La postverdad secesionista
El proceso de transición nacional nos fue presentado al principio como si fuese una mezcla de una narración bíblica, con un Artur Mas convertido en una suerte de Moisés que conducía al pueblo catalán a la independencia, y de epopeya homérica, con el mismo Mas a modo de nuevo Ulises en su interminable viaje a Ítaca.
Durante estos años muchos, como yo mismo, en más de una ocasión nos ha parecido que podía y aún puede acabar siendo un drama e incluso una tragedia. Lo cierto, no obstante, es que mientras hemos pasado por todo tipo de registros, desde la tragicomedia al esperpento, pasando incluso por la comedia bufa y el vodevil.
En este inacabable e insoportable culebrón, a medida que los propios guionistas son cada vez más conscientes de la imposibilidad de hallar un final feliz para sus principales protagonistas, porque ellos mismos se han cerrado todas las posibles salidas, hemos llegado a la más cruda modernidad.
El último episodio de este penoso culebrón, que por ahora es el que tiene como principal actor al exjuez y ahora ya también exsenador Santiago Vidal, es un claro ejemplo de lo que conocemos como postverdad.
Que Santiago Vidal es un tipo raro no era un secreto para nadie. Será o no un psicópata con tendencia a la megalomanía, pero lo cierto es que no solo en sus numerosas conferencias por muchas poblaciones catalanas, todas ellas auspiciadas tanto por su partido, ERC, como por la Assemblea Nacional Catalana u Òmnium Cultural, sino también en algunas declaraciones públicas y sobre todo en charlas privadas, ha dicho y redicho auténticas barbaridades políticas, económicas y sobre todo jurídicas.
Y las ha dicho y redicho con la complicidad, como mínimo pasiva, tanto de ERC, la Assemblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural como del mismísimo gobierno de la Generalitat, y en concreto de su actual presidente, Carles Puigdemont, de su inmediato antecesor, Artur Mas, del vicepresidente Oriol Junqueras, del consejero de Justicia Carles Mundó –del que Santiago Vidal ha sido y tal vez siga siendo asesor-, y de muchos otros altos cargos, ya que ninguno de ellos se atrevió a negar, o como mínimo a matizar, lo que Vidal aseveraba una y otra vez en público sobre manifiestas y muy graves ilegalidades cometidas por la Generalitat.
Solo el excelente trabajo periodístico realizado por Cristian Segura, quien se atrevió a publicar en El País un amplio y bien documentado resumen de lo dicho por Santiago Vidal en algunas de sus más recientes conferencias públicas, ha obligado a ERC a forzarle a dimitir como senador y ha llevado al gobierno de la Generalitat a desmentir sus afirmaciones. Nadie ha explicado por qué extrañas razones no lo habían hecho antes.
Si lo que Santiago Vidal ha afirmado en público en tantas ocasiones no es cierto –vamos, si es una postverdad-, siendo como se trata de unas afirmaciones que sitúan al gobierno de la Generalitat no ya en la pura y simple ilegalidad sino en la mismísima sedición, ¿por qué no se ha presentado todavía ninguna querella contra él? ¿Será tal vez porque esta postverdad es más verdad de lo que nos quieren hacer creer?