La Tercera República puede esperar
Hay algo que ahora interesa más a PSOE y Podemos: un Estado de corte autoritario gobernado, en la medida de lo posible, a golpe de decreto
¿Y si España –políticamente hablando– estuviera regresando de 2020 a 1931? ¿Y si en España existiera alguien dispuesto a retornar a 1931? ¿Por qué y para qué volver a la coyuntura de 1931? ¿Qué tiene 1931 que pueda interesar hoy a determinadas fuerzas políticas?
Modelo destituyente 1931
Lo que puede interesar del modelo 1931: una coyuntura política inducida susceptible de conducir a lo que se ha denominado “proceso destituyente”. Ni rebelión, ni sedición, ni revolución. Un “proceso destituyente” que genera “una atmósfera de legitimidad plebiscitaria que más pronto o más tarde reclamará su propia Constitución de nueva planta” (Ignacio Camacho, Proceso destituyente, 14/6/2020).
¿Qué ocurrió en la España de 1931? Unas elecciones municipales –que las izquierdas ganan en las grandes ciudades y pierden en el conjunto del territorio– que se traducen en el cambio de la forma de Estado en España. De la Monarquía a la República.
Sorprendente. Pero, menos. Las izquierdas –políticas, sociológicas, sindicales, periodísticas e intelectuales– fueron capaces de construir una “atmósfera de legitimidad plebiscitaria” que, finalmente, acabó destituyendo, de un porrazo, por la vía de unas elecciones municipales perdidas, a la Monarquía y su Gobierno.
Vale decir que la atmósfera que facilitó la destitución florece en una determinada coyuntura: crisis económica, malestar social, enfrentamiento cainita derecha/izquierda, el “problema catalán” y su vocación anticonstitucional, críticas lacerantes a la monarquía, reforma constitucional frustrada, y la demagogia y el populismo de unas izquierdas que proponen su particular revolución social.
Un frentismo inducido que alumbró el Pacto de San Sebastián (1930) firmado por republicanos, socialistas, regionalistas e intelectuales.
El discurso: “Surge de las entrañas sociales un profundo clamor popular que demanda justicia y un impulso, que nos mueve a procurarla. Puestas sus esperanzas en la República, el pueblo está ya en medio de la calle… la revolución social será siempre un crimen o una locura donde quiera que prevalezca la justicia y el derecho; pero es derecho y es justicia donde prevalezca la tiranía”.
Y José Ortega y Gasset que toma la palabra: “¡Españoles! ¡Vuestra patria ya no existe, reconstruidla! ¡Delenda est monarquía!”
Ya habrá tiempo –previo desprestigio de la Monarquía– para aterrizar en la pista republicana de 1931
Finalmente, para evitar lo peor, Alfonso XIII, antes de marchar voluntariamente al exilio, declara: “…Soy el rey de todos los españoles y también español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, pero estoy dispuesto de una manera eficaz a apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil”.
Adiós, también, a la roja y gualda –por cierto, bandera de la Primera República– y la Marcha Real en favor de la tricolor y el Himno de Riego. Todo ello en el lapso de tiempo que va del 12 de abril al 14 de abril de 1931.
Modelo destituyente 2020
Aquellos eran otros tiempos. Pero, ¿no perciben una semejanza estructural entre la España 2020 y la de 1931? Una crisis económica que abona la demagogia y el populismo de una izquierda empeñada en conducirnos al cielo, una polarización política y social que se manifiesta en la calle, un nacionalismo catalán que vuelve a las andadas, y ese sacar tajada del comportamiento de Juan Carlos I para fundir la Monarquía.
Ítem más: ¿no perciben ustedes esa “atmósfera de legitimidad plebiscitaria” en las decisiones políticas, el relato y manifestaciones retóricas o callejeras de unas izquierdas que, hoy como ayer, practican el yudo moral –¡fascistas!– contra cualquier adversario político? ¿Les suena el lenguaje antes citado del Pacto de San Sebastián? ¿Les suena el discurso de José Ortega y Gasset? Y ahí está la prensa amiga.
Primera pregunta: PSOE y Unidas Podemos, ¿están interesados en crear una “atmósfera de legitimidad plebiscitaria” –de hecho, cavar una trinchera política e ideológica– frente a una derecha desdeñada por no “arrimar el hombro” –traducción: adhesión o exclusión de ese “estorbo” que es la derecha– y una extrema derecha con vocación parlamentaria de José Calvo Sotelo que no conduce a ninguna parte? Afirmativo.
Segunda pregunta: ¿para qué? ¿Quizá para proceder al cambio de la forma de Estado en España? ¿La Tercera República con la tricolor, el Himno de Riego y una nueva Constitución republicana? Negativo. De momento.
Las izquierdas –ni rebelión, ni sedición, ni revolución–, conscientes de la dificultad que implica una reforma constitucional que se traduzca en un cambio –un proceso destituyente– de la forma de Estado, se conformarían con la “atmósfera de legitimidad plebiscitaria” que les consolidaría en el poder vía debilitamiento y colonización de las instituciones. Y ya llegará –piensan–, tras desactivar paulatinamente la Constitución vigente, la “nueva planta”.
A medio plazo, ¿una Tercera República presidida por José Luis Rodríguez Zapatero con un gobierno encabezado por un Pedro Sánchez que entienda que “quizá sea el momento” de incorporar ministros independentistas para “explorar nuevos caminos y encontrar soluciones”, en palabras de Zapatero? Quizá.
En cualquier caso, hay algo que ahora interesa más al conglomerado PSOE-Unidas Podemos: un Estado de corte autoritario gobernado, en la medida de lo posible, a golpe de decreto. Ya habrá tiempo –previo desprestigio de la Monarquía– para aterrizar en la pista republicana de 1931. La Tercera República puede esperar.