La trampa del cara a cara

Llevamos algo más de treinta años de democracia y los medios de comunicación aún no se han enterado de que España no es cosa de dos. De socialistas y populares. Durante la transición se mantuvo el pluralismo por miedo, porque se creyó que dándole cuota de protagonismo a los comunistas y a los nacionalistas se cauterizaba el peligro «rojo separatista», la bicha de los franquistas durante años. España no fue cosa de dos ni durante la Guerra Civil.

En ninguna de las diez legislaturas desde que en 1977 se inaugurase la constituyente, las Cortes han sido cosa de dos. En la constituyente había 9 grupos parlamentarios distintos (incluyendo el mixto), pero es que en la primera legislatura, la de 1979 a 1982, ya eran diez, con tres grupos parlamentarios socialistas distintos —el del PSOE, el vasco y el catalán— que sucumbieron ante el efecto 23F (primera rectificación centralista del Estado Autonómico) y después de la victoria de Felipe González, esa tropa de nacionalistas de izquierda que sustituyó a los patriotas de derechas reciclados del franquismo.

El régimen político español se resiste, sin embargo, a reconocer ese pluralismo a pesar de que en la legislatura que dejamos atrás el Congreso de los Diputados estaba compuesto por un buen número de grupos parlamentarios: Popular (185 miembros), Socialista (110 miembros), Catalán (CiU, 16 miembros), Izquierda Plural (IU, ICV-EUiA, CHA, 11 miembros), UPyD (5 miembros), Vasco (EAJ-PNV, 5 miembros) y el Mixto, con 18 miembros de partidos varios: ERC, Compromís, Amaiur, Coalición Canaria, etc. La España plural de verdad cuya voz queda sofocada porque el sistema de partidos en España está fragmentado en subsistemas que representan sociedades nacionales distintas.

El pluralismo político existe en España desde mucho antes de que Podemos y Ciudadanos irrumpieran en la actual campaña electoral. C’s, nacido en Cataluña para combatir la inmersión lingüística, es producto del subsistema nacional de partidos, que se mantiene invariable aunque cambien los nombres de esos partidos. Podemos y C’s, por tanto, sólo amplían un pluralismo político —y nacional— que ya existía anteriormente. Su presencia no es ningún síntoma de nada que tenga que ver con la necesidad de enriquecer la democracia, porque en todo caso son la consecuencia de la crisis de los partidos tradicionales, atenazados por la falta de ideas, la corrupción y más falta de ideas, que es el ciclo que han seguido el PSOE y el PP alternativamente.

Es por lo que acabo de referirles que el debate del otro día entre Pedro Sánchez y Mariano Rajoy me pareció tramposo y bastante casposo, lo que incluye la presencia de un conductor que sólo vive de su fama pasada para convertirse en árbitro de un debate cuando ya no tiene oficio para hacerlo. Manuel Campo Vidal vive, precisamente, de la fama que obtuvo en los tiempos en los que moderaba debates electorales a cuatro o a cinco bandas. «Todo pasa y todo queda», como escribió Machado, pero lo nuestro es pasar, ¿verdad?

Aun cuando Cataluña ya se hubiese separado de España, ese debate no tendría sentido plantearlo de esa manera, cara a cara. Los cronistas señalan que Sánchez y Rajoy protagonizaron una bronca más o menos incómoda, con ataques personales y continuos reproches cayendo en la guerra del «y tú más» que terminó por emborronar el que estaba llamado a ser el «debate decisivo». ¿Dónde está la trampa? La trampa fue de los medios de comunicación que se entregaron a esa farsa que falsea el pluralismo español. Pero la guindilla la pusieron los dos chicos «malos» de la «nueva» política.

A ellos se les reservó, a pesar de que no disponen de representación parlamentaria, el papel de «tertulianos», que es lo que les va. Propaganda gratis que la Junta Electoral Central (JEC) debería haber sancionado y que Rivera e Iglesias desdeñaron por ser exponente de una política obsoleta, «vieja», cuando resulta que ellos son el recambio lampedusiano del régimen monárquico español.

Iglesias se atrevió a asegurar, demostrando hasta qué punto tenían razón los que reclamaban un Podemos de derechas, que «nadie nos habrá visto insultarnos de esa manera», en sus cuatro intercambios con el presidente de C’s. A Rivera no se le insulta pero cuando viajó a Cataluña en la campaña electoral pasada le reprochó a David Fernández, de la CUP, su «famoso» abrazo con Artur Mas.    

España es una monarquía parlamentaria de bastante baja calidad democrática porque, además de los déficits legislativos, tiene unos dirigentes políticos mediocres que mienten compulsivamente. Mienten los viejos y mienten los nuevos, porque a todos les falta un proyecto que supere la mera intención de ocupar el poder.

Los alternativos denuncian esta anomalía hasta que les llega la hora de renunciar para dejar a un lado el sonsonete «regeneracionista», sea en versión Massimo Dutti o en versión Zara. Al fin y al cabo ambas marcas pertenecen al grupo Inditex del multimillonario Amancio Ortega, quien en sus mocedades les pasaba dinero a los maoístas de Bandera Roja por razones sentimentales y familiares. Puro teatro, como el cara a cara entre Sánchez y Rajoy.