La vía luxemburguesa
El 14 de abril pasado estuve en Luxemburgo. En la plaza de la Clairefontaine se iban concentrando cientos de personas antes de las 12 del mediodía. Una docena de abanderados de edad avanzada, aguantaban los estandartes de los ex combatientes, los maquis, los trabajadores forzosos en Alemania, de los represaliados, los supervivientes a los campos de exterminio, etc. Un discreto despliegue de seguridad nos tenía al público, fuera del recinto central, pero a pocos metros de distancia del lugar donde se iba a producir el evento. Poco antes de las 12 una banda militar desfiló y no dejó de tocar himnos con aires de polka.
Justo a mediodía, del coche negro bajaba en silla de ruedas, el ex Gran Duque de Luxemburgo, Juan; y la actual Gran Duque, Enrique y su esposa María Teresa Mestre, cubana de origen catalán (su abuelo era un empresario exportador). El Duque depositaba una corona de flores bajo el monumento de la Gran Duquesa Charlotte, situado en el centro de la plaza ya continuación saludaba a todos los representantes de las asociaciones antifascistas.
¿Por qué sucedía este acto emotivo y austero? El 14 de abril de 1945 volvía a Luxemburgo desde el exilio la Duquesa Charlotte. Había llegado al puesto de jefe de Estado sucediendo a su hermana mayor, Adelaide acusada de germanofilia durante la Gran Guerra y que abdicó en enero 1919. Unos meses más tarde, se celebró un doble referéndum sobre el rumbo económico del país (unión económica con Francia o Bélgica) y sobre el futuro del régimen político. 77,8% de los electores votó a favor de mantener la dinastía con el reinado de la Gran Duquesa Charlotte.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la familia del Gran Ducado de Luxemburgo se exilió antes de la llegada de las tropas nazis. El ejército alemán violó la neutralidad de Luxemburgo. La Alemania nazi ofreció reintegrar a sus cargos la duquesa, pero ésta se negó. Y empezó a alimentar los focos de resistencia desde la BBC y proponiendo al presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, la entrada de EE.UU. en la guerra. Esta actitud valió la represalia del Reich sobre su hermana, la princesa Antonia de Luxemburgo, esposa del príncipe heredero Rupprecht de Baviera, que fue deportada a Dachau. Charlotte pasó a ser, pues, muy popular como símbolo de la resistencia en el país.
Aunque Luxemburgo fue liberado en septiembre de 1944 por el Ejército de los EE.UU., la batalla de las Ardenas retrasó la plena normalidad. En recuerdo de aquella batalla se conservan sendos cementerios, el americano y el alemán, con miles de cruces con todos los nombres de los soldados muertos, muchos adolescentes. Finalmente, la gran duquesa volvió a Luxemburgo el 14 de abril 1945 y abdicó en 1964, en favor de su hijo mayor, Jean, presente en esta ceremonia en silla de ruedas.
Visité después el Museo de Historia; y allí no se ocultaba que no todo fueron rosas. Y que parte de la población apoyó el nazismo: 3.000 inscritos en la Gestapo y las SS, 10.000 soldados reclutados a la fuerza de los que unos 3.000 renunciaron siendo represaliados; funcionarios colaboracionistas. Con todo, y en plena ocupación nazi, la población se pronunció en una consulta que debía ser rutinaria en contra de la anexión al Reich. Tras la depuración de responsabilidades en 1945, en 1955 se decretaba una amnistía.
¿De dónde venía este estado minúsculo que había resistido en el Tercer Reich? De un ducado medieval que perdió su independencia en el siglo XV pasando tan pronto a la órbita francesa como la germánica. Vidas paralelas con Cataluña. Después de la paz de Wefstàlia, Luxemburgo comienza a ceder el sur en Francia, mientras que en Cataluña le amputan el norte. Después de la guerra Austrias-Borbones, Luxemburgo devuelve a la órbita de la confederación germánica, mientras Cataluña cae bajo la bota borbónica. Y después de Napoleón, que había convertido Cataluña y Luxemburgo, en sendas provincias republicanas de Francia, la primera es sometida a la reacción absolutista del bisabuelo del abuelo de Felipe VI; mientras Luxemburgo alcanza un estatus confederal con los Países Bajos. Con la independencia de Bélgica y la pérdida de la mitad del territorio francófono (1839), Luxemburgo da pasos sucesivos –neutralidad (1865)– hasta la independencia formal (1890). Hace poco más de 100 años.
Realidad actual de Luxemburgo comparada con España. 550.000 habitantes, segundo estado más pequeño de la Unión Europea, después de Malta, por 46 millones de España. En índice de desarrollo humano ajustado por desigualdad, en posición 14, mejorando tres posiciones, mientras España es en la 22, empeorando dos posiciones. El PIB por cápita de 83.100 euros, casi cuadruplica el de España (22.000). La deuda pública de Luxemburgo es el 28% del PIB, mientras España tiene el 103%. El gasto en defensa es 1,16% del PIB y en España el 2,07%. El paro el 5,8% por el 23,2% español. Y la natalidad el 11,30 % por 9,11% de España.
Con todas estas comparativas emocionales, históricas y macroeconómicas no puedo evitar encontrar patéticos los argumentos españolistas sobre la incapacidad de Cataluña de convertirse en Estado, porque sólo ha sido un Principado. O por su escaso tamaño, que parece que para algunos es lo que importa, lo que desmiente Luxemburgo. La modestia de la autoconciencia sobre el propio peso, hace que estados como Luxemburgo tengan políticas sensatas de gasto público, a diferencia de los estados como el español que necesitan marcar paquete. Y por encima de todo, unos valores democráticos y basados en la resistencia antifascista y en la identidad nacional forjada, no por la fuerza del imperio, sino por la voluntad popular de ser. El patriotismo basado en la defensa de lo propio y de la capacidad de incorporar a la emigración –como señala en el museo luxemburgués que visité– me hacía sentir como en casa. Y esta persistencia en la voluntad popular ser –varios referendos ganados–; y la habilidad de ir encontrando fórmulas de soberanía intermedias, hasta la definitiva.