La revolución cuqui
Mientras los independentistas se pelean y amenazan con repetir aquello que juraron ante el juez no haber hecho, el declive económico, social y cultural sigue en Cataluña
El procés independentista fue una revolución desde el régimen. Fue un plan diseñado y ejecutado desde las alturas del poder político para que este no cambiara de manos en plena era del populismo. El fin publicitado era la ruptura total del statu quo, a saber, la separación de Cataluña del resto de España. Sin embargo, mantener cargos y sueldos era el objetivo real.
Como ahora reconoce uno de los consejeros de aquella Generalitat, la mayoría simplemente pretendía hacer un negocio personal. Toda una clerecía vivió del procés… y ahora lo hace del post-procés. Intelectuales de baja estofa y políticos oportunistas se lucraron y se lucran de una propaganda totalmente desconectada de la realidad, pero con perniciosos efectos sobre la sociedad y la economía. La Cataluña plural se escinde en dos comunidades. Y una economía, otrora próspera, se ve abocada a un persistente declive. Mientras tanto, los restos de la burguesía colabora o se resigna.
La presidenta del Parlament, Laura Borràs, es el epitome de esta nueva fase, el llamado procesismo. En primer lugar, aparece la sombra de la corrupción. Fue elegida para dirigir la cámara legislativa siendo ya investigada por el conocido caso de los “trapis” en la Institució de les Lletres Catalanes.
Recordemos los graves cargos: malversación, prevaricación, falsedad documental y fraude a la administración. Ahí es nada. El segundo elemento, y muy vinculado a la ocultación del primero, es la desobediencia de boquilla. Por la mañana Laura llama a sus huestes a la desobediencia contra España y, por la tarde, se hace funcionaria del supuesto Estado opresor. Este modus operandi se repitió recientemente. La Junta Electoral Central ordenó la retirada del acta de diputado a Pau Juvillà y, mientras Borràs prometía un valeroso desacatamiento, le retiraba el sueldo y el cargo al cupaire. Después echaría la culpa a los funcionarios del Parlament e, incluso, a Internet.
La hipocresía y el ridículo eran manifiestos, pero la lideresa, lejos de admitir contradicción alguna, dobló la apuesta. Llamó a la desobediencia contra la propia Generalitat de Cataluña. Acompañada por un fundador de la organización terrorista Terra Lliure y un grupo de frikis del procés, se paseó por una manifestación prohibida por la Consejería de Interior en la avenida Meridiana. Tras cuatro fotos y, sin ser identificada por los mossos, regresó al coche oficial, pero ya había dado cobertura ideológica a unos cortes que llevan ya dos años perjudicando a familias y trabajadores del barrio. En definitiva, Laura es la perfecta encarnación del procesismo, de la revolución cuqui. Lo tiene todo: la sombra de la corrupción, la desobediencia de boquilla y el clasismo de manual.
De todas maneras, tanta irracionalidad no se entiende sin tener en cuenta otro elemento de continuidad entre el procés y el post-procés: el conflicto permanente entre JxCat y Esquerra. En el fondo, todos los aspavientos de la presidenta del Parlament son ataques a otros políticos independentistas.
Ella está ya en campaña electoral y lo está, fundamentalmente, en contra del presidente de la Generalitat. No había pasado un año de las últimas elecciones catalanas y la mayoría de la investidura ya se había esfumado. En un contexto de pandemia e inflación, solo un par de leyes han sido aprobadas. La parálisis es fruto de la división. Así, el pasado lunes Pere Aragonès pronunció una conferencia en Barcelona pretendiendo exponer la unidad del independentismo, pero la imagen valió mucho más que todas sus palabras. Los socios de gobierno no acudieron a su llamada, aunque sí lo hizo una izquierda, la del PSC y los Comunes, siempre presta a salvar a cualquier líder nacionalista en apuros políticos.
Mientras los independentistas se pelean y amenazan con repetir aquello que juraron ante el juez no haber hecho, el declive económico, social y cultural sigue. La propaganda mantiene anulada la gestión. Es un pedalear a fondo, pero en una bicicleta estática. “Al agitarse uno se mueve, pero no avanza”, escribe Jorge Freire en su ensayo Agitación. No obstante, advierte el filósofo, “quienes mueven a la agitación no suelen caer en ella”. Así es, Borràs y Cía. mantienen el negocio, mientras las empresas catalanas siguen huyendo y las inversiones extranjeras no llegan. La Meridiana cortada cada tarde, y el aeropuerto sin ampliar. En conclusión, la política de la agitación ha metido Cataluña en la decadencia.