La pérdida del sentido crítico y del rigor en Cataluña
El proceso soberanista ha reflejado que se ha perdido en Cataluña el sentido crítico y el rigor, y que con unas pocas proclamas ya es suficiente
No puedo ocultar la enorme tristeza que siento por lo que está pasando estos días en el Parlamento de Cataluña. Mi angustia no se debe a la estima o amor que mucha gente tiene por el concepto de patria o identidad (sea catalana o española). Esta preocupación proviene de algo que parece haberse evaporado del debate público del país: el sentido crítico.
Soy de los que creen que el 9 de noviembre de 2014, en la consulta no vinculante que se promovió en Cataluña, se produjo un gran ejercicio de dignidad nacional. Ese día, como muchos otros catalanes, participé del evento y era plenamente consciente de que mi expresión respondía a un ideal y que esa acción, de esa manera, tenía grandes consecuencias simbólicas pero muy pocas con consecuencias prácticas.
Hay una parte de Cataluña que se auto-satisface con sus proclamas, con sus mensajes sin contenido real
El tiempo fue pasando y aquella llamada simbólica, la de un pueblo “emprenyat” (con razón) se convirtió en un «mantra» donde se inició a confundir la legitimidad de un deseo con la posibilidad de hacerlo realidad (posible mediante el acuerdo). Además, sobretodo, de hacerlo por «pebrots» y sin reflexionar demasiado sobre los límites de lo que es o no posible.
Los últimos dos años, desde el 27-S, Cataluña ha vivido un proceso de «fanatización» de una parte de su sociedad, a derecha e izquierda, catalanistas y españolistas. Este proceso ha llevado a que muchos catalanes, que legítimamente sueñan con una Cataluña independiente, se negaran a sí mismos la posibilidad de reflexionar sobre lo que pasaba políticamente, a discutir, si era necesario, las decisiones o postulados de sus dirigentes, a preguntarse si el camino emprendido era el correcto… «Todo lo que dicen los mios es correcto, y lo que dicen los adversarios siempre es incorrecto. 100%, sin matices, es así «. Desgraciadamente una enorme mayoría de estos ciudadanos son hoy meros promulgadores de unos mensajes cada vez más encendidos, excluyentes y simplistas. Por el contrario, todos aquellos que cuestionan el qué y el cómo se está haciendo son automáticamente considerados traidores o “botiflers”, por ser suave.
Existe hoy una parte del pueblo de Cataluña que se auto-satisface con la lectura de grandes proclamas en las redes ( «lo hicieron porque no sabían que era imposible», «una república donde todo serán rosas») o lo que es peor, con tweets simplistas que sólo sirven para alimentar el ego patriótico pero sin ningún contenido de fondo.
Espero que queden en Cataluña ciudadanos con rigor, que sepan que así no se va a ninguna parte
Lo siento amigos, antes que catalán, antes que persona que anhela que Cataluña sea lo que quiera ser sin límites, me considero un ciudadano crítico y riguroso. Creo no ser el único que todavía da más credibilidad al Secretario General del Parlamento cuando dice que las leyes que se han aprobado no se sustentan jurídicamente o al Consejo de Garantías Estatutarias. Espero no ser el único ciudadano que se cree la Unión Europea y su ordenamiento jurídico cuando dice que así no vamos a ninguna parte (y no me conformo con un: «ya se adaptarán a nosotros»), que intenta analizar fríamente las alianzas internacionales de España y las de Cataluña, que cree conocer el significado del ordenamiento jurídico catalán, español y europeo. Espero que aún existan ciudadanos amantes del rigor como yo que también, por mi experiencia política pasada, creen conocer lo que realmente está y no está preparado a nivel político y administrativo para hacer el hipotético salto al vacío.
Las respuestas de quienes les desagraden estas palabras son más que previsibles. «Somos un sujeto político soberano y la ley española ya no nos afecta». Mentira: no somos un sujeto soberano (me gustaría, pero no lo somos y la legalidad española nos afecta). «No podemos seguir así, hay que romper la baraja». ¿Cómo? ¿Un país con todos los defectos que tenemos, pero en el que se vive en paz, con seguridad y razonablemente bien debe romper la baraja? Venga hombre!
El adoctrinamiento político no es cosa de los catalanes, existe en casi todas las latitudes y de todas las procedencias ideológicas. Si, también en España, y mucho. Pero yo soy catalán y antes de crítico con los demás lo soy conmigo mismo y con mi pueblo.
La pregunta pertinente es saber cómo alguien confía de forma ciega en un Govern como éste
El problema más grave, la esencia de este artículo, es preguntarme, preguntaros, cómo un pueblo teóricamente culto, educado, responsable y crítico no pone en duda nada de lo que hace su Gobierno con una fe ciega en todo lo que dice y hace y con una sumisión impropia del nivel de análisis de su gente.
Si hoy no estoy aplaudiendo al Parlamento y a Puigdemont no es por ninguna manía unionista ni pasión por la hispanidad, sino por la simple razón de que mi experiencia de cinco años en el Parlament creo que me permite separar el “gra de la palla”. Después de años compartiendo despachos con algunos de los principales líderes de la Cataluña de hoy creo poder asegurar que no han tenido en cuenta la dimensión de lo que hacen, de la manera que lo hacen, al enemigo al que se enfrentan, ni el valor del bienestar que tiene el pueblo catalán como para someterse a un limbo político y jurídico de tal magnitud.
Hacen grandes proclamas, lo reconozco, excelentes tweets, lo reconozco, pero sólo con eso no se va a ninguna parte.
Creer que el Parlamento hará lo que le dé la gana es, como mínimo, ingenuo. ¿Cómo alguien puede creer que con la aprobación de las leyes que se votaron esta semana se va a ninguna parte? En el S.XIX quizás, en nuestra era de interdependencias no.
El respeto y admiración que se sentía por Cataluña, desgraciadamente, se ha perdido
El gran problema es que algunos de los principales comentaristas y políticos de este país han renunciado al sentido crítico para entregarse a la dulzura del «wishful thinking» para ser aplaudidos y admirados por sus seguidores. Todo por el aplauso, para el tweet de apoyo incondicional, para sentirse bien y auto-convencerse que se está en lo cierto
Muchos ciudadanos, de todas partes, han sentido respeto, admiración y responsabilidad respecto a las instituciones catalanas por lo que representaban, por su «savoir faire» o por su historia de muchos siglos. Desgraciadamente, con lo que se está haciendo estos días, este prestigio lo hemos perdido.