La última tentación de Manuel Valls
Si el ex primer ministro francés decide optar a la alcaldía de Barcelona lo más probable es que acabe como concejal en la oposición
Parafraseando a Clausewitz, podríamos decir que en Cataluña, el fútbol es la continuación de la política por otros medios. Por eso disfrutamos de programas electorales que parecen editoriales del diario Sport antes de un derby y el discurso político es tan simbólico que resulta tan difícil de distinguir de la mera exaltación forofa.
Otra idiosincrasia catalana, consecuencia de esta ósmosis entre fútbol y política, es el apetito por los fichajes estrella, lógico cuando nos damos cuenta de que no hay nada más gratificante para un hooligan que disponer de una celebridad que por un lado personifique la pasión hincha de los suyos y por el otro sea el blanco de las iras del equipo contrario.
La incorporación de Manuel Valls a la política de Barcelona es la constatación de la Doctrina Bosman al municipalismo
Esto no deja de ser una peculiar manifestación contemporánea del paganismo idólatra de nuestros ancestros romanos.
Viene siendo tradicional que en los prolegómenos de cada nueva temporada deportiva se desaten los rumores acerca de nuevos fichajes.
En otro ejemplo de cómo la política imita al deporte, este año los mentideros políticos especulan acerca de la incorporación de Manuel Valls a la contienda por el Ayuntamiento de Barcelona, mediante una peculiar aplicación de la Doctrina Bosman al municipalismo.
Manuel Valls logró nacer en Barcelona gracias a que sus padres, residentes en París, se tomaron unas vacaciones de verano precisamente organizadas para que Madam Valls rompiese aguas en la Ciudad Condal.
Valls cometió el error de dimitir como primer ministro para optar a la presidencia de Francia
El resto de su vida transcurrió en tierras francesas, donde desarrolló una brillante carrera política que le llevó a ostentar sucesivamente los cargos de ministro del interior y de primer ministro del gobierno francés, bajo François Hollande.
Cometió entonces Valls un error propio de Ícaro, abriendo la ventanita de su particular calendario de adviento el 5 de diciembre de 2016, haciendo pública su dimisión como primer ministro a fin de optar a la presidencia de Francia.
Contra todas sus expectativas, Valls no logró superar el proceso selectivo de las primarías, y cayó en desgracia ante la Alta Autoridad de las Primarias Ciudadanas, que le afeó sin ambages su falta de lealtad incumpliendo su palabra cuando declinó dar su apoyo a Benoît Hamon, ganador de las primarias presidenciales.
La candidatura de Valls en Barcelona
En tiempos más recientes, Manuel Valls ha puesto sus ojos en Barcelona, prodigándose al lado del constitucionalismo catalán frente al proceso independentista.
Valls ha gozado de notable éxito entre los opositores al separatismo, seguramente no porque haya dicho nada que no hubiese sido dicho antes y mejor por los políticos locales, sino porque lo decía un francés. Los Pirineos siguen pesando en el subconsciente colectivo catalán.
El hecho que Valls sea candidato es la constatación de la falta de liderazgos fuertes en Barcelona
En cualquier caso, esta popularidad de Valls ha llevado a que se le ofrezca ser candidato a la alcaldía de Barcelona en las elecciones del próximo año.
Al margen de que a mi juicio, esta oferta, lejos mostrar fortaleza, denota la debilidad que se deriva de la incapacidad de crear liderazgos fuertes que sintonicen con las aspiraciones de las clases urbanas cosmopolitas, será difícil que la candidatura no caiga bajo la sospecha de ser un producto de mercadotecnia electoral carente de un proyecto sustancial y genuino para la ciudad.
Sin caer en la entrañable megalomanía maragalliana del estado-ciudad, Barcelona es una metrópolis cuya entidad y personalidad la hacen merecedora de una dedicación exclusiva, incompatible con otras agendas.
Quienes ponen ante Valls este cáliz ignoran todo esto bajo su cuenta y riesgo, y se juegan arrastrar al consistorio a una polarización paralizante, pasando por alto que el ayuntamiento no puede ser instrumentalizado como plataforma, por no ser nada más ni nada menos que una administración de proximidad, cuya gestión debe centrarse en los problemas cotidianos de los ciudadanos. De todos los ciudadanos.
Técnicamente, hacer posible la candidatura de Manuel Valls no se diferencia mucho de cómo tuvo lugar su nacimiento en Barcelona.
De hecho, bastaría con darle la vuelta al espíritu de la legislación europea que permite a los ciudadanos comunitarios residentes en otro país presentarse a las elecciones locales, empadronando a Valls en Barcelona en el momento adecuado.
Es muy distinta la presidencia del Gobierno francés que el día a día de la política municipal
Naturalmente, esto sentaría un precedente que haría bueno exportar e importar candidatos forasteros según las necesidades del comité de listas de turno, pero ese es otro tema.
Políticamente, es dudoso que quien ha ostentado la presidencia del Gobierno francés se adaptase grácilmente en caso de ganar a la mundanal gestión de la recogida de basuras y la otorgación de licencias municipales, a los plenos interminables y al increíblemente detallado conocimiento de cada distrito, de cada gremio y de cada asociación vecinal que necesita demostrar un buen alcalde.
Si Manuel Valls se deja llevar por la tentación de los cantos de sirena, y decide optar a la alcaldía de Barcelona, lo más probable es que acabe como concejal en la oposición, después de haber sufrido el fútil calvario público al que le someterán sus adversarios, que pondrán despiadadamente en evidencia que Valls está en la inopia con respecto a la realidad municipal barcelonesa.
Como en el fútbol, la política en la Ciudad Condal no da cuartel, y como Saturno, devora a sus hijos. Pregúntenle a Pascual.