La revolución de las sonrisas
La primera vez que me llamaron fascista pensé que debía de ser fruto de una confusión ya que jamás he hecho ni dicho nada que justifique que se me califique con una palabra con un significado tan terrible.
Sin embargo, cualquier persona que defienda públicamente, por ejemplo, el trilingüismo en las escuelas o que un referéndum de autodeterminación no sirve para resolver los problemas de los catalanes se arriesga a ser llamado fascista en cualquiera de sus variantes: franquista, neofalangista o facha.
Supongo que cada uno desarrolla estrategias para vivir sin que las agresiones externas te afecten demasiado pero el caso es que en Cataluña prácticamente hemos llegado a normalizar lo que es inadmisible: que no se pueda expresar la opinión libremente sin ser insultado por un nutrido grupo de independentistas.
Después la cosa ha ido un paso más allá: la violencia ya no sólo es verbal sino que se ataca con piedras y pintadas las sedes. En el caso de C’s de L’Hospitalet del Llobregat, se ha llegado a cubrir su sede con excrementos con las consecuentes molestias para todo el vecindario. Estas personas deciden quién puede hacer uso del espacio público y quién no, por lo que se ven legitimados a expulsar por la fuerza a quienes ellos consideran que no tienen derecho a ocuparlo.
Tenemos varios ejemplos como es el caso de la paliza a las dos mujeres que reivindicaban que se pusieran pantallas para ver los partidos de la selección española o las amenazas con arma blanca a los jóvenes de SCC en la UAB, que sufren una persecución sin precedentes en las universidades de países democráticos. De hecho, uno de los cánticos con los que el sindicato independentista de estudiantes SEPC increpa a SCC es bastante significativo: «la UAB será siempre nuestra», pese a que resulta obvio que una universidad pública es de todos y no de unos cuantos con una ideología concreta.
Por supuesto, no se puede atribuir al todo el movimiento secesionista catalán la conducta de unos pocos. El problema es cuando sus propios líderes proponen saltarse las leyes como si fuera lo más normal del mundo en cualquier democracia. O peor aún, cuando realizan llamadas a desobedecer aquellas que consideran injustas, como dijo Ada Colau al llegar a la alcaldía de Barcelona. Y lo más mezquino de todo, acusar a sus compatriotas con lemas creados y difundidos por Convergència y ERC como el «España nos roba» o «la España subsidiaria vive a costa de la Cataluña productiva».
Así pues, con una legión de tertulianos y medios de comunicación públicos y convenientemente subvencionados al servicio de una Generalitat separatista, han logrado imponer un marco mental según el cual cualquiera que defienda una educación pública trilingüe o que considere que repetir un nuevo 9N no es la solución a los problemas de Cataluña es una persona anti-demócrata y anti-catalana y, por extensión, franquista, fascista y falangista. Un facha de tomo y lomo, vaya. No importa que solo el Tea Party defienda la educación en una sola lengua vehicular (como pasa en Cataluña) o que en Italia y Alemania no se permitan hacer referendos de autodeterminación: no se puede manifestar estas opiniones sin recibir una sarta de insultos.
Esto lo ha experimentado en sus propias carnes Tunku Varadarajan, profesor de la Universidad de Nueva York que escribió para el prestigioso medio POLITICO sobre las personas que podían arruinar el 2017 y entre ellas estaba Carles Puigdemont. Pues bien, fue tal el asedio al que sometieron los nacionalistas catalanes al pobre hombre que días después publicó otro artículo relatando el acoso. El artículo lleva por título «Cómo hacer la vida desagradable a Europa», de lo que se deduce que el dineral que lleva gastando la conselleria de Raül Romeva y el Diplocat no ha servido para nada más que para dar una imagen negativa de una parte de Cataluña.
Así, pese a que los separatistas catalanes se autodefinen como los de la «revolución de las sonrisas», le asediaron, según sus propias palabras durante varios días «minuto a minuto, insultándome en tres idiomas». Pese a que en su artículo hablaba de personas como Beppe Grillo, Geert Wilders o Sarkozy, solo recibió el ataque masivo de los sonrientes revolucionarios que, según afirma el autor, a partir de la tarde del primer día «empezaron a ser comunicaciones orquestadas del mismo texto» con críticas desagradables.
Uno de los mensajes con más éxitos es de un etnicismo aterrador: «aquest que resulta ser un indi, amb passaport UK i treballant a US… que coi sap de la vella Europa». Varadarajan es editor de POLITICO Europe y ha ocupado cargos al más alto nivel en el periodismo internacional, pero parece que el hecho de haber opinado que Carles Puigdemont puede ser una de las personas que arruine el 2017 lo invalida para poder reflexionar sobre Europa. Muchas horas va a tener que echar el Diplocat para deshacer semejante entuerto porque sus palabras son demoledoras: «No he recibido ningún comentario insultante de ninguna forma de vida en esta maravillosa Tierra que no sea de catalanes».
Evidentemente, no todos los catalanes somos así y por eso, esperamos que Cataluña salga de una vez del bucle en el que nos han metido los políticos separatistas y podamos dedicar nuestro tiempo y nuestras energías a lo que de verdad importa: crear empleo y tener una sanidad, una educación y unos servicios sociales de calidad. Y, sobre todo, que todo el mundo empiece a tener clara que en una democracia, cuando una ley no gusta, se reúnen los votos suficientes para cambiarla. Y que las opiniones se respetan porque en una verdadera democracia no puede tener cabida la violencia ni física ni verbal contra el que piensa de forma diferente.