Lara, un tipo valiente

(Nota del autor: Este artículo fue publicado a finales de 2013, al conocerse el alcance de la enfermedad del editor fallecido. Por la vigencia de su contenido vuelve a publicarse tras la muerte del empresario. BCN, 1 de febrero de 2015)

Hace ya muchos años que José Manuel Lara Bosch (Barcelona, 1946) dejó de ser una sombra alargada de su padre. Su progenitor era un andaluz vendedor de libros que tras la Guerra Civil formó parte de los contingentes de españoles afectados por los flujos migratorios de mediados del siglo pasado y que desde Barcelona edificó en 1949 un grupo editorial sin competencia en la industria cultural española.

El heredero del grupo Planeta ha hecho los deberes como empresario, desde que en 1996 asumió el cargo de consejero delegado: internacionalizó su empresa (compró la francesa Editis y se extendió por toda la América de habla hispana) y diversificó sus negocios (hasta convertirse en un potente mandamás de la industria audiovisual española con sus televisiones y cadena de radio).

Barcelona, su tierra, su lugar de nacimiento, ha sido siempre el cuartel general de su actividad familiar. Su conglomerado empresarial ocupa uno de los baluartes románticos del catalanismo político, un edificio en la entrada de la Diagonal que tiempo atrás fue sede de Banca Catalana, aquel banco que ya saben cómo terminó y quienes eran sus rectores.

Su compromiso con la sociedad catalana es indiscutible. Ha presidido el Círculo de Economía y reúne en la Ciudad Condal, una vez al año, a lo más destacado del mundo literario, en un acto que permite seguir afirmando que Barcelona aún ejerce de capital de la edición en lengua española. No importa que ese negocio, como la economía en general, esté del todo globalizado.

Lara ha sido hasta el momento el empresario que, en público, ha sido más claro al alertar de las nefastas consecuencias que podría tener el llamado proceso independentista. No pareció temblarle el pulso al advertir de que ante una eventual independencia, parte de su negocio no podría continuar en su tierra natal.

Ha vuelto a pronunciarse de nuevo: la independencia es imposible y lo sabe Mariano Rajoy de la misma manera que lo sabe Artur Mas y cualquiera con capacidad para analizar la política con pincel y no con brocha gorda.

Sus palabras expresan la sensación de muchos otros empresarios catalanes que, con independencia de su origen, sentimiento identitario, sensibilidad política o religiosa se sienten profundamente contrariados con el rumbo de los acontecimientos.

La principal diferencia de Lara con el resto de patronos es su arrojo
, un valor que no abunda en el contexto de confusión política en el que nos hallamos y donde la mayoría de las decisiones políticas siguen adoptándose en virtud de una cobarde demoscopia coyuntural y no del razonamiento sereno que aspira a profundizar en la consecución del mejor futuro para la sociedad.

Los reproches a sus palabras son inmediatos. Se centran, como elemento de deslegitimación, en que el editor es el propietario del diario conservador La Razón, un rotativo entregado editorialmente a la política de Rajoy. Casi nadie recuerda hoy que ese mismo empresario, junto a Javier Godó, fueron los sostenes del diario nacionalista Avui durante bastantes años.

Quienes critican sus pronunciamientos olvidan que expresarse hoy como el presidente de Planeta es mucho más difícil y arriesgado que mantener el silencio expectante de una parte importante del empresariado. Lo es incluso para su negocio. Por eso, tanto los empresarios que esperan obrar un milagro desde los sumideros de la política o incluso aquellos que no compartan sus tesis, deben admitir que Lara es un tipo de una valentía incuestionable. Una rara avis in terris.