La portera de Artur Mas

Hace ya algunos años escribíamos sobre una supuesta apuesta por la independencia de Artur Mas y algunos rieron. Hace menos, hablábamos en Diario Gol sobre una supuesta salida de Leo Messi del FC Barcelona y las risas se convirtieron en descalificaciones.

Ahora, podemos escribir con sosiego que algo se mueve en Convergència. Y ese algo quiere, desea, pide en círculos menos reducidos que Artur Mas en caso de fracaso –por cierto probable y previsto– de la consulta del 9 de noviembre, no sea candidato a unas hipotéticas elecciones al Parlament.

Les confieso que no dispongo de una bola del futuro. Tampoco estoy haciendo oposiciones para postularme en cualquier programa nocturno anclado en un teléfono. Todo es más simple. La deriva de Artur Mas es tal que muchos ven necesario descabalgarlo de la silla antes de que queden descabalgados para siempre de la política. Sucio, feo, vulgar o quizás, simplemente, llamémosle política de alcoba.

Artur Mas ya no sólo ha perdido el norte para sus enemigos, sino que ha perdido la confianza de su círculo más amplio. Aquellos que antes le veían como un líder ahora recelan no de su inmolación personal pública, o de su prostitución continuada en brazos de extremistas, sino sobre todo de la querencia del líder de inmolar a su propio partido.

En su camino, Artur Mas se refugió en su círculo más cercano. Pero éste se hunde en sus propias ventosidades. Oriol Pujol ya a los pies de la justicia, y Francesc Homs humillándose –tipo sin dignidad alguna– cada vez que abre la boca.

Y lo peor de dejar, como hacían los romanos, a alguien con las fieras, es que aquí lo van a despellejar entre unos y otros. Los radicales, a los que ha dado alas, van a exprimirle hasta el final. Cualquier paso atrás será una traición a Catalunya. Ya saben, ellos se creen Catalunya, como Hitler se creía Alemania.

Su partido, por otro lado, no va a permitir más virajes nuevos. Aunque alguno ría. Lo más triste de Catalunya es que la mayoría de actores son simplemente vividores de lo público y la política. Y ahora si pierden ese status no tendrán donde caerse muertos.

Será curioso observar en las próximas semanas cómo ese clima cercano a la violencia rodeará al personaje casi grotesco de Artur Mas. Un presidente que empezó su particular inmolación con casi el doble de los diputados que en el mejor escenario pudiera tener ahora.

Y muchos de esos nuevos derrotados necesitan de la política para vivir. Hay que reconocer que aquí sí que somos los mejores en algo. Catalunya es el Olimpo de la conspiración y por ende de la paranoia colectiva.

Lo más cómico de la situación es que quizás el relevo de Artur Mas siga su misma estela. Quizás incluso quiera ir más allá. Ya saben, que cuando un acontecimiento deriva se hace muy difícil retomar su rumbo. Y lo hemos escrito y dicho muchas veces. Los radicales ya han definido su camino tocados por la mano de algún Dios oscuro. Creen en el don de la verdad. Se han adueñado de las virtudes de Catalunya. Han creado su imaginario colectivo basado en su supuesta democracia, ya saben aquello que sólo es demócrata lo suyo y toda crítica es tachada de fascista.

Todo ese puñado de ideas románticas de siglos ya pasados se ha alimentado desde la Generalitat. Ahora tanto combustible de Artur Mas, al grito de más madera del tosco Francesc Homs, impide ya parar el viaje. Era su gran viaje. Su momento en la historia imaginaria. Sus páginas en sus enciclopedias futuras. Veían a sus masas flagelándose ante el izar de sus banderas. El cierre de sus trescientos años de sufrimiento. Sus retorcidos traumas infantiles adobados por una incesante imaginación. Todo su cosmos al golpe de un ideario, un mito, un grito, una orden. Todo unísono en su camino a su lugar sagrado, Ítaca.

Muchos ahora se dan cuenta de que ese camino idílico está muerto. Transitan por carreteras llenas de cadáveres. El olor putrefacto infecta su andar. Saben que eso ya no es Ítaca. Y no llegar a Ítaca va a traer muchas lágrimas, mucha sangre y aún peor va a llevar cualquier diálogo al campo de los descerebrados. Quizás alguno se pregunte si, ¿ya estamos en él?.

Demasiada cancha para tan poco líder. Y sea sucedido, sustituido o simplemente expulsado, ya será demasiado tarde. Alguien con tan poco arte como Artur Mas jamás debió ser protagonista de algo tan importante. Lo triste es que ahora ya no sólo lo saben sus enemigos, sino también sus amigos. Y lo peor, como diría aquel otro presidente, también hasta su portera.