La renuncia de Soria trata de parar la grieta del PP en torno a Rajoy

Madrid se derrite rozando los cuarenta grados a la sombra. Parece Sevilla: los parroquianos se refugian en sus casas y no encuentro a nadie para recuperar mis encuestas particulares después del paréntesis de agosto.

En realidad, si no hiciera tanto calor, tampoco hallaría a nadie para escudriñar en la investidura ni para medir la indignación de los paisanos con el último escándalo de las mentiras de Mariano Rajoy sobre su elección de José Manuel Soria para ganar una pasta en el Banco Mundial. Un sueldo de 226.000 dólares netos que con la fiscalidad española se acercaría a los 580.000 brutos. 

Hablo con un joven dirigente de Nuevas Generaciones. El tampoco justifica el nombramiento. Solo me pide comprensión: «Mariano Rajoy es un excelente amigo de sus amigos». Vana excusa: nadie le hubiera criticado si el dinero de su empleo fuera privado. Es un nombramiento político para un cargo político.

En el PP le quieren cargar el muerto al ministro de Economía. Lo ha hecho Dolores de Cospedal e Iñigo Méndez de Vigo. Una calle sin salida envuelta en mentiras. El pretendido concurso para la elección del candidato al Banco Mundial no existió. Nunca se publicó su convocatoria.

En todo caso, fue un concurso clandestino. Podrían haber optado millares de personas, dada la ambigüedad de las condiciones para optar. Es falso que tuviera que tener la condición de funcionario público.

La renuncia de José Manuel Soria intenta aplacar la crítica interna del PP por su elección. Pero una gran parte del daño es, probablemente, irreversible.

El «caso Soria» ha abierto una enorme grieta en la unidad del partido en torno al liderazgo de Mariano Rajoy. También inaugura un periodo crucial para «la perseverancia» anunciada por Mariano Rajoy desde China para intentar una segunda investidura. Pero sobre todo pone en evidencia la naturaleza indomable de Mariano Rajoy en la forma de ejercer la acción política. No sabe, y creo que no es capaz de aprender, a gobernar en precario, en minoría, pactando y respetando los pactos. Lo demostró en el reciente debate de investidura.

En su primera intervención fue displicente con el acuerdo suscrito con Ciudadanos. Dialécticamente lo equiparó al voto cedido por Coalición Canaria. En el resto de su intervención, para encontrar una cita que valorase el acuerdo y la participación de Ciudadanos hubo que utilizar un microscopio electrónico. El remate de esa jugada fue la airada, displicente y grosera intervención final de Rafael Hernando.

Abrir la puerta a la exigencia de sustitución en el liderazgo del PP ha sido una pésima jugada. Si buscarle un trabajo a José Manuel Soria le va a costar poner en riesgo el blindaje que le ha dado el partido como candidato, hubiera sido más barata cualquier otra alternativa laboral.

Pero José Manuel Soria, su nombramiento, ha actuado como telonero del gran concierto de comparecencias judiciales que van a llevar al Partido Popular a ocupar primacía en los telediarios. Hoy ha sido imputado formalmente, o «investigado por presumirle la comisión de un delito» como se dice ahora, el que fue número dos de Rita Barberá en el ayuntamiento de Valencia, Alfonso Grau. La imputación de Rita Barberá, en consecuencia con el auto dictado contra Grau, depende de la prisa que se de el Tribunal Supremo, ante quien está aforada la exalcaldesa de Valencia.

Pronto empezará el juicio de la Gürtel. Y el día 5 de octubre se agitará la trama Púnica con la comparecencia judicial de Francisco Granados. Me dicen que está loco por hablar. 

Asistir a la retrasmisión en los telediarios de las sucesivas comparecencias de corrupción del PP va a ser como sentarse a ver todos los capítulos sin levantarse del asiento de la más larga serie de televisión. Un atracón difícilmente digerible, justo en la época en la que Mariano Rajoy estará buscando apoyos para su segundo intento de investidura. Incluso la renovación del acuerdo con Ciudadanos, en ese escenario, puede ser un coste demasiado elevado para el partido que lidera Albert Rivera.

Hay un tema pendiente que pudiera reactivarse con el escenario inaugurado con el (no) nombramiento de José Manuel Soria. La exigencia de Ciudadanos, y tal vez del PSOE, para permitir la investidura de un presidente del PP que no sea Mariano Rajoy.

Este artículo necesita un epílogo. Las elecciones gallegas y vascas se han constituido en el meridiano de Greenwich del nuevo tiempo político. 

Pedro Sánchez está construyendo un nuevo relato con su roda de contactos en la que él no se postula como candidato. Desde cuándo hace falta una «ronda de contactos» para hablar entre partidos. Es el primer acto de lavar la responsabilidad del secretario general del PSOE.

Pero esto es para otro artículo, como me dijo un viejo y admirado periodista: «solo una idea para cada artículo. No están los tiempos para gastar más cerebro».