La riqueza no se distribuye, se crea

La redistribución de la riqueza está creando una sociedad que ha cambiado la ética protestante del trabajo por la ética budista de la contemplación

En nuestras sociedades desarrolladas, la redistribución de la riqueza –vía impuestos o intervención directa del Estado- ha devenido una suerte de ídolo al que se atribuyen poderes sobrenaturales. Por ejemplo, combatir la pobreza. ¿Y si ello no fuera cierto?                               

Para introducirse en el tema, resulta interesante acordarse de Friedrich A. Hayek. Decía el economista que el progreso capitalista había acostumbrado a la gente a un grado tal de prosperidad y bienestar que las desigualdades aparecían como insoportables e injustificadas.

Durante las primeras décadas del XX muchos liberales transitaron por el camino socialista

A partir de esa imagen, la preocupación cambia de signo: en lugar de preguntar por qué algunos hombres llegan a obtener riqueza, se pregunta por qué no todos la tienen.

De esa inquietud, surge la idea de que todos los hombres han de disfrutar de esta riqueza. Aunque no se obtenga con el esfuerzo y el trabajo personales, sino gracias a la redistribución impositiva vehiculada por el Estado.  

La idea pareció moralmente incontestable. Y, durante las últimas décadas del XIX y primeras del XX, muchos liberales transitaron por el camino socialista bajo la bandera de la distribución de la riqueza. Incluso, hubo quien pensó que el socialismo era el heredero natural del liberalismo.

Hoy podemos afirmar que la redistribución de la riqueza puede reducir el ritmo de crecimiento

El desengaño no tardó en llegar –no hablo solo de la experiencia socialista, sinónimo de expropiación forzosa de los bienes y el trabajo ajenos- y se comprobó que la redistribución podía tener consecuencias perversas.   

Ya Alexis de TocquevilleMemoire sur le pauperisme, 1835- había señalado que la ‘caridad’ -dádiva personal- y ‘la caridad legal’ -dádiva del Estado- generaban un daño moral y económico al ser motivo de vergüenza y desincentivar la cultura del esfuerzo.

Hoy podemos afirmar –Alexis de Tocqueville no iba desencaminado- que la redistribución de la riqueza puede reducir el ritmo de crecimiento y limitar la posibilidad de que el desocupado encuentre –si lo busca- el trabajo que le ha de permitir superar, en mayor o menor medida, la pobreza.

Y digo ‘si lo busca’, porque la redistribución de la riqueza está creando una sociedad subsidiada que ha cambiado la ética protestante del trabajo por la ética budista de la contemplación y la indolencia, que considera un valor en sí el hecho de vivir subsidiado por los impuestos de quien trabaja.

La pobreza no se elimina redistribuyendo la riqueza, sino creándola por la vía del libre mercado

Volvamos al inicio. ¿Hay que redistribuir la riqueza para combatir la pobreza? La redistribución puede ser útil –vuelve Alexis de Tocqueville- contra el ‘miserabilismo’ o extrema pobreza endémica, pero no contra el ‘pauperismo’ o pobreza sistémica.    

La pobreza no se elimina redistribuyendo la riqueza, sino creándola por la vía de la educación, la formación, el trabajo y el libre mercado. El problema no es la mala distribución de la riqueza, sino la ausencia de riqueza.

Sistema de protección mínima

Se trata de crear riqueza. Y hay que entender que quien trabaje mucho y gaste poco, quien manifieste mejores aptitudes o actitudes ante el trabajo, y quien ofrezca habilidades o mercancías de mayor demanda, será menos pobre o más rico.  

La dicha redistribución de la riqueza deviene una vía abierta a la perpetuación de una pobreza conscientemente asumida como modo de vida cuando existe un subsidio que permite la mera supervivencia.

Dicho lo cual, hay que añadir que el cuestionamiento de la redistribución de la riqueza -la negación del ideal de la justicia redistributiva- no impide que el Estado tenga un sistema de protección mínima –salud, educación y desempleo- para hacer frente a ciertas eventualidades.

Cosa que, por cierto, propusieron economistas y pensadores liberales como Friedrich Hayek y Milton Friedman.   

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