La ruleta rusa de la política catalana y el sexo entre CiU y ERC

Artur Mas y Pere Navarro pueden entenderse. Parecía imposible, una quimera, a decir de lo visto y oído en los últimos meses. Pero no, los líderes de los dos partidos de la centralidad política catalana aún conservan alguna posibilidad de reconstruir el hundimiento de ese espacio templado en el que se ha movido históricamente la mayoría de la sociedad.

Cierto es que se trata sólo de un pacto coyuntural, pero es un acuerdo. Se trata del primero importante logrado con los socialistas desde que Mas alcanzó la presidencia de la Generalitat. Que la fiscalidad y el urbanismo de Barcelona World haya separado a los dos principales aliados del soberanismo es una derivada significativa: detrás de la bandera existe un enorme espacio en el que hay que tomar muchas decisiones de diferente signo. También son política, y no menor. Iniciativas en las que la identidad no puede primar más que el modelo de país. Incluso aunque haya calado el discurso entre alguna gente de que hasta la longevidad de los catalanes depende de continuar o abandonar España.

Avisábamos la pasada semana de que el acuerdo entre los líderes de CiU y del PSC no debería verse como un hecho aislado. En esta nueva etapa política que vivimos constituye el principio de algo que no puede pasar desapercibido: Mas y su formación tiene más proximidad a los socialistas y a los populares que a los postulados de ERC en la mayoría de cuestiones programáticas. Una realidad que no se cambia después de dos años festejando.

 
CiU es un cónyuge que estima la lealtad; ERC, una pareja crápula

El circunstancial matrimonio del llamado proceso soberanista no puede esconder a los catalanes que juntas andan dos formaciones políticas incapaces de hacer cualquier otra cosa de talla en la que la bandera no fuese un envoltorio imprescindible. Además, CiU, más cerca del orden, es un cónyuge que estima la lealtad. ERC, en cambio, es una pareja con actitudes de crápula que hacen difícil la convivencia. Podría decirse que lo suyo, ahora, es puro sexo. O convertir a estos tiempos aquella idea un pelín antigua de Gregorio Marañón: “Casi siempre que un matrimonio se lleva bien, es porque uno de los esposos manda y el otro obedece”. Y seguramente Mas empieza a estar cansado de rendir pleitesía a su socio parlamentario.

La iniciativa de Barcelona World debe demostrar que puede prosperar en un escenario económico como el presente. Pero si lo logra será de espaldas a Oriol Junqueras y su equipo. Su visión de los incentivos económicos es muy distinta a la de la tradicional sociovergencia, ese plácido territorio que ha gobernado la mayoría de instituciones catalanas desde el regreso de la democracia. Es mucho más fácil saber qué separa a ERC de CiU que conocer lo que les une, si se orilla la coyuntural y matrimonial propensión al soberanismo.

 
¿Se precipita la política catalana a un proceso entre el divorcio y la ruleta rusa?

Y ahora, ¿qué?: ¿Junqueras perdonará esa distinta visión de país por un objetivo mayor? ¿Mas será capaz de trabar nuevos acuerdos con los socialistas para sacar adelante otras iniciativas y políticas pendientes desde que se envolvió en la senyera? ¿Podrá Navarro reconstruir su maltrecho partido político en base a convertirse en una fuerza política visible para la ciudadanía como nuclear para la gobernabilidad? ¿Escenificará Junqueras nuevos desacuerdos con Mas en asuntos tan importantes para el país como la sanidad, la educación, la fiscalidad autonómica, la ordenación del territorio o el apoyo a las empresas?

Al final, con todos estos interrogantes sobre la mesa, resulta entre curioso y paradójico que la construcción de unos casinos haya permitido acelerar los contactos entre partidos. Sobre todo, porque la política catalana parece llamada a entrar en una especie de sucesivos procesos de divorcio, en una aventurada ruleta. La única duda es si será una ruleta rusa y quién está llamado a llevarse una bala política en la sien.