La vía Margallo, pero ¿cuándo?
El bloque soberanista en Cataluña es importante. No se puede despreciar. Este viernes el presidente Carles Puigdemont reúne a los partidos y entidades que forman parte del Pacto Nacional por el Derecho a Decidir, y, aunque se trata también de un gesto para lograr el apoyo de la CUP a los presupuestos de 2017, la intención de Puigdemont es la de clarificar si se puede, y en qué condiciones, celebrar un referéndum soberanista antes del próximo verano.
En cualquier análisis político no puede faltar la cuestión personal, la psicología de los principales actores. Y Puigdemont, que pasaba por allí cuando Artur Mas pensó en él como último intento para que la CUP dejara gobernar a Junts pel Sí, no quiere salir del Palau de la Generalitat sin haber intentado algo importante.
Puigdemont es ahora mismo el principal dolor de cabeza del PDCAT, el partido que sustituye a la ex Convergència, pero también es su único valor. Se trata de una paradoja que deberán resolver en los próximos meses –¿o semanas?—los dirigentes de la ex CDC, incluido el atormentado Artur Mas. Porque una parte del PDCAT querría llegar a algún tipo de acuerdo con el Gobierno central que le permitiera, posteriormente, mantener su espacio electoral de centro-derecha y dejar de quedar asociado a la CUP.
En esas llega la llamada vía Margallo, la que más le gustaría al PDCAT, y a una gran parte de la sociedad catalana. Un acuerdo de Cataluña con el Gobierno central que incorporara una mejora notable de la financiación, «de corte federal», como indicó Margallo en un acto de ED Libros este jueves en Madrid. Es lo que llevan defendiendo organismos y patronales catalanas en los dos últimos años, como el Círculo de Economía o Foment del Treball. La financiación se uniría a un acuerdo para blindar competencias en lengua y cultura y un reconocimiento de la personalidad de Cataluña.
El problema es cuándo puede llegar ese acuerdo, y si, de verdad, el Gobierno de Mariano Rajoy está dispuesto a ello.
Porque lo fundamental, –sin obviar que nada está hecho, que Saénz de Santamaría analiza con prudencia el escenario, y que en demasiadas ocasiones sólo se escuchan condicionales— es el escenario catalán.
El ex diputado de CiU, Josep López de Lerma, aseguró, en el mismo acto con Margallo, citando a Gaziel, que fue director de La Vanguardia, que los catalanes tienen grandes dificultades para autogobernarse. También lo relató el abogado Amadeu Hurtado en su enorme libro Abans del sis d’octubre (Quaderns Crema), incidiendo en la falta de pericia de los catalanes para dominar los resortes de la política. Y es que en Cataluña existe una permanente competencia entre diferentes fuerzas políticas en ejes nacionales e ideológicos. Hasta que no se compruebe quién puede ocupar la centralidad en Cataluña, quién podrá aguantar un acuerdo con el Gobierno central, éste no dará un paso adelante.
Puede ocurrir lo peor, según García-Margallo, y es que nos encontremos con un «empate perpetuo», anulando la potencialidad de la sociedad catalana, pero también de la española, en una especie de combate sin nada productivo. En una especie de cuento, como El día eterno, de J.G. Ballard.