Lara, un gran personaje, una gran persona
Llevaba cuatro días en mi nuevo cargo como adjunto a la dirección editorial del Grupo Océano. Su presidente, Sr. Lluís, reunió a la plana mayor en un sala de un hotel de Barcelona. Yo era un imberbe jovenzuelo de prieta corbata y pocas palabras, de aquellos que hablábamos del tiempo en los ascensores. Quizás, o casi seguro, era el único que no superaba los 30 años, apenas los 25. Me enrojecí cuando me tocó presentarme delante de tanta gente desconocida y, por qué no decirlo, mayor. Aquella reunión acabó con el desmentido presidencial sobre la posible compra por Grupo Planeta.
Siempre había oído hablar de la familia Lara. No sólo por ser del mismo mundo editorial, sino porque, casualidades de la vida, unos meses antes hacía regularmente (mi ex-mujer vivía allí) el mismo recorrido a Puigcerdà que el entonces editor Fernando Lara. Cuando este falleció, el run run era sí José Manuel podría enderezar el ritmo del grupo editorial. Personalmente, su apuesta por abrir el negocio a nuevas tecnologías y nuevos aires me pareció el mayor acierto de la economía española familiar en la historia del país. Aunque no todos lo entendieron así entonces.
Años más tarde, ya emplazado en mis nuevas batallas, contacte con él. Teníamos en común un nicho en la cartografía. Curiosamente nunca llegué a trabajar para ninguna de sus editoriales. Le enviaba cartas, algunas manuscritas, que siempre respondía. En una me comentó que habíamos sido su empresa de referencia en ese campo a principios de siglo. Entenderán mi ego aquella noche, no conseguí dormir. Cuando llegaron los problemas y el concurso, Lara siempre estuvo dispuesto a ayudar. Y atendió mi petición de hablar con uno de los bancos acreedores para que no votara en contra del convenio. Siempre lo agradeceré. Y desde entonces le prometí mantenerle informado de cualquier nuevo proyecto.
Me parecía un tipo genial. Alguien que marca las distancias, no con el dinero sino con los gestos. Las noches duras del concurso volví a leer sus cartas y me animaba. Y aunque nunca pude, supe, o tuve capacidad para logar que financiara alguna de mis ideas –la mayoría alocadas en aquella época– siempre fue amable, cortés, educado, servicial y, ante todo, una gran persona. Y la verdad, a estas alturas de la vida siempre da gusto poder decir que has hablado con personajes corrientes, aunque tengan millones para no serlo. Tengo la suerte de haber conocido unos cuantos, y eso la verdad no tiene precio.
Como le prometí, en los últimos años le había explicado nuevos proyectos aún más globales. Ahora pensando en una distribución total del español como lengua y cultura. Se había interesado y así quedamos ya por e-mail. Ahora, con más ganas que nunca, lo retomaré. Al final, gracias a sus cartas, sus frases, su rotundidad, pude entender que el mundo editorial no acaba en un libro. La cultura siempre va más allá. Y ese más allá, a veces desconocido pero apasionante, se lo debemos a personas tan necesarias en la vida como Don José Manuel Lara.