La piscina de las vanidades
Ni el control prácticamente absoluto de los medios de comunicación en Cataluña permite al nacionalismo barrar el paso a la libertad de pensamiento
Cataluña sufre una nueva fase del post-procés: la del destape. En la piscina de Pilar Rahola en Cadaqués se ha reconcentrado la esencia de estos tiempos de decadencia. El régimen nacionalista no ha caído, pero algunos de sus máximos representantes se han destapado como indignos sucesores de Andrés Pajares y Fernando Esteso. El cortometraje producido, dirigido y distribuido por la histriónica Rahola no solo es fruto de los calores de este verano; es la lógica consecuencia de la reunión de un grupo de amiguetes que, tras destrozar la convivencia y la prosperidad en Cataluña a base de mentiras y engaños, siguen creyéndose intocables.
Cada uno se divierte cómo quiere y con quién puede, pero, dado que la insigne tertuliana y ex asesora de Artur Mas se ha afanado en divulgar las imágenes por sus redes sociales, no vamos nosotros a abstenernos de comentarlo. De hecho, lo más interesante de esta historia es la reacción de sus iracundos feligreses. Reconozco haber perdido media tarde vacacional leyendo tuits y comentarios de algunos independentistas de buena fe que en el pasado tuvieron como referentes a nuestros protagonistas y ahora claman frustrados contra la “traición” y la “indignidad”.
Un populista diría que la elite es siempre corrupta y que el pueblo fue, es y será siempre inmaculado, pero en la década perdida de Cataluña hay pocos inocentes dentro del bloque separatista
Y es que ciertas bases empiezan a olerse que fueron víctimas de la mayor estafa pseudo-religiosa desde el Palmar de Troya. Ver a Jordi Cuixart y compañía en flotador y cantando alegremente “in-inde-independència” ha sido, para ellos, una nueva epifanía. Esta vez no han percibido este mantra como un grito de guerra, ni tan solo como una reivindicación política, sino simplemente como lo que es, un cínico recochineo. Se ríen en sus propias caras. Se ríen de todos aquellos crédulos que años tras años compraron sus camisetas, corearon sus consignas y, sobre todo, les votaron sin un ápice de pensamiento crítico.
Y es que cuando estos líderes apelaban al “clam del poble” para justificar sus atropellos democráticos, estaban exaltando la irracionalidad en la política. Cuando presumían de “astucias” y “jugadas maestras”, estaban realizando una apología de la mentira. Generaron una enorme burbuja de falsedad, pero no estaban solos. Tuvieron cómplices o, mejor dicho, colaboradores necesarios. Un populista diría que la elite es siempre corrupta y que el pueblo fue, es y será siempre inmaculado, pero en la década perdida de Cataluña hay pocos inocentes dentro del bloque separatista.
Para alcanzar y mantenerse en el poder esta élite sin virtudes necesitó a toda una masa movilizada que no obtuvo más retribución que la sentimental, la de creer que se formaba parte de algo importante, incluso histórico. Repicaban los mensajes con devoción, a sabiendas de su nulo sustento fáctico, fomentado una sensación de hegemonía ideológica y, a la vez, una asfixiante espiral del silencio sobre los escépticos. Allí dentro nadie rechistaba. Nadie preguntaba.
Al mentir compulsivamente la élite independentista perdió la batalla ética. Cuando pisoteó los derechos de la oposición democrática, también perdió la batalla legal. Y ahora se están llevando un buen sopapo en el terreno de la estética. Pocos jóvenes se suman actualmente a un movimiento que perciben fanatizado, fracasado y cutre, propio de personas atrapadas en el mundo irreal de TV3. Ni el control prácticamente absoluto de los medios de comunicación en Cataluña permite al nacionalismo barrar el paso a la libertad de pensamiento. Los efectos del soma amarillo empiezan a diluirse.
Han tardado un lustro en aceptar la realidad, pero hoy no pocos abren los ojos y observan que los reyes van desnudos (y, lamentablemente, no solo en un sentido metafórico). Son tan vanidosos que no se tapan las vergüenzas. El “mártir” Cuixart será otro izquierdista del procés que traslada su residencia a la capitalista Suiza, y lo hará tras cobrar importantes subvenciones del Gobierno español para su empresa.
A su lado chapotea Isona Passola. Esta fue presidenta de la Academia del Cine Catalán en la época en que la producción cinematográfica catalana tocó fondo. En 2010, antes del procés, aquí se producía la mitad del cine de toda España. Hoy no alcanza un mísero tercio. Pero ella está feliz.
Cataluña sufre un grave problema de élites. La sociedad civil se ha visto relegada por una gigantesca Generalitat y su galaxia de organismos concertados. La burguesía y los intelectuales dimitieron hace tiempo, y los amigos de Rahola tomaron el control. Su prioridad nunca fue alcanzar la independencia, sino eliminar a la competencia y monopolizar el poder. De ahí la exclusión del castellano y la total imposición del catalán. Pero en la no competencia también está el germen del ocaso. La elite nacionalista se remoja en la piscina de las vanidades, pero se ahoga en charca de la mediocridad.