La resistencia de Rajoy frente a la crisis de Podemos
Toca esperar hasta el domingo de resurrección. Somos un país de paréntesis en donde se para el tiempo con las fiestas del calendario. En el centro de este impasse los microscopios tienen dos objetivos. El primero se centra en la solidez del acuerdo de PSOE y Ciudadanos. No es una fusión entre dos; más bien una Unión Temporal de Empresas. Han sumado 131 escaños en la investidura fallido de Pedro Sánchez y quieren hacer valer el margen que tienen sobre los 123 diputados del PP.
Se han dividido los papeles. Albert Rivera trabaja el hígado del presidente en funciones. Repite a quién le quiera oír que mientras el líder del PP sea Mariano Rajoy no hay nada que hablar. Se está poniendo a prueba la resistencia de los materiales del PP.
El otro objetivo busca fisuras en la estructura de liderazgo de Rajoy. El presidente del PP es, sobre todo, correoso. No hay deserciones a la vista y se cierran las filas en público. Pedro Arriola duerme con la calculadora. Le ha prometido un millón de votos perdidos al presidente del gobierno en funciones. ¿Cómo se recuperan votos sin hacer nada? Desconozco la fórmula. Pero en Moncloa se trabaja intensamente en el escenario de una repetición electoral.
El otro socio de la investidura fallida, el PSOE, se abre de nuevo a hablar con Podemos. Si el partido de Pablo Iglesias acepta, tendrá que tragar algunos sapos. El primero, aceptar a Ciudadanos en la fórmula. Porque incluso los dos partidos del acuerdo se han comprometido a ir juntos a dialogar con cualquiera.
Podemos tiene una presión sobrevenida. Su crisis interna, que ellos niegan pero que existe. Nervios en las franquicias con la mirada también puesta en la confección de acuerdos y listas electorales para nuevos comicios.
El partido de Pablo Iglesias ha perdido su estado de gracia. Han pasado a la defensiva utilizando la vieja fórmula universal de ser víctimas de una conspiración en cuyo epicentro se situaría el PSOE. Ahora quien tiene barones tocándole las narices es Pablo Iglesias mientras Susana Díaz está sedada.
No es fácil detectar la letra pequeña de la crisis de Podemos. Pero como los grandes incendios tiene focos múltiples. Los aliados de Podemos en Cataluña y Galicia quien constituirse en partido autónomo. Entre otras cosas para asegurarse tener grupo parlamentario propio. En Madrid se empeñan en decir que la catarata de dimisiones de los líderes más cercanos a Iñigo Errejón no tienen traslación en la política nacional. En estas circunstancias, no es el mejor momento para Pablo Iglesias ni para quedarse quieto ni para rectificar.
No hay movimientos importantes para agilizar acuerdos. La situación ahora es una guerra de trincheras. Nadie va a dar un paso hasta estar seguro de poder atravesar las resistencias del adversario. Hasta que se apure el calendario.
A finales de abril se verán las orejas al lobo. Entonces los partidos manejarán encuestas fiables de lo que pudiera significar una nueva cita electoral. Y puede que entonces el pánico acelere los movimientos.
Los focos sobre el proceso político han menguado la luz. Demasiada exposición abrasará. Quitarse el escenario es dejar un hueco para que lo ocupe otro. Difícil equilibrio entre la luz y las sombras.
No sé si hay más indiferencia o hastío. Pero se nota distancia en las conversaciones de Chueca. Ni siquiera que el PP haya expedientado a Ignacio González por el famoso ático de Marbella promueve indignación. Ese culebrón ya está amortizado. Sube enteros Cristina Cifuentes que está limpiando su patio con discreción pero con eficacia.
Desde el primer minuto hemos insistido en que son necesarias dos virtudes. Prudencia y paciencia. El cronómetro manda pero todavía hay tiempo.