La utilidad del PP en Cataluña
La estructura del PP en Cataluña debería, pues, ser el mejor mecanismo de escucha de una sociedad emocionalmente exhausta y preocupada por su decadencia
Tras los días más convulsos de su historia, el Partido Popular celebrará a inicios de abril el congreso extraordinario que elegirá a un nuevo presidente, al sucesor de Pablo Casado. Los afiliados del partido volverán a hacer sentir su voz y su voto. En las primarias de 2018 Casado obtuvo un amplio apoyo de su militancia en Cataluña. En aquel momento su emotivo discurso sintonizó con los anhelos de quienes se habían sentido desamparados durante los asfixiantes años del procés. Es muy posible que en esta ocasión la disputa no esté tan reñida como entonces, y un liderazgo tan natural como galaico apacigüe pronto las aguas y las mentes, recosiendo un partido necesario para el devenir de España. Los retos no serán pocos, ni intrascendentes.
En primer lugar, se deberá construir un proyecto electoralmente atractivo que supere a la actual coalición de la izquierda (mal) gobernante y los separatismos varios. Lejos de efectismos y populismos, deberá elaborarse un programa económico sólido para un escenario poco esperanzador: la pandemia no acaba de irse y la guerra rusa ya ha llegado. La empobrecedora inflación seguirá golpeando a una clase media fundamental para la estabilidad de cualquier democracia liberal. La crisis económica y la crisis política se retroalimentan.
Con todo, y más allá de la economía, la cuestión catalana volverá a emerger tras la aparente calma mediática del post-procés. El apaciguamiento socialista incuba un nuevo golpe. Y, muy probablemente, será al Partido Popular a quien le toque gestionar la reedición sediciosa. Así, es vital aprender de la experiencia y entender mejor la compleja realidad catalana. La estructura del partido en Cataluña debería, pues, ser el mejor mecanismo de escucha de una sociedad emocionalmente exhausta y preocupada por su decadencia. Además, los recursos y la autonomía son aquí más necesarios en tanto que se hace frente a un sistema de medios de comunicación tan hostil como subvencionado.
A menudo me preguntan por la utilidad del PP en Cataluña, ya que los catalanes parecemos eternamente condenados a un gobierno separatista, como el de Pere Aragonès, o a un tripartito de izquierdas igualmente ruinoso. Sin duda, esta resignación ha acabado convirtiéndose en una profecía que se autocumple al motivar en gran parte del no nacionalismo una desconexión de la política catalana y, en consecuencia, el abstencionismo. Pues bien, Cataluña solo frenará su actual declive económico, social y cultural si se reequilibra el eje ideológico – ahora excesivamente escorado hacia la variante más populista de la izquierda- y si hay un cambio real en la Generalitat tras más de cuatro décadas de dominio nacionalista.
Es necesario, para ello, convertir la mayoría social no separatista en una mayoría parlamentaria. Y esta transformación solo será posible con un centro izquierda constitucionalista fuerte y un centro derecha constitucionalista fuerte. Lamentablemente, en la actualidad sufrimos un centro izquierda -el PSC- que es fuerte, pero poco constitucionalista; y un centro derecha -el PPC- que es constitucionalista, pero débil. No obstante, se puede cuadrar el círculo. Si el PPC se fortalece, se crearán incentivos para que el PSC deje de mirar a los separatistas como socios preferentes y vire hacia un mayor constitucionalismo.
Así pues, el futuro presidente del PP nacional no solo necesitará un partido bien arraigado en Cataluña para alcanzar la Moncloa, sino también para evitar que el nacionalismo le organice un segundo procés desde la Generalitat. La consolidación de los liderazgos, la dotación de recursos y la capacidad de interlocución social deberían ser los cimientos de un proyecto que contribuya desde Cataluña a echar al nefasto gobierno de Pedro Sánchez y a centrar la política catalana en lo importante, a saber, la concordia y la prosperidad.