La renuncia del soberanismo al referéndum

El soberanismo catalán, que sabe que no tiene la mayoría social necesaria para forzar un cambio en la relación jurídica con el resto de España, insiste en un camino que es más retórico que real. Quiere seguir adelante, porque no le queda más remedio. Porque renunciar ya sería aceptar una derrota. Sin embargo, el gobierno de Junts pel Sí es consciente de que deberá, en un determinado momento, bajar la cabeza y buscar una negociación sobre cuestiones concretas, como le plantea, ahora sí –aunque ciertamente llega tarde—la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría.

En el horizonte más cercano se evidenciará esa renuncia del soberanismo al referéndum, aunque se diga que se podrá realizar en un tiempo, cuando esa mayoría social se pueda conseguir.

El problema es actuar y ver cómo se realiza esa renuncia, cómo se presenta para que los más convencidos lo puedan asumir. El caso es particularmente importante en el seno de Esquerra Republicana, el partido que está llamado a ocupar la centralidad en Cataluña. Aunque las cosas han cambiado en los últimos cinco años, esa centralidad no es netamente independentista, y aceptará acuerdos que mejoren el autogobierno y las condiciones materiales de una administración autonómica que ha sufrido de forma enorme en todos estos años de crisis económica. Pero siempre habrá un núcleo duro de militantes y cuadros republicanos que lo llevarán muy mal.

El hecho es que el Govern de Carles Puigdemont no sabe qué hacer. No tiene ningún plan, aunque oficialmente se intente presentarlo con todo detalle. Se improvisa, se busca ganar tiempo, y se convocan cumbres, como la del 23 de diciembre, para dejar constancia de que se está activo, de que todo el bloque soberanista plantará cara al Gobierno de Madrid.

Realmente, para un ciudadano catalán que haya creído en la independencia, en que se había dado un paso de gigante, la frustración puede ser grande, porque, sencillamente, no hay nada. Lo admiten dirigentes de los partidos soberanistas y miembros del Govern. Todo se ha dejado a una posible reacción de la Unión Europea, en el caso de que se fuercen las cosas hasta tal punto que haya manifestantes en las calles y se produzcan altercados. ¿Que es cruda esta descripción? Pudiera ser, pero es la más cercana a la realidad.

Y la Unión Europea, con mil problemas a la vez –elecciones en Francia y Alemania—no podrá imponer nada al Gobierno español en relación a la situación política de Cataluña.

Puigdemont tendrá una cumbre el 23 de diciembre, que es el resultado de las negociaciones con la CUP para aprobar los presupuestos de 2017, que, de hecho, tampoco los asegura la formación anticapitalista. Todo se podría precipitar si no se aprueban las cuentas, porque el propio Puigdemont aseguró que, en ese caso, convocaría elecciones de inmediato.

Tal vez esa sea la salida razonable, unas elecciones en las que se pueda reiniciar el camino, y negociar desde el primer momento con el Gobierno del PP, que tiene el apoyo del PSOE, y del PSC para buscar avances. El soberanismo necesita, ahora, esa renuncia al referéndum. Casi por su propio futuro