Decía una experto emprendedor hace días a la contra de La Vanguardia, que la Administración no tiene que molestar, y en todo caso apoyar, y acompañar los emprendedores (y las empresas). También decía que había aprendido más de sus fracasos que de sus éxitos. Estoy de acuerdo.
En nuestro país, a pesar de que la mayoría reniega abiertamente, estamos impregnados de una moral cristiana que proviene de los tiempos de Tomás de Aquino y que ve el enriquecimiento y el lucro como algo muy negativo (¡pecaminoso!). Sólo hay que abrir la prensa para que nos aparezca el dibujo de un señor con sombrero de copa, con traje y fumando un habano, y todo el mundo piensa inmediatamente en un empresario. En muchas de las series de TV3, el malo es el empresario ni que se dedique a un pequeño negocio.
Con esta fama, ¿quién encuentra extraño que un 60% de nuestros estudiantes universitarios quiera ser funcionario? ¿Quién se dedica a ser emprendedor? Aquellos que son o muy inconscientes o muy alocados, y a veces las dos cosas.
La segunda gran crisis son las ventas. Como hay menos liquidez, es decir, como corre menos dinero, también hay menos transacciones, y esto quiere decir menos ventas.
Pero las empresas habían crecido en estructura de acuerdo con sus ventas. Con caídas de facturación del 20%, del 30% o en muchos casos del 50%, las estructuras (personal, alquileres, flota, almacenes, stock, etc..) y su coste se han vuelto insostenibles. Pero mientras las ventas se pueden perder, en muchos sectores, de un mes a otro, la estructura no. El personal se tiene que indemnizar, los alquileres tienen penalizaciones, los stocks se tienen que malvender, la flota si es de renting (la mayoría) tiene unos contratos que hay que agotar.
El último gran problema de las empresas es financiero. Los grifos de crédito se han cerrado de forma drástica y en muchos casos torpemente. En algunas empresas, cuando se ha tenido que renovar la póliza de crédito, la han cancelado, por sorpresa, sin ni siquiera comunicarlo. Como ninguna empresa trabaja con una sola cuenta, el resto de bancos se han quedado colgados, y se ha producido una estampida de ‘¡tonto el último!’ del resto de entidades. Esto ha obligado a detraer recursos de la empresa donde seguro eran más productivos.
En otras muchas ha significado el concurso de acreedores o la quiebra. Recuerdo el caso de una directora comercial de un importante banco de Catalunya confesándome que su entidad estaba haciendo verdaderas barbaridades económicas. Por ejemplo, en aquella empresa que había tirado la casa por la ventana y era absolutamente inviable, el banco le hacía una quita y le alargaba los plazos de pago con moratorias de tres o cinco años.
En cambio, si la empresa tenía bastante solvencia, y por lo tanto era viable, el banco le bajaba el límite de crédito y la dejaba con la piel en los huesos, para cumplir objetivos de los directivos. Como el objetivo era reducir el endeudamiento con las empresas, las buenas pagaban ‘el pato’ de las malas. Lamentable. Injusto. Pero real. Entiendo el objetivo del Banco de España de reducir la exposición del riesgo empresarial. A nivel macroeconómico es correcto. Pero si se hace perjudicando las empresas viables, nos cargamos el futuro del país. Éste es un claro ejemplo de mala gestión de una buena norma.
Cualquier cosa antes de que salga a la luz que los que la hicieron gorda y concedieron créditos a quienes no tocaba, son los que ahora se están cargando la economía productiva, y por lo tanto el futuro crecimiento del país.
Este es el panorama actual y dudo que tanto Rajoy cómo Rubalcaba lo entiendan (¡y ya no hablo de Zapatero!). Los dos funcionarios de carrera (Rajoy, registrador de la propiedad, y Rubalcaba profesor universitario). No estamos de acuerdo, nos quejamos, pero lo aceptamos, porque este es el país que tenemos, el que hemos creado y el que nos merecemos.