La preocupación de Mas ante el relevo en la monarquía española tiene explicación

Artur Mas compareció ayer ante la opinión pública muy serio, mucho. Él sabe que su reivindicación no resulta beneficiada por la dimisión del Rey. De ahí, quizá, se apreciara tanto interés en recordar a la opinión pública que el proceso soberanista que lidera (o no controla, según confiesa) prosigue inalterable pese al recambio en la jefatura del Estado español.

Felipe de Borbón y Grecia será el futuro monarca español después de haber representado como heredero los títulos de Príncipe de Asturias y Girona largos años. Igual que un 62% de la población española era favorable a la abdicación de su padre hace un mes, es probable que una mayoría importante le conceda su aprobación para desempeñar el nuevo cometido. Incluidos algunos de espíritu republicano. Pronto conoceremos encuestas.

 
El Príncipe se ha movido bien en Catalunya y su reinado emerge como un gesto contradictorio para el nacionalismo 

En Catalunya, el Príncipe ha intentado ganarse a la sociedad civil desde hace tiempo. Incluso desde que contrajo matrimonio sus idas y venidas han sido constantes. La Fundación Príncipe de Girona ha trabajado en serio por mejorar la relación del futuro monarca con los poderes y la sociedad catalana en diferentes ámbitos. Pese al desafortunado incidente que vivió de forma reciente en una inauguración de Fira de Barcelona, el futuro rey es sensible a la lengua y la cultura catalana mucho más que cualquier otro jefe de Estado. Quienes han tenido la oportunidad de mantener un trato cercano al heredero en los últimos años dan fe de ello y le reconocen un mérito y unas capacidades que superan de largo a las de su padre.

Si su antecesor gastó parte de su reinado en consolidar la democracia en España en tiempos de dificultades, a él le toca contribuir a cimentar y desarrollar un Estado en el que existen diversas y profundas crisis: política, territorial, institucional y económica. En el caso catalán, además, deberá promover actuaciones y actitudes que acaben con la profunda desafección que una parte incuantificable de la sociedad mantiene con respecto a la España que se ha ido perfilando con trazo grueso desde instituciones discutibles como la propia monarquía.

El Príncipe de Asturias, Girona y Viana puede desempeñar un reinado diferente y novedoso si se atreve a avanzar más rápido y más lejos que sus antecesores dinásticos dentro de lo que el marco constitucional le tiene reservado. Su padre se va no por edad ni por cansancio, sino por el efecto de la corrupción que le ha invadido directa e indirectamente. Su relevo viene a poner un gesto, una imagen en una eventual y necesaria renovación institucional española. De alguna manera, cuando ayer Mas sentenciaba que todo seguía igual en Catalunya se estaba anticipando a quienes puedan ver en el relevo monárquico un primer paso en la regeneración de un país que en determinados ámbitos es presentado como inmovilista y casposo, un escenario del que resulta mejor apartarse. Y ayer se le notaba que le preocupa, y no poco, perder ese controvertido argumento político.