La singladura de Giorgia Meloni hacia Terra Incognita
El reto de Meloni consistirá en gestionar, con finezza y cintura, la ambigüedad política de los integrantes de la coalición de Gobierno
No deja de tener su intríngulis que las dos manifestaciones sociales de populismo más exitosas en la España moderna tengan su origen en Italia; por un lado, la telebasura de Silvio Berlusconi, y por otro, el proyecto político de Pablo Iglesias, quien no tiene reparos en reconocerlo; «políticamente soy un italiano. Mi cabeza política se hizo en Italia».
El influjo e irradiación de las corrientes italianas en España es innegable, y tan generalizado (Esquilache aparte), que lo encontramos en toda suerte de fenómenos culturales, desde esa adaptación española del Fascismo de Mussolini que fue el Nacionalsindicalismo de Onésimo Redondo, hasta la emulación de esa imitación denominada Spaghetti Western que fue el Paella Western.
La situación creada por la espantá de Mario Draghi (que se puso estupendo agarrándose al clavo ardiendo de la oposición del Movimiento 5 Estelle al incinerador de Roma para no salir en la foto del batacazo de la Unión Europea en ciernes), parece apuntar al nacimiento de una nueva estrella política en Italia, Giorgia Meloni.
Su partido actual, Fratelli d’Italia, nace al rebufo del ocaso del Gobierno líquido de Mario Monti
Meloni entró en escena por derecho propio como líder de Azione Giovani, la rama joven de la Alleanza Nazionale, desde donde llegó a la vicevepresidencia del parlamento italiano antes de cumplir los 30, y fue ministra para la juventud en las postrimerías del Gobierno de Berlusconi. Su partido actual, Fratelli d’Italia, nace al rebufo del ocaso del Gobierno líquido de Mario Monti, aquella solución de continuidad entre la polarización que caracterizó la era Berlusconi y la melé propia de la fluida época actual, en la que los antisitema utópicos cohabitan con tecnócratas ortodoxos y nacionalistas heterodoxos.
Tras la defunción del partido Popolo della Libertà de Silvio Berlusconi, Meloni adoptó la estrategia de sentarse hasta ver pasar el cadáver de sus adversarios, rehusando cualquier componenda táctica con el Movimiento 5 Estelle y el Partito Democratico, como, en cambio, hicieron tanto Forza Italia como la Lega. Su cálculo, cuyo buen tino parecen confirmar las encuestas, fue que tamaño totum revolutum acabaría disolviéndose en sus propias contradicciones, dándole a Meloni la oportunidad de ganar su propia Batalla de Cannæ. Sin embargo, tal y como le pasó a Aníbal, el reto para Fratelli d’Italia será saber explotar su probable victoria electoral.
De entrada, porque el discurso de Meloni tampoco está exento de ambigüedad, y sus intentos de reconciliar sus votos de atlantismo con el euroescepticismo son poco convincentes, al limitarse a poco más que reclamar la herencia conservadora de Alleanza Nazionale. La cual no puede suplir la bisoñez de Fratelli d’Italia con relación a los centros internacionales de poder financiero y político actuales, que son la verdadera lid en la que se dirimirá el futuro de los extenuados estados-nación como Italia, y por añadidura, la estabilidad misma de sus Gobiernos. Algo que le pueden explicar mejor que nadie Giorgio Napolitano y Silvio Berlusconi. O Mario Draghi, que no estaba lejos a la sazón, y que seguramente no andará lejos si Meloni gana los comicios, por la cuenta que le trae a la propia interesada.
Potaje ideológico a fuego lento en el que Meloni trata cocinar una “unión de las derechas”
Es posible que los estrategas que Fratelli d’Italia tiene pensando a tiempo completo en su laboratorio de ideas Nazione Futura cuenten con que la sacudida social que los efectos de las sanciones contra Rusia causarán este invierno en toda Europa será de tal magnitud que la única política posible sea hacer piña en torno al Gobierno al que le toque lidiar con tal cabestro, aunque solo sea porque el temor al caos superará el resquemor a las políticas gubernamentales. Sea como fuere, el reto de Meloni consistirá en gestionar, con finezza y cintura, la ambigüedad política de los integrantes de la coalición de Gobierno para garantizar una unidad política de mínimos que garantice, cuanto menos, el funcionamiento por inercia del pesado aparato del Estado, que, a poco que se cumplan las peores previsiones económicas, será puesto a prueba este invierno hasta límites no padecidos en Italia desde la Segunda Guerra Mundial.
En este contexto, el potaje ideológico a fuego lento en el que Meloni trata cocinar una “unión de las derechas”, fusionando elementos del tradicionalismo católico, del liberalismo anglosajón, del nacionalismo conservador, y del europeísmo reluctante, deviene casi una cuestión lírica, en la que la presumible baja calidad de las rimas se verá ofuscada por la prosa del pragmatismo que las inéditas circunstancias internacionales obligarán a practicar a los gobernantes nacionales.