La revolución de las sonrisas
Estaba cantado que la manifestación de la «Diada» sería un éxito. El nivel de movilización del soberanismo está muy alto. Las amenazas del gobierno español o de la gran patronal, siempre vinculada a personajes con apellidos muy conocidos en otros tiempos, no sirven de nada. Al contrario. Parece mentira que aún no se hayan dado cuenta de ello los prescriptores intelectuales del unionismo.
Como ya ocurrió con la movilización del año pasado y con la del anterior y con la anterior de la anterior, esta nueva manifestación ha sido una demostración multitudinaria de color y alegría. El blanco de las camisetas, con el que se quería destacar la pureza de la reivindicación independentista, combinado con el multicromatismo de los punteros, elegidos para resaltar todos y cada uno de los aspectos que debe tener en cuenta el nuevo Estado, proporcionan al espectador una sensación de bienestar natural.
A diferencia de otros años, la manifestación de hoy era directamente independentista. La fase del «derecho a decidir», ese eufemismo de la autodeterminación que triunfó por su claridad, ya está superada. Los manifestantes dan por hecho que este derecho lo van a ejercer, aunque sea anómalamente, el 27-S. Si a la mañana siguiente de las elecciones la candidatura de Junts pel Sí obtiene 40 o 45 diputados más que la segunda opción, la victoria del independentismo estará clara y será imparable. Si a esos 40 o 45 diputados de diferencia le añaden, además, los diputados de la CUP, la distancia respecto del segundo partido, que previsiblemente será C’s, podría llegar a ser de 50 a 55 diputados.
El problema de los unionistas es que ni están unidos ni pueden estarlo, porque lo que tiene en mente C’s para solucionar este conflicto sólo se lo «compra» su aliado natural, el PP, ya que el PSC aún se mantiene firme en su defensa del federalismo uniformista. Los de CSQEP están divididos y no saben lo que quiere. Los de Pablo Iglesias van lanzados con su neolerrouxismo atroz y los de EUiA, en cambio, se dejan ver en actos, como el que convocó a las izquierdas por la independencia en la plaza del Rey el pasado día 10, al lado de Pernando Barrena, la bicha vasca para los unionistas con quienes están aliados. El teniente de Alcalde barcelonés Gerardo Pisarello estaba hoy en la cabecera de la manifestación mientras que la alcaldesa Ada Colau debía estar tomando el té en su casa. Cosas de la «nueva» política.
El soberanismo está en forma. Le costó aparcar las reticencias entre los partidos, porque la politiquería es el gran mal actual en todo el mundo, pero ha quedado demostrado que el entusiasmo y la perseverancia de la gente lo puede todo. Esta es una de las revoluciones más peculiares de los últimos tiempos. Existe, claro está, confrontación política y guerra sucia, ya se ha visto, y también se ha constatado el mal humor de los unionistas y de su gran aliado, el Estado, pero los soberanistas le oponen a eso la ilusión. La esperanza de que triunfarán. Sólo así se explica la explosión de sonrisas que se podía oír en la amplia avenida de la Meridiana, cuyas coordenadas coinciden con el meridiano de París i Dunkerque, y que fue ideada por Ildefons Cerdà como la segunda avenida de acceso a la ciudad. La otra, la avenida Diagonal, los soberanistas ya la llenaron de sonrisas el año pasado con el mismo empuje.