La soledad de Cercas

Una espiral de silencio se cierne sobre la disidencia. Mala cosa. Es bien conocido que el escritor Javier Cercas ha sido acorralado por algunos corifeos del soberanismo que le cuelgan falsas declaraciones tratando de desnaturalizar las razones, discutibles, de su crítica frontal al derecho a decidir. Por lo visto, los artículos de Cercas (en El País Semanal y en otros medios) nublan la mente de sus detractores. Hasta el punto de atribuirle que, en una entrevista a un diario italiano, el novelista había verbalizado la idea de que el independentismo catalán es una utopía criminal. Todos sabemos hoy que Cercas nunca dijo esta barbaridad tal como él mismo lo recogió en un escrito en El Punt-Avui, con este fragmento aclaratorio: “… en Europa nos hemos hartado de crear utopías asesinas, a menudo con el paraguas ideológico del nacionalismo –el nacionalsocialismo alemán, el fascismo italiano , el franquismo– y , de momento, la única utopía razonable que hemos inventado es la de una Europa unida; en mi vida se me ha pasado por la cabeza decir, en cambio, que el nacionalismo o el soberanismo o el independentismo catalán sea una de esas utopías”.

Resulta obvio que Cercas, por muy antinacionalista que sea, no es ningún idiota. Sus aclaraciones han sido recogidas en el Blog de Juan Cruz quien se ha encargado de expandirlas, pero con un feedback literario sorprendentemente escaso. Nos hemos enterado todos, aunque el tema no ha ocupado la atención de las mentes más claras ni, en general, ha sido objeto de análisis por parte de los camaradas de Cercas, los excelentes escritores catalanes en lengua castellana o catalana. Se diría que la gente prefiere no entrar en el desmentido ante el invento del agitprop soberanista. Optan por la discreción; mejor dicho, optan por la asfixia de la discreción.

Las normas de urbanidad política pasan por no molestar al vecino que cuelga una estelada en su balcón y se compra una sillita plegable en el bazar chino de la esquina para no desmayarse en la manifestación de la Diada. Hasta aquí bien, pero no olvidemos que la buena educación encuadra a las sociedades ensimismadas. El silencio encubre. Es el mejor bálsamo del discurso único, ¡tanto el catalán como el español! Es decir, una cosa es el respeto y otra, el silencio.

El nacionalismo está bajo sospecha; su rechazo es proporcional a la magnitud de sus elementos percibidos como negativos (cerrazón, agarbanzamiento, monoglosia…). Las voces disidentes han denunciado muchas veces el peligro del derecho a decidir como forma de derecho totalitario, en el que una supuesta mayoría prevalece sobre el derecho individual de los ciudadanos. Pero los antinacionalistas olvidan que el mal no está en la nacionalidad ni en la identidad compartida, sino en las soberanías que se permiten negarlas. Para que te nieguen la existencia como pueblo basta que seas una nación sin Estado, “serás laminado” (Yehudi Menuhin). Esta amenaza replica por sí sola a los grandes defensores de la ciudadanía, valor supremo, como Savater, Vargas Llosa o el mismo Cercas.

Cercas afila su pluma frente a la mitología soberanista. Catalunya hace bandera del dolor; organiza el lamento para después exigir la segregación con una interpretación discutible del principio democrático. Cierto, pero no ha sido la democracia lo que ha definido los límites de la soberanías territoriales en el mundo. Las fronteras no son inmutables si tenemos en cuenta que fueron trazadas “con la sangre fresca que el tiempo ha ido coagulando”, escribió Rubert de Ventós (De la identidad a la independencia (Empuries). Catalunya está muy lejos del etnicismo de las repúblicas del Este de Europa concomitantes con la xenofobia y la exclusión del otro. Y, sin embargo, el nacionalismo cultural catalán tampoco es inocente. Décadas de normalización lingüística y romanticismo historiográfico solo pueden desembocar en independencia, argumenta Macoy en El Confidencial. Es decir, la cultura también segrega. Especialmente hoy, cuando la opinión crítica está siendo barrida de los medios institucionales controlados por el poder. Para evitar confusiones, Antonio Papel (columnista de ABC y contrastado tolerante) propone que Bruselas limite la vocación independentista de los nacionalismos culturales integrados en soberanías estatales. Por su parte, los viejos estados europeos laicistas mantienen a raya la brecha territorial aplicando legítimamente el monopolio de la violencia. Legítimamente porque la base del estado moderno, nacido de la Revolución Francesa, encuadra a sus ciudadanos bajo la férula de sus aparatos centrales, judicial y militar.

La gracia de Cercas es su maravillosa claridad, base del malentendido. Cercas está en el debate por valentía y coherencia. La democracia, en tanto que representación escenográfica del conflicto, reclama diálogo y profundidad. La voz de la disidencia en la sociedad civil contrasta con la ausencia de argumentos esgrimida por el Gobierno español, el que debería ser el gran disidente político, sin necesidad de aferrase al imperio de la Ley como única solución. Hasta ahora, Rajoy (o tal vez, Arriola, su lado oscuro) ha obviado el fondo de la crisis catalana aplicando el principio de La carta robada de Edgar Allan Poe: “para camuflar una respuesta, póngala usted en evidencia”.

Cercas nunca comparó el soberanismo con las utopías criminales. Quienes lo han defendido desde fuera –Juan Cruz en Las cosas que Cercas nunca ha dicho y José Antonio Zarzalejos en La caverna catalana contra Javier Cercas— se sienten incontaminados. Y, por su parte, quienes lo defienden desde dentro, como Isabel Llauger en El Punt-Avui, exordian sus argumentos con este aviso: “Hi ha columnes que no s’haurien d’escriure mai. Aquesta n’és una” («Hay columnas que nunca deberían escribirse. Esta es una de ellas«). En Catalunya, se da por sobreentendido que al autor de Soldados de Salamina se le ataca injustamente. En general, a Cercas se le defiende a base de sobreentendidos, “sense fer soroll” («sin hacer ruído«). Se olvida que el sobreentendido desertiza la opinión, alimenta la espiral de silencio y conduce a la soledad del disidente.