La tragedia de España: Rajoy no necesita Cataluña

El PP lo había intentado todo en Cataluña. Había demostrado una cierta predisposición, cuando José María Aznar, con un cierto propósito regenerador, soñaba con tener a su lado al catalanismo conservador, el que había propugnado en su momento Francesc Cambó con aquello de la España grande. Aznar lo intentó en su primera legislatura, cuando, en sus cenas periódicas en Cataluña con intelectuales y prohombres catalanes, iba limando asperezas y proponiendo un marco de juego que pudiera ser común, siempre con esa idea de un renacimiento de España como sujeto en el orden internacional, una España con una Cataluña moderna como bandera. Pero ni lo supo hacer, ni hubo tampoco complicidad con su proyecto desde el bando catalán, a pesar de la buena voluntad de políticos como Josep Piqué. Y lo que pasó en su segunda legislatura, con la mayoría absoluta de 2000 lo acabó de rematar.

Ahora la situación obligaría a pensar que el PP necesita más que nunca a Cataluña. La necesita para que el conjunto de España se recupere económicamente, para que se ofrezca una imagen de colaboración entre todos, entre el mundo económico, el social y el cultural, y para relanzar un país que está de nuevo –se reconozca o no– en los vagones posteriores del tren europeo. Pero la paradoja es que si España necesita Cataluña, el PP no la necesita para nada. Y eso es una tragedia para los que siguen pensando en la viabilidad de un proyecto conjunto.

Las elecciones de 2000 son ilustrativas por un hecho que explica la tesis que indica el título de esta columna. El PP consiguió, por primera vez en la democracia, tener un diputado por Girona. La provincia más rica de España no tenía representación del PP en el Congreso de los Diputados. Sin embargo, lo perdió de nuevo. Y sólo lo recuperó en las elecciones de 2011, en la figura del actual número dos del partido en Cataluña, Enric Millo, un político conocido en Girona, porque había sido dirigente de Unió Democràtica durante muchos años.

En esas elecciones de 2011 se desvelan muchas cosas. El PP consiguió la mayoría absoluta, con 186 diputados, por los 110 del PSOE, los peores resultados de los socialistas en democracia. Pero en Cataluña el PP fue la tercera fuerza, con 11 escaños, por debajo de los 16 de CiU, y los 14 del PSC –el peor resultado de los socialistas catalanes, también de su historia, que siempre había ganado las elecciones generales en Cataluña.

¿Qué quiere decir? Que el PP puede gobernar España, sin problemas, con mayorías absolutas, pasando de sus resultados en Cataluña, y de sus dirigentes en Cataluña, cosa que no puede hacer, aunque quisiera, el PSOE. Porque, y siempre es complicado afirmarlo porque se pueden herir sensibilidades personales, ¿cómo es posible que Mariano Rajoy siga sin entender que su actual responsable del partido en Cataluña, Alicia Sánchez-Camacho ya no va a conseguir más adeptos que los ya muy, muy convencidos?

No hay dirección, no hay un discurso, no hay una política clara sobre el papel, por ejemplo, que podría ejercer el centro de RTVE en Cataluña. Nada. Simplemente no interesa.

Otra cosa es que el Gobierno español se deje de implicar en las finanzas de Cataluña, o en las inversiones necesarias, o en las necesidades del tejido empresarial. Pero un interés electoral por Cataluña no existe. Los datos son elocuentes.

¿Conclusión? A Rajoy le ha llegado la hora de escoger. O es un presidente del Gobierno de todos, y actúa como un hombre de Estado, y atiende la urgente reforma de la Constitución –no sólo para solucionar el encaje de Cataluña, pero también, y principalmente para ello– o prefiere seguir siendo el máximo dirigente de ‘un’ partido, el PP.

Si decide la segunda opción, lo que ha ocurrido hasta ahora en Cataluña, con el proceso soberanista, con la consulta ya convocada desde este sábado, puede ser una broma. Y Cataluña se acabará yendo.