¿Significaron las palabras siempre lo mismo? ¿Pueden las transformaciones históricas de algunas palabras explicar su significado? Schmitt sostenía, en Teología política, que todos los conceptos del Estado moderno son el resultado de una secularización de determinados conceptos teológicos. Como hijos de la modernidad que todavía somos, reflexionar sobre la secularización de algunas de las palabras clave de nuestras sociedades puede ayudarnos a comprender no solo el significado, sino también el funcionamiento de determinados conceptos que usamos para pensamos a nosotros mismos. La vigencia de lo religioso, más allá de sus instituciones y rituales, adquiere en este tema una importancia fundamental.
Antes de centrarnos en la palabra que nos ocupa –economía–, cabe preguntarse, ¿qué implica la vigencia de una palabra? Etimológicamente, «vigencia» se relaciona con vigor y vigilancia. Podemos comprender fácilmente el vigor de un concepto, pero ocuparnos de su vigilancia puede ayudarnos a comprender algo mejor la forma en que las palabras y sus significadosescriben la historia. Vigilar es lo que hacemos cuando queremos proteger algo, ¿qué debe vigilar una palabra? Básicamente, la estabilidad de sus significados. Es decir, el uso más o menos extendido de esa palabra y el consenso respecto a su significado. Heidegger decía que el hombre es el pastor del ser, y que la casa del ser es el lenguaje. Es decir, que con nuestro uso de las palabras, «pastoreamos» lo que son las cosas, y describimos su existencia –y la nuestra–, pensándolas por medio del lenguaje. Sin embargo, cuando usamos la palabra «economía», ¿en qué estamos pensando y qué tratamos de definir? Es fácil ver que la economía se ha vuelto un sinónimo de demasiadas cosas, y ello desestabiliza su significado.
¿Cómo explicar esta inestabilidad del significado de «economía»? Por lo menos, en dos sentidos: el primero, está relacionado con que la palabra no ha logrado asociarse de forma indiscutible al mundo de los grandes números, aunque para explicarnos mejor deberíamos caer en la redundancia y decir que el problema radica en que «economía» no es una palabra tan aferrada a «lo económico» como solemos pensar; el segundo, y el más interesante, viene dado por las cosas que le pedimos a la palabra «economía» que explique por nosotros. Así, nos encontramos con que a veces usamos «economía» como metáfora de orden, gestión o maximización; «economizamos» los esfuerzos, existe una «economía» del hogar pero también un Foro Económico Mundial, etc.
El problema no tiene fácil solución, ya que distinguimos las palabras de forma diferencial y negativa: «economía» no significa lo mismo que «organización», y ello apuntala de alguna manera los significados respectivos de estas palabras. Podríamos repetir lo mismo con todas esas palabras que relacionamos con «economía». Supuestamente, si aplicáramos esta idea hasta el final, hasta la última palabra, encontraríamos el significado puro o propio de «economía». Les evito el trabajo, si asumimos que los significados de las palabras se determinan diferenciándolas de otras, el juego no se terminaría nunca. Eso implica también que no hay un significado último de ninguna palabra. Por ello, para saber por qué dicen lo que dicen y por qué las usamos para decir –siempre de forma aproximada– lo que queremos decir, debemos remitirnos a su historia.
La historia de «economía» (oikonomia en griego) revela un pasado marcado por su uso en teología. Giorgio Agamben (Roma, 1942), dedica a esta genealogía de la economía uno de los volúmenes de su proyecto sobre el Homo Sacer, una figura del derecho romano que Agamben utiliza como metáfora del soberano. En El reino y la gloria (Pre-textos, 2008), Agamben desarrolla el pasado teológico del gobierno y de la economía. Una obra extensa y compleja, pero que expone las transformaciones del concepto de economía desde Grecia hasta la patrística, y en la que puede verse, casi en cámara lenta, cómo un concepto se amolda y sobrevive con el paso del tiempo. Esa adaptabilidad, en última instancia, remite a la vigencia de un significado.
Así, la noción de economía, que en Grecia servía para hablar de la administración y gestión del hogar –con lo que trazaba ya un límite entre lo público y lo privado–; llega a convertirse en una metáfora del plan divino, de la predestinación –en tanto que implicaba la administración y gestión funcional del «designio divino»–. Cualquier coincidencia con los «gurús» económicos de la actualidad, no es fruto de la casualidad, sino de lo que le pedimos a los conceptos que expliquen por nosotros. Es decir, cómo un ámbito de la sociedad «pastorea» lo que son algunas cosas –su ser–, moldeando el lenguaje, buscando una mayor concordancia entre lo pensado y lo dicho.
Lo que hacemos con las palabras es intentar decir lo que sentimos y lo que son las cosas que constituyen nuestro mundo, ellas también necesitan de ese proceso de secularización no solo por una cuestión de laicidad, sino para intentar que funcionen de forma acorde a nuestros tiempos. De otra manera, ¿cómo lograremos saber que este tiempo es el nuestro?
Santiago Caneda Lowry es sociólogo, doctorando en filosofía por la UNED y miembro del seminario de investigación permanente Decontra