La tribu

Una persona a la que respeto mucho me preguntaba hoy de qué tema podía hablar en su artículo mensual. Es difícil no hablar, le he dicho, de la sentencia del TC, del debate Rajoy-Pedro Sánchez, o de la sanción cautelar al Juez Santiago Vidal, pero a la vez son temas tan comentados que cuesta mucho decir algo nuevo.

De hecho, lo que dice alguien, cualquier, incluso aquellos que salen en los medios y son independientes, es perfectamente previsible. Vivimos en una sociedad en la que la opinión que nos merece alguien sólo depende de la relación que esa persona tiene con nuestra tribu.

Por ejemplo, ahora han suspendido el juez Santi Vidal porque en su tiempo libre se ha dedicado a escribir, sin que nadie le haya encargado, un libro de ficción: la Constitución de una Cataluña independiente. Sería noticia ver a alguien de ideología anti-independentista criticar la sentencia. La mayoría de los que no piensan como él, dirán: «¡Ya le está bien!». No es de su tribu. Por este mismo criterio, a Galileo Galilei fue condenado por herejía a nueve años de arresto domiciliario porque sus teorías iban contra las escrituras sagradas. Muy poca gente del clero lo defendió. No era de su tribu.

Mirando más de cerca, hace unos días estuve haciendo una selección de un proveedor para la institución donde trabajo. De los tres líderes españoles, dos son originariamente catalanes pero, anecdóticamente, sus marcas no llevan nombres catalanes (uno es castellano y el otro latín). Cuando le contaba a una persona que me costaba elegir entre uno y otro, me dijo: «¿Y por qué no eliges que sean del país?» Y me dio el nombre de una empresa, catalana y muy buena, pero que se queda a mucha distancia de las ventajas de los otros tres proveedores. El problema no es la catalanidad de las empresas, el problema es que la catalanidad se utilice para que mi tribu venda más.

Recuerdo la anécdota que contaba un amigo recién nombrado miembro del Consejo General del Poder Judicial sobre un juez que había dicho una barbaridad sobre el entonces presidente José María Aznar. El bloque de magistrados elegidos a propuesta del PP quería una sanción ejemplar. En cambio, los miembros elegidos por otras fuerzas, parecía que no le importaba demasiado. No se manifestaban.

Mi amigo, se había estudiado el caso y defendía firmemente que a aquel juez le amparaba el derecho de expresión. Casualmente aquel infortunado era de la misma comunidad autónoma y tenía el mismo apellido que el que nos contaba la anécdota y lo defendía. Así que cuando salieron de la sala, el amigo jurista recibió las disculpas de uno de los que durante el debate callaba y otorgaba.

-¿Disculpas por qué? – Este juez debe ser pariente tu ¿verdad?

– No lo conozco de nada.

– ¡Ah! ¿no? ¿Y entonces por qué lo defendías?

– Porque creo en la libertad de expresión de la magistratura. ¿Tú no lo ves igual?

-Si, yo pienso igual

-Entonces, ¿por qué no lo has defendido?

– Porque no era uno de los nuestros…

Mi amigo se quedó perplejo, y en poco tiempo aprendió rápido cómo funcionaba el CGPJ. Y en cada caso, lo primero que se miraba era si el expediente del individuo era o no de su tribu.

Quiero terminar con un último ejemplo porque se entienden muchas cosas que han pasado en el país si todo lo vemos en esta clave de pertenencia y protección de la tribu. El caso de Jordi Pujol Ferrusola no tiene ton ni que salga ahora. Su gusto por los coches de lujo antiguos tiene casi un cuarto de siglo y nunca ha dejado de pasearlos por toda Catalunya. Los negocios ya los hacía cuando un servidor aún estudiaba el bachillerato.

Y si se aprovechó de su padre, estamos hablando de 2003 hacia atrás, es decir hace doce años o más que lo hizo. El dinero en Andorra me parece de un fariseísmo desaforado… Pero ¿de qué estamos hablando?  ¿Pero que nos hemos vuelto todos suecos? Ahora resulta que la única familia de Cataluña que tenía dinero en Andorra era la familia Pujol. Aquí lo que ha cambiado no es que ahora seamos más honestos y más transparentes. Desgraciadamente no. Lo que ha pasado es que mientras el jefe de la tribu estaba, nadie se percataba ni de los coches ni de los negocios del Junior. Pero una vez que el patriarca se inmoló, las lealtades tribales dieron un giro. Y las mezquindades aparecieron como setas.

Aquellos que han vivido a cuerpo de rey de la tribu, ahora salen explicando «que el Junior hacía movimientos extraños en el Palau de la Generalitat». Pues yo, si fuera juez, lo primero que haría sería imputar a todos por encubrimiento. Porque si sabían algo, lo tenían que denunciar. Y si no lo dijeron, fue porque no vieron nada, y si lo vieron, tuvieron miedo de perder todos los privilegios y ser expulsados ​​de la tribu. Y por lo tanto, su silencio les benefició mientras eran leales. Lo que los hace hoy execrables.

Afortunadamente no todo el país es así y cada vez nos importa más el valor y las habilidades de las personas, independientemente de si son amigos, amigos de amigos o de nuestro entorno tribal. Pero este rasgo cultural tan nocivo para la cosa pública, quizá explica nuestra cultura y nuestra manera de hacer.