La politización de la pandemia en Estados Unidos y España

¿Alguien ha convertido la pandemia del coronavirus en una ideología que justifique y legitime el poder? Afirmativo

A finales del XVIII, el materialismo francés –Destutt de Tracy, Condillac o Helvétius– acuñó el término “ideología” para referirse a la “ciencia de las ideas” cuyo objeto de estudio eran las sensaciones del ser humano. Destutt de Tracy –padre de los denominados “ideólogos”– consideraba que toda idea podía reducirse a una sensación (Eléments d´Idéologie, 1801).

La teoría de la ideología cuajó de tal manera que el mismo Napoleón la usaba para descalificar –“ustedes son unos ideólogos”, decía– a sus adversarios políticos. Ideólogo, en la época napoleónica: charlatán.

Finalmente, Karl Marx y Friedrich Engels (La ideología alemana, 1845) precisaron el término: la ideología es un sistema de representaciones –imágenes, mitos, conceptos o ideas– que juega un papel determinante en momentos puntuales o en períodos de la historia.

La ideología como atmósfera –lean también sensaciones– o instrumento que favorece determinados intereses políticos o sociales. Ejemplo: el sistema capitalista –sostenían Karl Marx y Friedrich Engels– necesita y genera una ideología –ideas y representaciones políticas, filosóficas, jurídicas, morales o estéticas– que lo justifique y legitime.

Al respecto, la pandemia de la Covid-19 invita a plantear la siguiente cuestión: ¿alguien ha convertido el coronavirus en una ideología –la ha politizado– que justifique y legitime el poder? Afirmativo. Dos ejemplos: Estados Unidos y España.

A la manera de Karl Marx

1. Donald Trump ideologiza el coronavirus convirtiéndolo en un sistema de representación en los siguientes términos: no debemos sobrevalorarlo, no podemos distraernos con una pandemia que nos aleja de nuestros intereses, hay cuestiones y preocupaciones más importantes como la economía o el desafío chino, y usted –adulto– no se deje engañar por la propaganda y sea consciente de que puede cuidar de sí mismo. Vóteme.

2. Joe Biden ideologiza el coronavirus convirtiéndolo en un sistema de representación en los siguientes términos: el virus está entre nosotros, no hay que relativizarlo, la pandemia es nuestra prioridad, no se deje engañar por quien niega el coronavirus para ocultar su negligente y pésima gestión del mismo, póngase la mascarilla, lávese las manos, guarde la distancia reglamentaria, y no olvide que quiero gobernar para protegerle. Vóteme.

A la manera de Napoleón

1. Trump tilda de charlatán tramposo al ideólogo Biden con los siguientes argumentos: el candidato demócrata utiliza el coronavirus para olvidarse de la economía y el desafío chino, y como excusa para implementar unas medidas que restringirán la libertad individual y de empresa hasta el extremo de limitar o detener la producción en nombre de la lucha contra virus: eso es el socialismo, desempleo y miseria. Y más impuestos. No te rindas y no le votes.

2. Biden tilda de charlatán tramposo al ideólogo Trump con los siguientes argumentos: el candidato republicano relativiza el coronavirus –así encubre la nula política anticontaminación y antirracista de su funesto mandato– para que las empresas nacionales y multinacionales sigan atesorando beneficios en detrimento de la salud ciudadana. No te rindas y no le votes.

Uno y otro necesitan justificar y legitimar su candidatura así como la presidencia. Por eso, se ideologiza una pandemia y se polariza un país. Una polarización que empezó durante los mandatos de Bill Clinton y culmina con un Trump que deja como herencia un Estado deshilachado que habrá que recomponer.

En España, la ideologización de la pandemia obedece a la coyuntura e intereses en juego

El populismo raso y abrupto de Trump contra el populismo decolorado y sin programa definido de Biden. Como aseguraba Destutt de Tracy hace más de doscientos años, la idea –la ideología– se reduce a una sensación. Esa emoción producida en el ánimo por las palabras y los sucesos.

Ítem más: un Biden ganador con el mayor número de votos de la historia y un Trump perdedor también con el mayor número de votos de la historia. Y si el primero domina la Cámara de Representantes, el segundo puede dominar el Senado. O sea, bloqueo político.

A lo que hay que añadir –polarización– que si el demócrata recibe el apoyo del progresismo conservador y el establishment, el republicano recoge una  parte importante de trabajadores, mujeres, latinos, asiáticos y afroamericanos. Estados Unidos no es solo Nueva York y California. Y en Estados Unidos no solo se publica el The New York Times y el The Washington Post.

¿Qué cambios? Más allá del talante, el estilo y la sensatez de Joe Biden, ¿variarán las prioridades de Estados Unidos en materia de economía –reducción del déficit comercial, aranceles y confrontación con China– y política internacional?

En España, también

En España –una realidad y coyuntura distintas a la estadounidense: a diferencia de Estados Unidos, en España no hay una elección presidencial a la vista–, la ideologización de la pandemia, así como su crítica, obedece a la coyuntura e intereses en juego.

1. El sociopopulismo gobernante construye la imagen –es decir, ideologiza a la manera de la teoría marxista que habla de representaciones legitimadoras– de una pandemia que se expande por culpa de una derecha egoísta y obstruccionista que le niega un estado de alarma a largo plazo que considera necesaria para combatir la epidemia de coronavirus.

2. La derecha liberal del PP o Ciudadanos, así como el trumpismo de Vox, juegan el papel de Napoleón: ustedes son unos charlatanes tramposos que eluden toda responsabilidad, rehúyen su obligación escudándose en la cogobernanza –Pedro Sánchez nunca es culpable: el arte de socializar la incompetencia– y, por si fuera poco, no rinden cuentas –así se desprecia la democracia y las instituciones– de su gestión en el Congreso.

España no es Estados Unidos, pero la polarización también existe. Empezó con José Luis Rodríguez Zapatero y culmina con Sánchez.

El contexto político de la polarización: un Gobierno de coalición poco amigo de la separación de poderes que, además de coquetear de manera obscena con los enemigos de la legalidad democrática y el Estado de derecho, sueña con un ‘Ministerio de la Verdad‘ que controle a la oposición y suministre las ilusiones y los engaños necesarios y suficientes para conservar el poder como sea.

Esa “vanidad de quien cree que es el centro del mundo y que todo sucede por indicación suya”, advertía Norberto Bobbio en El destino del hombre (1976).