La teoría del bloque de poder y el vodevil

La concatenación de hechos alumbraría que el PSOE es consciente desde 2008 que no volverá a gobernar en solitario. Sánchez pretende triunfar donde ZP falló

Hace dos nocheviejas, Idoia Mendeia, brindaba por la paz con Arnaldo Otegi. Pero el blanqueo del líder abertzale empezó años antes. El expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE), lo reconoció abiertamente en noviembre pasado.

“Para la historia, para la paz, Otegi fue un político decisivo”, aseguró. Nótense los sustantivos “paz” y “político”. El currículum violento dejó de existir para la cofradía socialista. Obra y gracia de Rodríguez Zapatero, que reconocía, hace pocos meses, una estrategia que activó en el 2008, cuando aún ocupaba la Moncloa.

Decidió, al ver en peligro su continuidad, que la izquierda radical vasca podría ser, al margen de cómo se hiciera llamar, ineludible para su proyecto de poder. Necesitaba un líder capaz de alinear a los abertzales cuando fuera preciso. Debía fabricarlo e institucionalizarlo. Y, por supuesto, ETA debía desaparecer.

No todo es tan altruista como parece. Pero bien está lo que bien acaba.

Los socialistas de Rodríguez Zapatero también requerirían al independentismo catalán y a la muleta comunista de turno para continuar en el Gobierno con una tercera legislatura de la ceja. Da la sensación de que el exsecretario general socialista sólo se equivocó al menospreciar la crisis financiera.

Y aunque muchos lo acusaban de deambular en discusión permanente con la inteligencia, el paso de los años quizá pruebe que, al menos, Rodríguez Zapatero sí tendría cierta capacidad para la estrategia política.  

Esta semana, mientras el PSOE firmaba la derogación de la reforma laboral del 2012 con Bildu –huelga incidir en la génesis o el día a día del partido— a espaldas de empresas y sindicatos, los cachorros abertzales de Otegi “escracheaban” a Mendeia en su propia casa. No se brinda más.

Es importante el siguiente antecedente: cuando Fernando Grande Marlaska era juez, envió a Otegi a prisión por incitar a la violencia callejera durante varias huelgas generales en el 2006. El currículum persiste a pesar del blanqueo. Y al cierre de este artículo, ni Bildu ni Otegi han condenado el acoso a la jefa vasca del PSOE.

Hay más. El heredero de Zapatero y actual inquilino monclovita, Pedro Sánchez, pactó al margen de buena parte de su propio gabinete, pero mantenía a Pablo Iglesias perfectamente informado. El desprecio de Sánchez por los suyos tiene una única explicación posible y superaría al propio personaje: sigue la misma senda.

En las próximas semanas, con toda probabilidad, vislumbremos que Rodríguez Zapatero, efectivamente, tramó un plan que Sánchez se encargará de recuperar y rematar. De lo contrario, el actual presidente habría destituido ya a Iglesias. Tenía, tiene, razón: Podemos es un socio desleal e incompatible con el sueño (pero necesario).

Así que el pasado miércoles asistimos a la mutación del llamado “bloque de la moción de censura” en un bloque de poder revolucionario que asimila de manera estructural a Otegi, quien además influye, por no osar a escribir que manda, en las esferas separatistas catalanas.

Rodríguez Zapatero por fin ve cumplido su anhelo. Quizá en este artículo se peque de ingenuidad y todo sea casualidad… pero ¡menuda casualidad!

Justifiquemos ahora el adjetivo ‘revolucionario’. El vodevil posterior a la votación de la nueva prórroga de la alarma se debe a que buena parte del PSOE, empezando por la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, conocía nada del asunto. Pero ahí siguen.

Semejante cabaré no debería distraernos de la mayor. Si la derogación de la reforma laboral se lleva a cabo en 15 días por decreto-ley, quedará sobradamente probado ese adjetivo, ‘revolucionario’. La reforma laboral del 2012 es una ley orgánica que exigiría un debate parlamentario y mayorías reforzadas para su modificación.

Su abolición inmediata sin control del Congreso aflora que se constituye en España, con el visto-bueno del PSOE, un bloque capaz de recurrir a cualquier mecanismo, incluido un estado de alarma, para imponer su programa político sin las mayorías suficientes.

Ya lo hemos visto en Cataluña. Y curiosamente también empezó con Rodríguez Zapatero. Triste final para Ciudadanos.

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