La sodomización del Conde

Resulta poco sorprendente la racha que atraviesa el conde de Godó. En unas horas, el ente que gestiona la radio y televisión autonómica catalana decidirá desbaratar los planes originales de conceder la gestión publicitaria a una empresa privada. La Barcelona que sabe señalaba como ganador del concurso al conglomerado de La Vanguardia. Pero ya no. De modo que el editor catalán, Grande de España, franquista, borbónico, suarizta, felipista, aznarista, zetaperista, rajoynista, pujolista y tripartidista corre peligro con los masistas, a quienes también dio pie, si éstos persisten en la cultura del gatillazo.

En Europa no ha habido tanta sodomización política, a la par que inútil, desde la Segunda Guerra Mundial. Tinto Brass relató los hechos en una película mejorable desde la óptica técnica, pero fiel al curso histórico. Todo sucedía en un celebérrimo burdel berlinés en donde voluntarios y voluntarias servían al Tercer Reich, que ansiaba la satisfacción mediante las fantasías más extravagantes. Era gratis en divisas, aunque, evidentemente, el poder abonaba esas facturas carnales con favores y ascensos… hasta que se cansaba de los jóvenes nazis.

 
La anulación de la concesión de la publicidad de TV3 es un síntoma de que este poder se ha cansado de Godó

Un medio de comunicación muere cada noche; nace cada mañana. Esta habilidad se ha desarrollado sin tabús en La Vanguardia de Godó. Siempre ha contentado al mandamás de turno con una flexibilidad rocambolesca. Los favores que ha recibido en contrapartida han servido, estos últimos años, para cocinar con más descaro que la última encuesta del CIS los resultados del grupo editor. El Conde no tiene, sin embargo, a Chicote en su trastienda. Homs se ha prestado al sazonado, echando los condimentos que fuera menester para tapar los agujeros de un negocio en decadencia.

El rotativo está en caída libre. Se desinfla en 100.000 lectores al año, aunque recibe subvenciones equivalentes al desfase operativo. La cadena televisiva pierde en un rango superior a los cinco millones y sólo las emisoras de radio son capaces de alcanzar unos tímidos números negros. La situación dura lo que la crisis y sólo la satisfacción de las fantasías políticas más húmedas del nacionalismo catalán han permitido atenuarla en el último trienio. La concesión de la publicidad puede que numéricamente no resolviera mucho, pero es novedosa. Su anulación es un síntoma de que este poder se ha cansado de Godó y su predisposición a la sodomía intelectual. Hay, evidentemente, otros cuerpos apuestos por camelar, como los trabajadores de la propia TV3.