forma inmediata más que de una reflexión intelectual. 

Así que ni Pedro Sánchez es un aprendiz de dictador, ni los fascistas trotan por el Congreso de los Diputados. Si todo fuera así de sencillo la política tendría poco de democrático porque desaparecerían los matices. 

El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. EFE/Alejandro García

Nadie dijo que esto fuera fácil, pero es cierto que, a lo largo de los últimos años, tantos como 15, las reglas de juego parecen puestas en peligro por los propios que idean y modulan esas reglas. Ocurrió en Cataluña durante el otoño de 2017 y vuelve a ocurrir, aunque la diferencia importante es que, en este caso, se tiene competencias para hacerlo. Otra cosa sería afirmar si es lícito o es dudoso. 

Los cambalaches que están haciendo el gobierno de Sánchez con el president de la Generalitat, Pere Aragonés, sobre la sedición y, de paso, también la malversación está conduciendo al estado de derecho a un estrés que puede tener consecuencias muy negativas de cara a las formas de hacer en el futuro.  

Es cierto que el delito de sedición está anticuado en su redactado y que parece del siglo XIX, como en realidad es, y también que precisa de una actualización para modernizarlo y homologarlo con otros códigos penales europeos. Pero una cosa es actualizarlo y la otra dejarlo sin contenido para que, si volviera a ocurrir algo parecido a lo sucedido en Cataluña, no existieran responsabilidades públicas. Que ese es el tema. 

Y la excusa de poner en duda la legalidad de cualquier tipo de manifestación ante la posibilidad de que se conviertan en desórdenes públicos punibles es muy ridícula. Qué tendrá que ver el intento de asalto a una pista del aeropuerto, o la irresponsabilidad de una directora de colegio por dejar la llave de su colegio para poner las urnas, al intento de golpe a la legalidad realizado en el Parlament por algunas de sus señorías. Nada. 

Gobernar a favor de un programa electoral es lícito siempre que nadie se salte la ley. Se puede perseguir la pena de muerte, pero un cambio así precisaría de la reforma de la Constitución. Es sencillo entender el punto de cocción de la política. Que la tiene.