Las contradicciones de Pablo Iglesias y Podemos

Podemos vive un desgarro profundo. No entiende por qué ha perdido votos con muy pocos meses de diferencia. Entre el 20D y el 26J –cuando Podemos se presentó en coalición con IU– la formación que lidera Pablo Iglesias ha perdido un millón de votos. Pero el debate que se ha establecido entre Iglesias e Iñigo Errejón atañe también a la imposbilidad de haber superado al PSOE y, de hecho, a la imposibilidad de haber ganado las elecciones cuando se había interiorizado que la sociedad española no podía más, que se sentía engañada y desprotegida tras una dolorosa crisis económica, y que quería un cambio de envergadura.

El debate en el seno de Podemos trasciende lo que le pueda pasar a medio y larzo plazo a la propia formación de izquierdas, porque es, en realidad, el debate que debe asumir el conjunto de las fuerzas políticas. Lo que apunta Iglesias es que no se puede contentar a todo el mundo, y que, por tanto, hay que articular un discurso duro, de apoyo leal a los que se quiere defender, y de ataque sin remisión al que se considera enemigo. Se trata de un lenguaje bélico, que asusta en un tiempo histórico en el que prima el individualismo y el temor por un cambio en la situación personal.

Pero se entiende desde el punto de vista de lo que ahora se llama la «autenticidad». En cambio, Errejón apuesta por buscar apoyos transversales, por buscar puntos de encuentro para avanzar con más gente detrás. Por supuesto, en los proyectos políticos son importantes las formas, y las personas que difunden los mensajes. Y Errejón ve que Pablo Iglesias ha comenzado a resultar desagradable para muchos potenciales electores.

En una sociedad plural, con intereses contrapuestos, muy pendiente de los medios de comunicación audiovisuales, que enseñan rostros, puños alzados, sonrisas o ceños fruncidos, se debe tener muy claro qué es lo que se quiere: el cambio social efectivo y a corto plazo o buenos resultados electorales para participar en las instituciones. No debería ser una cosa o la otra. Pero hay instrumentos diferentes en función de los objetivos prioritarios.

Es decir, Iglesias cayó en una gran contradicción cuando, junto con Errejón, Bescansa o Alegre, decidió transformar un movimiento en un partido político. Y en otra contradicción cuando quiso ganar las elecciones, con una estrategia frontal, de anular al PSOE, en lugar de buscar una representación sólida para defender unos determinados intereses.

Podemos ha resultado un dinamizador de la política española, identificando carencias importantes en España, en el ámbito socio-económico, y en el institucional. Pero, ¿ha sido efectivo? La pregunta, que se hacía el propio José Ignacio Torreblanca, autor del libro sobre la formación, Asaltar los cielos, era si hubiera sido más eficaz que Podemos se hubiera convertido en un gran movimiento que hubiera condicionado desde fuera a los partidos políticos, con presiones constantes y con movilizaciones en la calle.

Al querer participar en la batalla partidista, en las elecciones, Podemos acaba teniendo todas las contradicciones de los partidos clásicos: cómo conseguir más diputados, cómo lograr apoyos transversales, cómo no herir a nadie, pero defender a todos. Y eso resulta imposible si se quiere ser fiel a lo que pide Iglesias.

La transformación de la sociedad ha sido enorme en las últimas décadas. No se puede ser nunca concluyente, pero es difícil que cualquier partido en los próximos años consiga porcentajes por encima del 40%, como lo es que una cadena de televisión tenga shares por encima del 20%, a no ser que se emita un partido de fútbol de gran trascendencia. Los partidos defenderán a sus ‘partes’, con la obligación de llegar a acuerdos para permitir que se constituyan gobiernos, pero por sí solos no podrán representar a la mayoría de la sociedad.

Por eso, Podemos se podría dar por satisfecho. Defiende a una determinada parte de la sociedad, tiene ahora 72 diputados, junto a IU. Podría luchar por esa parte, llegando a acuerdos con otros partidos cuando lo vea necesario. Pero resulta grotesca esa discusión interna porque, en algún momento, Iglesias pensó que podía gobernar España como primera o segunda fuerza política.

Son contradicicones que el tándem Iglesias-Errejón deberán superar, y que suponen también un reto para Mariano Rajoy o para Pedro Sánchez. El error de todos, –que es extensivo a otros países del entorno europeo– es pensar que ya no hay diferencias, que se puede gobernar para todos con la inacción, con la inercia que permite la propia evolución de la economía, sea con etapas expansivas o recesivas.

Quien lo analizó mejor fue el historiador Tony Judt en su libro Algo va mal. Y en eso sí tiene razón Iglesias, y es lo que ha provocado el derrumbre de los partidos de la socialdemocracia, que han tenido más exigencia que los partidos liberales de centro-derecha, con ciudadanos que apuestan más por su propia suerte en la vida.

Dice Judt: «Se ha convertido en un lugar común afirmar que todos queremos lo mismo y que lo único que varía un poco es la forma de conseguirlo. Y esto es simplemente falso. Los ricos no quieren lo mismo que los pobres. Los que se ganan la vida con su trabajo no quieren lo mismo que los que viven de dividendos e inversiones. Los que no necesitan servicios públicos –porque pueden comprar transporte, educación y protección privados– no quieren lo mismo que los que dependen exclusivamente del sector público. (…) «Las sociedades son complejas y albergan intereses conflictivos. Afirmar otra cosa –negar las diferencias de clase, riqueza o influencia– no es más que favorecer unos intereses por encima de otros».