Lamentos inútiles
Reducir el fracaso de la negociación a la incompatibilidad personal entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es una frivolidad
La estabilidad institucional de nuestro país, pendiente del hilo del martes. Si Felipe VI vuelve a proponer un candidato a la presidencia o, ante la falta de mayorías parlamentarias en torno a un aspirante, volvemos a las urnas. El PSOE en apuros, recurre a las citas de John F. Kennedy para repartir culpas ante esta situación de bloqueo. «El éxito tiene muchos padres pero el fracaso es huérfano». Pero no cuela.
El principal responsable de la repetición de elecciones, si se produjeran, no es otro que el candidato que asumió el encargo del Rey. Y a lo largo de estos meses se ha podido comprobar la incapacidad de diálogo de quienes ganaron las elecciones en abril. Resulta inútil lamentarse ahora por tanta pérdida de tiempo por parte de quienes tendrían que haber concitado acuerdos para conformar un gobierno estable.
Pero conviene tener un diagnóstico certero. Si Pedro Sánchez hubiera querido, habríamos tenido gobierno en primavera. Otra cosa es valorar cuánto habría durado un ejecutivo con débil mayoría y controlado por populistas y nacionalistas. Pero no lo ha querido. Porque ya supo, desde la noche electoral del 28 de abril, que con 123 diputados, su aspiración a gobernar iba a tener poco recorrido.
Reducir el fracaso de la farsa de la negociación entre Sánchez y Pablo Iglesias a su manifiesta incompatibilidad personal no deja de ser una frivolidad. Los dos políticos han mantenido muchas coincidencias en política económica. La subida de impuestos que dañaría la actividad empresarial y el consumo y complicaría el ajuste del déficit ha sido un punto de encuentro entre los dos. Por eso llegaron a firmar un acuerdo presupuestario.
Las diferencias en políticas ‘de Estado’ de las que se dio cuenta el PSOE el pasado mes de julio, ya existían. Desde el inicio. Desde el momento en que Sánchez teorizó la posibilidad de generar un gobierno ‘con dos voces’ en torno al consejo de ministros, se mostraba, a la vez, renuente a probar un experimento que, tratándose de la compañía elegida, estaba convencido de que no podría funcionar.
De ahí sus fuegos de artificios, con vetos personales incluidos, para aferrarse a la fórmula de un gobierno monocolor, sustentado tan solo por sus mermados 123 escaños, con la abstención de los demás. Porque él lo vale. Ese temor a compartir el poder que exhibe Sánchez confirma su alejamiento de tantas referencias europeas. A él le interesa citar al gobierno portugués.
Sánchez, exhibiendo su temor a compartir el poder, se aleja de referencias europeas
Y menosprecia las alianzas en las que sus compañeros socialdemócratas cohabitan con los demócrata cristianos, en la gran coalición alemana. Por ejemplo. Pero hasta su colega luso, el actual primer ministro de Portugal, el socialista Antonio Costa, ha encendido la alarma diciendo que hay que huir del modelo de gobierno ‘a la española’ . No le sirve la referencia de Sánchez porque «gobierna en una situación de ingobernabilidad».
Una radiografía más precisa que la aplicación de un GPS. Sánchez ha estado gobernando en una situación de ingobernabilidad. Actuando como si tuviera mayoría absoluta. Se ha movido por impulsos ,con la ley del embudo bajo el brazo. Pactando con Podemos en comunidades autónomas y ayuntamientos pero despreciándolos para formar un gobierno de coalición.
Adornándose con su apuesta por que gobierne la fuerza política que haya resultado ganadora en las urnas pero no le ha valido para Navarra en donde ganó el centro derecha.
Durante todo este tiempo no ha negociado ni ha podido gobernar. Ha transitado. Improvisando y contradiciéndose. Nunca negoció a fondo con Iglesias. Nunca ofreció nada al PP y Ciudadanos para ganarse su abstención. Ha hecho un recorrido en beneficio personal. Y, personalmente, el fracaso de esta pésima gestión de los resultados electorales, le corresponde.
Tampoco la oposición ha estado a la altura. No ha ejercido el liderazgo de la alternancia. Lejos de tomar la iniciativa, han aparecido, fraccionados, como los invitados a esta ceremonia del disparate.
Con los primeros síntomas de recesión económica y a la espera de la sentencia sobre el juicio del procés el panorama se perfila tan incierto que la mera llamada del Rey Felipe VI a los partidos políticos ha generado cierta tranquilidad.