La política intensa
La política intensa quiere agrandar la escala de un problema, por pequeño que sea, para que la política siga siendo percibida por los ciudadanos como algo esencial y útil
El filósofo francés Tristán García, en su ensayo La vida intensa, plantea que las sociedades liberales occidentales “nos han prometido que nos convertiremos en personas intensas o más exactamente en personas cuyo sentido existencial es la intensificación de todas las funciones vitales”.
La política es la que ha entendido, mejor que ningún otro campo de la actividad humana, la importancia de la intensificación para dar sentido y orientación a su discurso político, por intrascendente que sea. La pasada semana vimos hasta qué punto la política incita a convertir pequeños problemas en grandes problemas y grandes problemas en problemas épicos, con el objeto de mantener la atención de unos ciudadanos cada vez más necesitados de adrenalina para tener la impresión de vivir intensamente.
Si la política que se realiza es mala, que por lo menos su crítica y su defensa sean muy intensas. El conflicto de Rusia con Ucrania, que implica a la OTAN y es liderado por EEUU, ha de ser intensificado por Pedro Sánchez, presidente del gobierno español, enviando aviones y barcos a Ucrania.
Pere Aragonés, presidente de la Generalitat, intensifica los conflictos para lograr una buena candidatura para los juegos Pirineos-Barcelona, propiciando un referéndum en el territorio afectado y alimentando una falsa controversia con Aragón para establecer el liderazgo de la candidatura.
En el primer caso, se busca fijar en la opinión pública que España participa en el conflicto al lado de la OTAN; en el segundo, crear la ilusión de que el Gobierno de la Generalitat puede decidir unilateralmente la suerte de la candidatura. La política intensa no puede apoyarse en una normalidad política; necesita exagerarla y abombarla para transmitir a los ciudadanos la ilusión de que su gestión es muy importante.
La política intensa se basa en conmover y tensionar a los ciudadanos; para ello, la estrategia es crear un problema o mostrar un logro inexistente. La política intensa conecta con la parodia. Como ella, se basa en el fingimiento, el simulacro y la imitación para despertar el interés de los espectadores/ciudadanos.
A la política moderna no le interesa desmitificar y abordar los problemas a los que se ha de enfrentar; lo que quiere es intensificar la grandeza de los acontecimientos. La política intensa conecta con las emociones pero, sobre todo, quiere agrandar la escala de un problema, por pequeño que sea, para que la política siga siendo percibida por los ciudadanos como algo esencial y útil.