La religión nacionalista en Cataluña
La religión nacionalista catalana cuenta con 'la Nación' como Dios objeto de devoción y como Iglesia, los fieles tocados por la gracia nacional
El político y activista italiano Giusseppe Mazzini (1805-1872), impulsor de la organización independentista Joven Italia (1831), utilizaba un lenguaje repleto de términos como ‘apostolado’, ‘fe’, ‘credo’, ‘cruzada’, ‘encarnación’, ‘martirio’, ‘misión’ o ‘salvación’.
Una suerte de religión nacional acorde con las reivindicaciones y el modo de pensar y hacer nacionalistas.
El nacionalismo catalán dispone de credo, liturgia, símbolos y calendario religioso como si de una religión se tratara
A ello, añadir que, al socaire de la Revolución francesa y el romanticismo alemán, la ‘nación’ –que en la Edad Media designaba un conjunto de personas en función de la estirpe, el lugar de nacimiento o la procedencia- se asocia a ‘pueblo’ o ‘espíritu de un pueblo’-.
Así se sacraliza un pueblo. Así se sacraliza una nación. El nacionalismo como religión, como “un sistema solidario de creencias y prácticas relativas a cosas sagradas, creencias y prácticas que unen en una misma comunidad moral, denominada iglesia, a todos aquellos que se adhieren”, Émile Durkheim.
El nacionalismo catalán responde al modelo mazziniano y durkheimiano. Ahí está el credo -identidad o derecho a la autodeterminación-, la fe -Cataluña nación-, la liturgia, símbolos y calendario religioso -procesiones, estelada, 11 de Septiembre, 1 de Octubre– y los lugares sagrados –Fossar de les Moreres, Pi de les Tres Branques o Montserrat-.
La religión nacionalista catalana posee su Dios o Diosa y su Iglesia
Y ahí está la misión escatológica -la independencia y redención republicana de Cataluña-, los apóstoles –Valentí Almirall, Enric Prat de la Riba, Oriol Junqueras o Jordi Cuixart– o los mártires -los resistentes de 1714, Lluís Companys o los ‘presos políticos’-.
También existe –Crida, Carles Puigdemont, Artur Mas, medios de comunicación, Gabriel Rufián, CUP, ANC, Òmnium o Santi Vila– curia, predicadores, clérigos, monaguillos, sectas, mendicantes, catecismo, ortodoxias, heterodoxias y excomulgados.
La religión nacionalista catalana posee su Dios o Diosa y su Iglesia. La Nación es el Dios o Diosa objeto de devoción y la Iglesia está formada por el conjunto de fieles tocados por una gracia nacional que imprime un carácter particular y una identidad específica.
Una Iglesia que sigue ciegamente las orientaciones de los clérigos, rinde culto a la fe, y tiene el privilegio de no responder de sus actos al estar amparada y acogida por lo sagrado.
Una Iglesia que exige fieles. Es decir, gente que guarda fe, o es constante en sus afectos, en el cumplimiento de sus obligaciones y no defrauda la confianza depositada –en este caso- en quienes encarnan ‘la Nación’.
Una Iglesia que exige fidelidad. Es decir, ‘lealtad, observancia de la fe que uno debe a otro’ y ‘puntualidad, exactitud en la ejecución de una cosa’.
La doble dialéctica del nacionalismo
Y, contrario senso, una Iglesia que, como la nación, define infieles e infidelidades.
La doble dialéctica fieles versus infieles y fidelidad versus infidelidad genera el monstruo de la exclusión al inventar/construir una nación imaginaria que, por definición, otorga carta de naturaleza en virtud del ser y el no ser.
Para unos, el Paraíso -que nunca llega-. Para otros, el Infierno -que está ahí-.