Lapidación
“En este apedreamiento, Rubiales, ha sido la víctima, como también lo ha sido Jennifer Hermoso, y los dos lo han sido de la presión mediática y social de este feminismo”
La vocación de linchamiento debe ser congénita en el ser humano, parece que la tribu se ha unido desde el principio de los tiempos para agredir, apartar, expulsar o incluso matar a cualquier elemento extraño que pudiera considerarse una amenaza, o al que le parezca bien señalar el gurú de turno. Tenemos ejemplos desde la edad antigua y es imposible olvidar la mítica escena de la lapidación, de los geniales Monty Python, en La vida de Bryan.
Seguimos, como en tiempos anteriores a la ley del Talión, llevando a cabo esta práctica con métodos menos violentos, pero igualmente arbitrarios y crueles, creyéndonos ungidos por una razón moral superior, una razón moral que para dictar sentencia considera irrelevante la información veraz, respetar la legalidad, o los procesos judiciales.
Una razón moral que se considera casi divina porque forma parte de un proceso superior y que se arroga la autoridad de ejecutar al que ya ha declarado culpable. Una moral al final primitiva, que tenía sus ventajas cuando los hombres solo podían ponerse en manos de los dioses, pero que hoy debería ser injustificable.
Ahora, ilusos, pensamos que el progreso, la civilización, es precisamente lo opuesto: una mayor asunción de la responsabilidad individual, hacer frente a las actuaciones en masa guiadas por compulsiones primarias y fácilmente manipulables, someter en definitiva al cavernícola que llevamos dentro y cuando confirmamos diariamente que, como sociedad, aún no hemos sido capaces resulta inquietante, decepciona e incluso indigna.
Ser testigos de linchamientos mediáticos como al que ha sido sometido Luis Rubiales, al margen de las inadecuadas actuaciones y/o irregularidades que hubiera podido cometer en su gestiono al frente de la Federación, debería obligarnos a reconocer y denunciar esos comportamientos tribales o, como diría el profesor Varela Ortega, medievales.
Debería obligarnos a reconocer y denunciar esos comportamientos tribales o, como diría el profesor Varela Ortega, medievales
Considero que es parte de la responsabilidad civil, que es civilizado y señal de progreso, pronunciarse de forma individual, dar la propia opinión en la medida que sea, en el entorno que puedas y con los medios que tengas, es un gesto de libertad por antonomasia, al margen del premio que se obtenga o el castigo que conlleve (en un entorno democrático, se entiende).
Es verdad que como ciudadanos no estamos obligados a ser héroes y no todos corren los mismos riesgos, ni tienen las capacidades o las circunstancias que les permitan aguantar la misma presión, pero sí creo que debemos asumir que de alguna forma todos somos responsables.
Han pasado tantos días, aunque sigue en portadas, y tantos se han pronunciado sobre este repugnante incidente, (con repugnante aludo al linchamiento, no al beso, aclaro) que se me hacía cuesta arriba escribir unas líneas que no iban a ser más que un deshago, sin aportar nada a ideas tan genuinas y opiniones tan brillantemente expresadas como las de Hughes, Ramón de España o Guadalupe Sánchez.
Pero la foto de Yolanda Díaz y Carles Puigdemont me ha provocado una sensación de escándalo tan bestial por provocativa, provocadora y obscena que me ha remitido como una descarga eléctrica a la imagen del beso de Rubiales, aunque por razones casi opuestas.
La lapidación mediática unánime de la que ha sido objeto Rubiales tanto nacional como internacionalmente provocada por un beso es un despropósito, una atrocidad. Y estoy hablando del linchamiento, no del Sr. Rubiales, del que no sé nada ni falta, me hace para hablar del hecho al que aquí me refiero.
En este apedreamiento, Rubiales, ha sido la víctima, como también lo ha sido Jennifer Hermoso, y perversamente los dos lo han sido de la presión mediática y social de este inquisitorial feminismo que lo enturbia todo, que lo cancela todo, que lo sodomiza todo. De este poder woke que ha impuesto su moral con mano más férrea que cualquier religión.
Desde el principio hubo alguna voz crítica que se pronunció en contra del linchamiento, por lo que no ha sido en mi opinión más que una efusión de cariño fruto del estado de borrachera anímica generado por la alegría de la victoria. No creo que este gesto le haya supuesto a Jeniffer Hermoso el dolor, la angustia y la inquietud que seguro le debe haber provocado haber sido presionada a asumir una posición con la que convertía ese beso que le dieron, que por supuesto no le gustó y sobre el que estuvo bromeando, en el detonante del fin de la carrera de Rubiales.
Independientemente de si había otras razones o no, sobre ella ha caído el peso de la irresponsabilidad del gobierno, de la Federación Española, de la FIFA y de muchos medios que han estado sosteniendo en un puesto a una persona que ahora acusan de delitos que no han denunciaron en su día.
Sobre ella ha caído el peso de la irresponsabilidad del gobierno, de la Federación Española, de la FIFA y de muchos medios
Si obviamos entonces las razones, gritadas ahora, por las que Rubiales no debía ostentar ese cargo y las dejamos en manos de las instituciones y los jueces si se precisan, también respecto al beso, el linchamiento mediático y social, nacional e internacional es a mi juicio un auténtico despropósito, es evidente que la posición de un superior (aysh siento que sigo deslizándome hacia conceptos prohibidos) supone ante todo respetar a los que dependen de ti, pero si ese respeto se degenera en un puritanismo totalitario, que no deja de ser otro tipo de abuso, ejercido por otro tipo de poderes, igualmente sectarios, es el que ha convertido en verdaderas víctimas a JH y LR.
Al final, este envaramiento represor, por un lado, y esa devoción por símbolos hiperbólicos, por otro, desfiguran las relaciones humanas, las familiares, no digamos las afectivas, incluso las sexuales y por encima de todo no es una abertura hacia nuevas formas de sentir y relacionarse sino una tendencia a la revocación de todas las anteriores.
Es como si no pudiésemos desprendernos del puritanismo, como si la dosis con la que tenemos que convivir obligatoriamente se desplazase según las épocas de una forma de represión a otra, como meras normas de educación, pero para nada inocuas. Por supuesto que hay principios rectores para que esto ocurra, antropólogos, genetistas, historiadores, sociólogos…, podrían darnos razones, esencialmente, de pura supervivencia, principios que siempre intentan orquestar algunas élites, con intereses espurios o filantrópicos, pero al final el día a día está lleno de mediadores gañanes y eso lo desfigura todo.
Pero he llegado hasta aquí sin señalar dónde está la razón de mi escándalo con la foto de la Vicepresidenta del Gobierno con Puigdemont y dónde la conexión con la del beso de Rubiales, pero la verdad es que a estas alturas me doy cuenta de que para hacerme entender tendría que explicar antes a qué acepciones me acojo de las palabras escándalo, traición, seducción, coqueteo, sexy, sexismo, babeo, provocativo, rídiculo, hipocresía, incoherencia, inconsistencia, cobardía, temeridad, irresponsabilidad, bisoñez, estulticia, cuajo y algunas más.
Necesitaría definir cada concepto para explicar el papel de una mujer que con su cargo y su ideología, es capaz, vestida de blanco y con sugerente «escote», de tener una cita con Puigdemont, a la vez que acusa de machista a un hombre que le ha dado un beso a una jugadora española para celebrar el Mundial de fútbol.
Esta vez, no me da tiempo, así que quedan liberados y emplazados para otra ocasión.