La vigencia de Jaime Balmes
El 9 de julio de 1848 moría en Vic, lugar que le vio nacer, Jaime Balmes. En 2018 se cumplieron 170 años. Se trata de un pensador conciliador, abierto, optimista, de primer orden, aunque no siempre debidamente revindicado. Permítanme aprovechar esta edición de mEDium para rescatar algunas de sus sosegadas y vigentes reflexiones.
El gobierno debe apelar a los grandes principios de la sociedad, dice Balmes, “a aquellos principios que no son exclusivamente de ninguna escuela, que no son nuevos, sino antiguos como el mundo, existentes desde la eternidad en el tipo de toda perfección, comunicados a las sociedades como un soplo de vida (…) Razón, justicia, buena fe; estas son las palabras que debe escribir el gobierno en su bandera”. Las tesis de Balmes sobre el origen del poder civil, sus atribuciones y límites, así como el planteamiento del derecho de resistencia frente a gobiernos tiránicos, proceden de miembros de la Escuela de Salamanca como Francisco Suárez, que pusieron las bases del liberalismo moderno.
Balmes insiste en la necesidad de que el poder legítimo esté sometido a la ley y de que esta ley lo esté a la razón, por eso alerta como el incumplimiento de las normas (constitucionales) supone “acostumbrar a los pueblos y a los gobiernos al menosprecio de las leyes; es establecer los hábitos de un mando puramente discrecional y de una obediencia forzosa; lo que equivale a asegurar al país el vivir de continuo con despotismo o anarquía”. Y concluye: “[a]sentar por principio que la sociedad ha de ser regida por la voluntad del hombre y no por la ley, es establecer una máxima de donde nace por precisión la arbitrariedad”.
Realismo
Para aspirar al bien común, gobierno y ley deben estar apegados a la realidad, a lo que verdaderamente ocurre en una sociedad. Sintiéndose español y catalán, Balmes intento soliviantar el problema que entonces ya anticipaba tendiendo la mano pero hablando con claridad:
“Sin soñar en absurdos proyectos de independencia (…); sin perder de vista que los catalanes son también españoles, y que de la prosperidad o de las desgracias nacionales les ha de caber por necesidad muy notable parte; sin entregarse a vanas ilusiones de que sea posible quebrantar esa unidad nacional comenzada en el reinado de los reyes católicos (…) Cataluña puede alimentar y fomentar cierto provincialismo legítimo, prudente, juicioso, conciliable con los grandes intereses de la nación.”
Coherencia
Con el fin de evitar abusos de la razón y ensoberbecimientos intelectuales,
el pensamiento de Balmes busca así cerciorarse de que los principios teóricos son aplicables en la práctica —precede a Antonio Cánovas en su definición de la política como el arte de lo practicable y a Friedrich August von Hayek o Karl Popper en su “humildad epistemológica”. De ahí que critique a los partidos políticos de su época por el mismo error en el que hoy incurren en una ideologización extrema y cuyo discurso político queda en evidencia al enfrentarse a la realidad (por no hablar de la incoherencia extrema de muchos de sus líderes a nivel personal). El politólogo Víctor Lapuente acuñó
la expresión “política del chamán.”
Verdad
La manera en la que Balmes trató de tender puentes entre liberales modera-dos y tradicionalistas para reconciliar a una España salida de una cruenta guerra civil, es buen ejemplo de la aplicación práctica de su posición intelectual: búsqueda de las mejores soluciones y de la verdad haciéndose “cargo de todos los datos, de todas las circunstancias, tanto contrarias como favorables”. Sin embargo, su pragmatismo no le lleva al utilitarismo; al contrario, insiste en el papel protagónico que los principios y la moral han de jugar en la política. Cree en el progreso de la humanidad y mira esperanzado el desarrollo de la ciencia sin, por ello, caer en el redil utópico o el determinismo. Balmes camina por una delgada línea, ecléctica y sin excesos, con el fin de reconciliar posturas que podrían parecer antagónicas en una innovadora síntesis liberal-conservadora.
Prudencia
La voluntad conciliadora de Balmes no le impide ser un duro crítico de cambios y revoluciones “sin mediar ninguna gradación que pudiera influir en las ideas y costumbres”, sin apego a la realidad social, meros frutos del empuje e influencia de arrogantes minorías que creen saber mejor que nadie lo que le conviene a la mayoría de los ciudadanos. Una crítica tan válida en la España del siglo XIX como en la de hoy.
Institucionalismo
Balmes considera las instituciones como pieza clave para la estabilidad de una sociedad. Las observa como sabiduría decantada a lo largo de generaciones, tierra fértil para una prosperidad ordenada, un poderoso activo para el bien común. De ahí la importancia de conservar lo que se sabe que funciona. No obstante, nos hace considerar el clásico dilema del gobierno de las leyes sobre el gobierno de los hombres desde otro punto de vista, pues “tiempos y circunstancias hay que las mismas instituciones guían a los hombres; pero también hay tiempos y circunstancias en que los hombres han de guiar las instituciones. Esto se verifica después de una revolución, porque entonces son las instituciones demasiado débiles”.
Balmes ni mucho menos pretende justificar absolutismos ni dictaduras, pero sí reivindica el liderazgo de los mejores en tiempos difíciles, apela a la responsabilidad de los que tienen la bendición del talento para que “se establezca una comunicación franca, tranquila, suave, entre el gobierno y los pueblos” para que haya orden, pues “sin orden no hay obediencia a las leyes, y sin obediencia a las leyes no hay libertad.”
Propiedad
La obra de Balmes presta una especial atención a una institución fundamental de las sociedades abiertas: el derecho de propiedad. A este propósito destaca de las Cortes: “Es una de las mejores garantías de la prosperidad de los pueblos y un freno muy saludable para la codicia, la prodigalidad y dilapidaciones de los gobiernos malos”, y añade que “uno de los más bellos distintivos de la civilización europea fue el que ya desde su cuna tendió a precaver que el poder público dispusiese de la hacienda de los ciudadanos sin que estos interviniesen en el negocio de una u otra manera”.
Cabe preguntarse hoy: ¿Siguen siendo eficaces las Cortes para con la protección de los bolsillos de los españoles? ¿Están los intereses de los ciudadanos realmente bien defendidos cuando el gobierno fuerza a la Cámara a subir el techo de gasto?
En el 170 aniversario de la muerte de Balmes, estas siete lecciones políticas de las muchas que nos legó el pensador catalán, siguen constituyendo una potente y bien calibrada brújala moral para el liderazgo político.