Las buenas malas hierbas
Evolucionar coevolucionando parece ser el camino más adecuado para garantizar y asentar el incipiente crecimiento en el que ya estamos inmersos
Esta semana aconteció una pequeña noticia que, salvo para los directamente interesados, habrá pasado un tanto desapercibida: la marca gallega de moda masculina Florentino inaugura una tienda en la ciudad de Palencia. Con esta nueva ubicación palentina, la enseña de moda cuenta ya con 23 tiendas en España y está representada en más de 20 países. Y como en otras de sus aperturas, la firma contó, una vez más, con la colaboración de la marca de bombones Pedras de Santiago, así como con el vino Terras Gauda y la ginebra Ana London Dry, propiedad de Adegas Moure–Abadía de Cova. Todo un ejemplo de ayuda mutua entre empresas y ejercicio promocional con productos de origen gallego.
Que una marca tan reconocida como la personificada por el diseñador y empresario Florentino Cacheda, ahora también por su hijo Florentino Cacheda Pampín, se hayan decidido por un formato de colaboración y apoyo a productos de su tierra, cristalizando de esta manera el modelo denominado de «creación de valor compartido”, resulta enormemente alentador. En Galicia contamos con ejemplos de dicha “creación de valor compartido” de una enorme dimensión como el representado por el “universo Inditex” y todo lo que circunda a sus grandes planetas como son Zara y las otras enseñas del grupo. Y todo ello, para mayor abundamiento, cuenta con el aval de la ciencia.
En la teoría evolucionista cada vez se oyen más voces discordantes con respecto a “la primacía del más fuerte”. Realmente este concepto no es propiamente de Darwin sino de alguno de sus entusiastas seguidores, tal es el caso de Herbert Spencer (1820-1903). Coautor con otro destacado evolucionista, Thomas Huxley, de los “Principles of Biology” (1864), siempre será recordado por su título más sintomático, “El individuo contra el estado” (1884), donde trata de demostrar las raíces biológico evolutivas de la lucha entre el individuo y la organización del poder público, fundada en una supuesta “ley de la supervivencia de las unidades individuales”. No en vano junto con Walter Bagehot (1826-1877) son los máximos representantes del denominado darwinismo social
Por el contrario y frente a esta orientación reduccionista y unilateral, la coevolución empieza a estar cada vez más asentada en el imaginario evolutivo. Resulta irónico comprobar como el padre de “El origen de las especies” no llegó en ningún momento a explicar de dónde proceden tales especies. Lo que formula es, por lo tanto, el cómo, pero no el porqué. Es más, como tal, “evolución” es un término que el propio Darwin no utiliza; se refirió siempre a “descendencia con modificaciones”. El posterior darwinismo y sobre todo la denominada “síntesis moderna” se basará en que la variación heredada deriva de los cambios aleatorios que se producen en la química de los genes. A medida que los cambios aleatorios de orden genético se acumulan con el paso del tiempo, determinan el curso de la evolución. Pero no todos los componentes del modelo evolutivo piensan en esa dirección. Para autores como Lynn Margulis o Dorion Sagan, la fuente principal de la variación hereditaria no es la mutación aleatoria, sino que la variación importante transmitida, que conduce a la novedad evolutiva, procede de la adquisición de genomas. Y esta situación se denomina simbiogénesis, es decir, la vida en común de organismos distintos entre sí, por la cual organismos de tipología distinta se unen y dan pie a un tercer organismo, siendo esta relación estable en el tiempo y a largo plazo. Y este sería el mecanismo motor de la evolución de las especies, el por qué de la misma. Por evolucionar conjuntamente, por cooevolucionar.
Hasta las especies más consideradas como inútiles cumplen una función. Plantas con nombres tan reveladores como el bledo, la colleja, la cebada ratonera, la avena loca o la caléndula, pertenecientes al rotundo nombre de “malas hierbas”, son importantes para el ecosistema. Existen unas 250.000 especies vegetales en todo el planeta y aproximadamente 7.500 son denominadas hierbas. Entre las consideradas como “malas”, unas 300 más o menos, sólo una decena lo son realmente y debido a la persecución implacable a que se las ha sometido, se encuentran en peligro de extinción. Pues bien, recientes estudios realizados por la Sociedad Española de Malherbologia (SEMH) (http://www.semh.net), la ciencia que estudia esta tipología de hierbas, han comprobado que realmente resultan decisivamente beneficiosas. Son las buenas malas hierbas. Coexisten con todo tipo de especies de plantas en el campo ayudando al resto aumentando la fertilidad del suelo, luchando contra la erosión y manteniendo la cubierta vegetal, eliminando la acumulación de metales pesados del suelo y nutriendo de polen a los insectos transmisores sirviéndoles así mismo de cobijo. Vaya, que no son tan malas.
Apostar por lo propio, por lo cercano y hacerlo crecer al unísono con la propia expansión debiera ser una actuación tildada de normal así como practicada de un modo absolutamente habitual. Aún pudiendo parecer pequeños gestos, ejemplos como el de la firma Florentino debieran prodigarse y menudear en nuestro ecosistema empresarial gallego, donde el apoyo mutuo y la interrelación tan magníficos resultado han logrado desde siempre. Evolucionar coevolucionando parece ser el camino más adecuado para garantizar y asentar el incipiente crecimiento en el que ya estamos inmersos. Y no tendríamos que recurrir a invenciones terminológicas provenientes del mundo anglosajón tales como “creación de valor compartido” (creating shared value); que hasta para eso tenemos un refrán en Galicia que muestra y demuestra lo idóneo del apoyo a lo propio “o que non pode un, pódeno moitos”.
Manuel Carneiro Caneda es director general de IFFE Business School