La suerte está echada

Esta frase se atribuye a Julio César, cuando dijo Alea iacta est en el momento de pasar el Rubicón. Se usa cuando es evidente que resulta imposible modificar una situación, en especial su desenlace. Eso es lo que está a punto de ocurrir con la intensa campaña electoral que se cierra esta noche con los principales mítines de los partidos y coaliciones contendientes.

Según algunos analistas, hay electores que deciden su voto durante las 48 horas finales, pero la mayoría de expertos coincide en que el elector llega al decisivo momento de depositar la papeleta con su decisión ya tomada y es rara la situación que pueda modificarla. Lo de la «jornada de reflexión» es un invento español. Es otra de esas peculiaridades hispánicas —que me parece que también existe en Argentina, pues en Italia y Francia, que también existe, no la cumplen— que refuerza el viejo eslogan franquista según el cual «Spain is different«.

La ley electoral española de 1985 no menciona expresamente la jornada de reflexión, aunque acota el periodo en el que se puede hacer propaganda política y pedir el voto. Así se estableció ya en 1977 mediante decreto ley y así sigue.

En enero de 2011, durante la última reforma de la ley electoral (Loreg), ningún partido vio la necesidad de cambiar las restricciones temporales. Es otra de esas «liturgias electorales», como los mítines, que a mi modo de ver responden a otros tiempos. Las redes sociales y los medios online han dado un vuelco a lo que eran las campañas electorales antes de Internet. En la era digital, tratar de paralizar el debate político es inútil. Personalmente, prefiero el fair play anglosajón que permite hacer propaganda, incluso ante los colegios electorales en el día de la votación.

La orientación del voto no depende de las normas elaboradas hace tres décadas, como se pudo comprobar en las elecciones de 2004, cuando tras el atentado en Madrid del 11M, el PP perdió unas elecciones que las encuestas indicaban que iban a ganar. No fue el atentado en si lo que dio el triunfo al PSOE. Fueron las mentiras del PP sobre los autores del atentado lo que les llevó a la ruina. El elector penaliza a los mentirosos. Eso es lo que creo que volverá a pasar el 27S. Les explico.

Los partidos unionistas han planteado muy mal esta campaña. Estos partidos confían en frenar una mayoría absoluta de la lista independentista si consiguen captar a la mayor parte del nuevo electorado y de aquellos electores que habitualmente están menos movilizados en este tipo de citas. PSC, PP, C’s y hasta la marca local de Podemos se vuelcan en la disputa de última hora para recabar ese apoyo en el área metropolitana de Barcelona.

Su gran problema es que lo hacen en clave española y no catalana, lo que les sitúa en una posición perdedora de entrada, porque el pulso entre Podemos y C’s tiene como punto de mira La Moncloa y no la Generalitat. Nunca como en esta ocasión los herederos del comunismo catalán fueron tan descarnadamente subalternos. Los viejos luchadores lo saben y eso explica que intelectuales de izquierdas, entre ellos Xavier Folch, Borja de Riquer, Perejaume, Anna Sallés e Ignasi Riera, presentasen el manifiesto «Crida 27S» pidiendo el voto por los partidos independentistas.

Ningún partido unionista está en disposición de ganar estas elecciones y sus resultados, vistos individualmente, son pobres, muy pobres, teniendo en cuenta que se prevé que haya una participación histórica, en torno al 75%. Casi 14 puntos por encima de la media en las autonómicas catalanas, aunque hace tres años, en 2012, ya se alcanzó el récord con una afluencia a las urnas del 69,6%, casi diez puntos más que en la cita anterior (2010).

En 2012, la victoria de los soberanistas fue inapelable. Los unionistas lo saben y por eso apelan a la mayoría contada a través de los votos y no de los escaños, porque dan por descontado que los soberanistas ganarán por una diferencia abrumadora respeto al segundo clasificado. Da igual, porque quien se quiera engañar se engañará igualmente.

Lo que está claro es que el independentismo no es una moda pasajera ni esa especie de «racismo light» que describe con mucha pedantería el profesor Pau Luque Sánchez, residente en México, en «Nos irá mejor sin ellos«. Ese «ellos» es España —o los españoles— e intenta descalificar al soberanismo por insolidario y en consecuencia por no ser de izquierdas. El problema de este señor —un problema que comparte con los unionistas—, es que defiende el Estado como algo inmutable y por lo tanto entiende que la solidaridad sólo puede darse dentro de esas fronteras, las fronteras de España.

Lo que no entienden los unionistas, o se resisten a entender, es que el nuevo Estado catalán será tan plural como lo es hoy la Cataluña autonómica. Lo que habrá cambiado es la soberanía, eso no vamos a negarlo, y la solidaridad se dará dentro de esas fronteras, que serán tan laxas como pueden serlo las españolas en el contexto europeo. En fin…

Me despido de ustedes después de estos días de campaña y de intensos de artículos que desearía que les hubiesen servido de algo. Espero reencontrarles próximamente en mi columna habitual en este diario. Ya saben, el domingo vayan a votar. Yo lo haré, y supongo que no les descubro nada si les digo que votaré a Junts pel Sí. Las cosas claras, sin las trampas que les quieren colar algunos periodistas de pacotilla.