La vía de la seriedad presupuestaria
Para evitar una desaceleración y sus consecuencias es necesario implementar una política propia de la economía abierta
Si Karl Popper oponía la sociedad abierta –el individuo decide responsablemente- a la sociedad cerrada –mágica, tribal, colectivista, llena de tabúes y determinista-, podría hacerse lo mismo con la economía abierta versus la economía cerrada.
La economía abierta de quienes apuestan por la propiedad privada, la economía de mercado, la iniciativa individual, la flexibilidad laboral, la estabilidad presupuestaria, la competitividad, el afán de lucro o la igualdad de oportunidades frente al igualitarismo por decreto.
La economía cerrada, propugnada por cierta izquierda y el sindicalismo de clase, podría abrir la vía a una desaceleración
La economía cerrada de quienes rechazan la economía de mercado, la iniciativa privada o individual, la flexibilidad laboral o la contención salarial, presupuestaria y expansiva. También, de quien castiga con impuestos confiscatorios los beneficios del capital, el ahorro, el esfuerzo y el trabajo.
En la presente coyuntura –caída del mercado durante el cuarto trimestre de 2018, crecimiento moderado, política monetaria incierta y tensiones geopolíticas-, la economía cerrada –propugnada por cierta izquierda y el llamado sindicalismo de clase- podría abrir la vía a una desaceleración.
Para evitar una desaceleración y sus consecuencias –entre otras: decrecimiento económico y del consumo y aumento de la tasa de desocupación- es necesario implementar una política propia de la economía abierta. Por ejemplo:
Décalogo de la economía abierta
1. El incremento de la productividad y la competitividad que no solo beneficiaría a los empresarios, sino también a los trabajadores al aumentar la producción y venta de mercancías que implicaría la creación de nuevos lugares de trabajo.
2. La liberalización del mercado laboral –más liberalización todavía- que facilitaría nuevos contratos de trabajo para los desempleados.
3. La flexibilización de plantillas que abriría la posibilidad de nuevas contrataciones, hoy difíciles por el miedo de las empresas a un empleo casi vitalicio que puede llegar a hipotecar el futuro empresarial.
4. La reestructuración de las plantillas de las empresas en crisis que daría la oportunidad de encontrar empleo a los trabajadores amenazados por la inminente pérdida del puesto de trabajo.
5. La generalización de contratos laborales individuales –sueldos incluidos- entre trabajador y empresa en función de la cualificación profesional y el rendimiento de cada trabajador.
6. La supresión de la cultura de la subvención que permitiría recolocar lo antes posible a trabajadores en otros sectores y liberar recursos públicos para dedicarlos a diferentes menesteres.
7. Una política impositiva no confiscatoria que no hipoteque la inversión, la creación de nuevos puestos de trabajo o la deslocalización empresarial. A ello, habría que archivar la creación de nuevas figuras impositivas.
8. Un control del gasto público –pensiones, salario de los funcionarios o limitación de las política implementadas por los llamados viernes sociales- para contener y reducir el déficit y la deuda.
9. Una política de austeridad en pro de la estabilidad presupuestaria.
10. Reformas estructurales en la vía de la flexibilidad económica en el amplio sentido del término.
No repetir los errores de antaño
Ahora que hemos superado el exceso de déficit –producto de las alegrías expansionistas de la precrisis y primeros años de la crisis-, se trata de no repetir los mismos errores de antaño.
Un peligro que advierte la Unión Europea cuando recomienda que España proceda a un ajuste de 15.000 millones de euros. Pierre Moscovici, comisario de asuntos económicos de la UE: “hay que seguir por la vía de la seriedad presupuestaria”.