La revolución democrática soberanista
Guste o no guste, el president Artur Mas se ha convertido en el líder indiscutible de la revolución democrática soberanista. El odio que le profesan los unionistas es similar al que le tienen los izquierdistas arremolinados entorno a Podemos. Él es siempre la diana de todas las críticas. La política española es intransigente, bárbara y torticera. Le falta inteligencia.
Y eso afecta incluso a los izquierdistas. Son hijos de la ira, por decirlo a la manera de Dámaso Alonso, aunque esa ira pueda convertirse en totalitaria a la primera de cambio. Cuando Albano Dante Fachin, quien aspira a ser el candidato de Podemos en las elecciones del 27-S, asegura que «CiU no es un partido soberanista» simplemente porque no defiende sus tesis anticapitalistas, deja ver ese trasfondo intransigente. Dice que el 9N fue a votar pero que enganchó una pegatina del «No al TTIP» en la papeleta. Siempre mirando para otro lado.
El peor «regalo» que nos dejó el franquismo es la agresividad y la anti-política. La agresividad fue evidente. La lista de fusilados por el régimen fue larga y se incrementó hasta el último suspiro del dictador. Hoy hay quien anhela resolver la confrontación política a bofetadas o con sanciones, lo que sigue la misma lógica que los fusilamientos, pero en versión «civilizada». El contexto europeo frena la posibilidad de ir más allá. Pero los insultos y las descalificaciones son de tal gravedad que impiden llegar a acuerdos entre adversarios. Son esos sembradores de odio que describí en otro de mis artículos en este mismo diario.
Ada Colau y los suyos, por ejemplo, no sólo quieren ganar unas elecciones, cosa muy legítima en democracia, sino que pretenden eliminar al adversario, a CiU concretamente, del panorama político y, en especial, cargarse al presidente Mas. Ellos son la voz del pueblo, como Franco lo era de los españoles de bien, y a los demás que les zurzan. A la hoguera con ellos por ser liberales y «mafiosos». Lo dicho: esa manera de entender la política debe mucho al pensamiento guerra-civilista que difundió en España durante años la dictadura.
Y lo que digo para Colau vale para el PP. La reacción del PP ante la victoria de Ahora Madrid; ese grito de alerta, entre desesperado y ridículo, de que «vuelven los rojos» responde a la misma mentalidad, aunque de signo contrario, que domina a los que quieren cargarse a Mas a base de fomentar el odio contra él y su soberanismo. La democracia hecha trizas.
Hubo un tiempo en que «meterse» en política estaba mal visto, pero traducía el ideal democrático de quienes tomaban esa opción a pesar del peligro. Aunque muchos de los que por lo que fuera decidimos combatir el franquismo militásemos en partidos de extrema izquierda (en todas sus variantes: estalinistas, trotskistas, maoístas, independentistas, etc.), lo que sostenía nuestro ideal era conseguir el cambio democrático aderezado con la inevitable retórica marxista.
Lo importante, sin embrago, era conseguir la restitución de la democracia. La Transición consistió en eso. Pasados los años, lo cierto es que para muchos de nosotros el ideal democrático ha resultado ser mucho más profundo que la ideología del partido al que nos afiliamos por afinidad más de amistad con quien nos lo proponía que de vinculación ideológica.
Ese mismo ideal democrático es el que inspira hoy en día lo que en realidad es una revolución democrática en toda regla. El soberanismo catalán se ha convertido en la punta de lanza que cuestiona el statu quo sin necesidad de recurrir a las máscaras ideológicas que acompañan a Podemos y compañía. Incluso desde el punto de vista de la necesaria regeneración democrática, de purificación del sistema político catalán, el soberanismo es una oportunidad.
Cuando el Tribunal Constitucional deroga las leyes aprobadas por el Parlamento catalán contra la pobreza energética o los nuevos impuestos a las entidades bancarias, está dando argumentos a los independentistas. Cuando el gobierno español deja sin efecto la Iniciativa Legislativa Popular, aprobada por los parlamentarios catalanes, centrada en dar soluciones de emergencia contra los desahucios, el soberanismo crece con razón. Pero parece que para los altermundistas todo eso son baratijas que no afectan al bienestar de las personas.
Los que oponen una presunta revolución social –entre los que incluyo a la monja Forcadas y a su grupo– a la revolución democrática soberanista no entienden el calado de lo que está pasando en Cataluña porque su frame, por resumirlo a la manera de Lakoff, es español-estatista. Para ellos los soberanistas son siempre de derechas, bajitos y cortos de entendederas.
El soberanismo es la verdadera revolución democrática que no podrán parar ni las sanciones ni las escaramuzas ideológicas de aquellos que pretenden hacer la revolución sin el pueblo que año tras año llena las calles y las carreteras del país pidiendo la independencia de Cataluña.
Por cierto, se puede estar a favor de la OTAN, del Tratado Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP) y del liberalismo y reclamar la independencia de Cataluña. No es incompatible y es tan patriótico como defender lo contrario. ¿Se acuerdan de aquel 11 de septiembre que la mayoría se apuntó a la Vía Catalana mientras una minoría rodeaba «La Caixa»?
Los izquierdistas que a veces flirtean con el soberanismo con interés meramente utilitarista sólo son partidarios de la independencia si en la Cataluña resultante mandan ellos. Para mi, en cambio, lo importante es conseguir que este país sea tan soberano como lo es ahora España –y los demás estados de la UE–, incluso para que los dogmáticos hierren.