La política catalana, una olla exprés peligrosa
En el análisis político las encuestas generan dudas. No siempre se realizan para conocer cuál es el estado de opinión. En ocasiones, su aspiración es más torticera: aspiran a modificarlo o condicionarlo.
Con todas las prevenciones, por tanto, la última encuesta publicada por el diario La Vanguardia este fin de semana pone de manifiesto dos cosas:
- La apuesta por la independencia catalana pierde algo de fuelle. Existe todavía un porcentaje muy elevado de ciudadanos que comulgan con esa opción y aunque aminora su número debería resultar suficiente para retratar con exactitud que hay un problema político sobre la mesa y que requiere soluciones en ese ámbito.
- El soberanismo no conseguiría vencer hoy en número de votos en unas elecciones autonómicas. Podría hacerlo en volumen de escaños, pero para ello sería necesario sumar los de CiU y ERC con los de la CUP. Si el matrimonio posibilista de los dos primeros ya produce disfunciones de todo signo, agregar los parlamentarios de la CUP haría más complejo el avance del proceso. La gobernabilidad, además, se antoja compleja por la fragmentación del Parlament resultante. Si será difícil gobernar, imaginemos sacar adelante un proceso como el de la independencia; sus propios promotores son más que conscientes de que el proceso no admite debilidades políticas para alcanzar el éxito.
La olla exprés de la política catalana sigue acumulando presión, como se puede ver en la demoscopia. Varios partidos tradicionales (PP, PSC, ICV y CIU) están a punto de la implosión. Hasta tal punto es así, que el 27S se ha convertido ya en un lugar común para las bromas y las apuestas. No hay catalán de los que contribuyen a formar opinión que no acumule dudas razonables sobre si el próximo septiembre votaremos.
No es de extrañar, en consecuencia, que una parte de la dirección de CDC intente convencer a Mas de la conveniencia de prolongar el mandato. El ejercicio gubernamental es también un enorme comedero y desaprovechar una parte del mandato legal es un lujo asiático para quienes forman parte del aparato del poder.
Pocos quisieran estar en este momento en la piel del presidente catalán, Artur Mas. Si los resultados que le esperan van en la dirección de las encuestas, el fracaso acumulado será de órdago: un país confuso y dividido en lo político; una gestión administrativa en la que ni ha sido eficaz ni modélico, como pretendía; y un partido político jibarizado por el efecto de la corrupción tolerada o practicada por algunos de sus principales dirigentes durante décadas. Y, además, luego habrá que gobernar…