La reconstrucción del centroderecha
La rebelión antiautoritaria de los años 60 trajo el descrédito del comunismo y la crisis del petróleo, en los 70, la de la socialdemocracia. El desplome de la izquierda se consumó con la caída del Muro de Berlín. Entonces se instauró la convicción de que el orden liberal (o liberal democrático), no tenía alternativa.
La crisis de 2008 volvió a cambiar el panorama de arriba abajo. El descrédito de lo que parecía ser el (des)orden liberal trajo aparejado el de los partidos de centroderecha, que parecían corresponsables del hundimiento de la economía (ese es el significado de fondo de la acusación de corrupción). También aparecieron nuevos movimientos populistas de izquierdas que retomaron la crítica al liberalismo económico allí donde la había dejado la retórica anticapitalista de los 70. De aquellos mismos años recuperaron además toda una batería de propuestas culturales e identitarias, con el feminismo y el género como ejes principales.
En muchos países, la izquierda tradicional aceptó el reto de este nuevo populismo y asimiló su radicalismo. Así ha ocurrido en los Estados Unidos y en España. A su vez, esta reinvención de la izquierda trajo nuevas corrientes culturales, desde el lado conservador, decididas a hacer frente a la “nueva-nueva izquierda”. Con consecuencias diversas según los países: en los Estados Unidos, absorción del tradicional Partido Republicano por el populismo, y en Francia, redefinición del espacio político entre populistas, conservadores y progresistas.
En nuestro país, hemos asistido al estallido del centroderecha en tres sectores: liberal-progresistas, conservadores-liberales, y conservadores, más que populistas, con una fuerte carga ideológica. La consecuencia es la pérdida del poder por la dispersión del voto y por la dificultad para llegar a acuerdos entre los tres partidos.
Existen algunos elementos que nos permiten imaginar cuál podría ser la base de una confluencia de acción en el centroderecha.
El centroderecha español llegó en los últimos años a tal grado de ataraxia, o de arrogancia, que ni siquiera supo rentabilizar el éxito de la salida de la crisis, lograda gracias a las reformas introducidas por el gobierno popular en plena depresión. Aun así, el legado está intacto. Combina la eficacia en la gestión con el equilibrio entre las políticas liberales de desregulación y la preservación del estado de bienestar. Ahí está una de las claves de todo lo que puede venir, en particular ante los interrogantes que abre la globalización, la revolución tecnológica y la precarización del mercado de trabajo y las clases medias.
Ahora bien, a partir de ahora, habrá que explicar y razonar las decisiones que se toman, incluidas las encaminadas a preservar el bienestar y fomentar la prosperidad. Ya no basta con confiar en la supuesta racionalidad del elector. La querencia tecnocrática confluía en esto con un materialismo poco sofisticado, una combinación poco eficaz. Y lo que ocurre en la economía ocurre aún más en otros terrenos, en particular en la cultura y en la educación.
Con una novedad. Salvo en la retórica de la igualdad, la nueva izquierda ha dejado atrás el motivo social y económico y se ha retranqueado en las políticas de identidad. Ante eso, el centroderecha ha vuelto a quedarse mudo, como si esa realidad no existiera, cuando no acepta la nueva situación y se acoge otra vez a una política de mimetización. No parece comprender que esas nuevas políticas de identidad abren una oportunidad de oro.
Invitan, en primer lugar, a restaurar el prestigio de las instituciones y las realidades históricas y políticas basadas justamente en el pluralismo: la nación, el orden constitucional, la Transición o la democracia liberal frente a las “Memorias históricas” y la exaltación identitaria, que son el complemento de las tentaciones “iliberales” o antiliberales propias de los nacional populismos. En este punto el centroderecha podría poner en relieve todo lo que une a una comunidad política, en nuestro caso España y Europa, con la derivada de Hispanoamérica: demostrar y cuidar la vigencia del patrimonio cultural, invertir en la lengua (en todo el territorio nacional y fuera), fomentar el conocimiento del papel de España en el mundo y en la escena política global.
Por otro lado, las políticas de identidad originan movimientos de victimización y de disgregación. Ponen en primer término el elemento minoritario, que en vez de suscitar la tolerancia acaba provocando la intransigencia y al cabo, la ingobernabilidad. Además de recuperar el valor de lo mayoritario, el centroderecha tiene la oportunidad de hablar y actuar desde un cierto sentido común: mostrar que el pluralismo es posible, y deseable, sin necesidad de romper el bien común, aquello que nos une a todos. Y que el uno se sostiene al otro como en numerosos países europeos la eficacia económica sostiene al estado de bienestar.
Todo parece difícil porque cuando el centroderecha estaba unido, nada de esto se tenía en cuenta. La realidad, que ha hecho estallar ese mismo centroderecha, le obliga a plantearse sus posiciones y su propia naturaleza.