La pasión de Mas
Querría, pero sabe que no puede. Artur Mas ha tomado conciencia de lo que ha hecho en los últimos años. Sabe que se ha equivocado. Que no se puede caminar de forma tan acelerada, que no se puede reaccionar por emociones, y que en Cataluña el cambio del mapa político no está resultando positivo. Querría volver y ser de nuevo candidato a la Generalitat, pero entiende que sería una pirueta muy complicada. Sólo tiene una posibilidad: si es inhabilitado por la causa del 9N, tendría un gran apoyo popular, por una parte de la sociedad catalana que sigue creyendo en su liderazgo. Y hasta que no hubiera sentencia firme, Mas podría probar suerte. No es un mal escenario para los independentistas, ¿pero para hacer qué?
Mas comienza a pensar en la rectificación. Él o Junqueras, que lo tiene claro aunque le dé tantas y tantas vueltas para que nadie lo perciba, –la entrevista con Ana Pastor este domingo en La Sexta fue la prueba—sabe que la única salida para el soberanismo es la acumulación de fuerzas, y esperar un mejor momento. Y todavía no se ha dado esa situación en Cataluña, con la posibilidad de que, –al contrario—se produzca un paso atrás, o una congelación de ese apoyo por la independencia de Cataluña.
La pasión de Mas es larga. Le queda un trecho, hasta conocer la decisión del TSJC sobre el 9N. Lo ha pasado mal. Sus colaboradores más próximos admiten que no ha superado la decisión de la CUP de apartarlo del cargo, y que, aunque oficialmente no lo verbalizará, ha considerado que no fue la mejor opción, que debía haber luchado. Porque esa es la gran espina de Mas: que la agenda política, que el discurso político lo haya marcado la CUP de una forma definitiva. Esquerra Republicana lo lleva mejor, aunque está tan o más desesperada que el PDECat. Pero Mas y la dirección del PDECat no lo soportan. Se dirá que lo tienen merecido.
El caso es que han entendido que lo importante, más allá de esperar el momento para que exista una gran mayoría social a favor de la independencia, es que se pueda contar con un instrumento político de centro-derecha, de centro-liberal, que jugué sus bazas en la política catalana, que es lo que pide el movimiento Lliures, que puede convertirse en un nuevo partido político.
Y eso está en peligro, porque las opciones del PDECat son mínimas, porque el único valor ahora para los ex convergentes, –ha conseguido cierta complicidad social—es el presidente Carles Puigdemont, que ya ha anunciado que no quiere ser candidato. Y ante el reconocimiento interno de que no se podrá celebrar un referéndum, y que habrá elecciones al Parlament, el pánico crece por momentos. Por eso Mas lo pasa mal. ¿Sería él candidato para afrontar la rectificación, para recuperar la racionalidad en la política catalana, lo que significaría admitir la pérdida de tiempo desde la Diada de 2012?
Claro que eso sí tendría un sentido: buscar una nueva refundación del PDECat para, esta vez sí, –con el resultado que sea en las elecciones—ocupar el espacio que nunca debería haber abandonado, y defender el ‘modelo de país’ que una mayoría social ha apoyado durante muchos años. Todo eso lo valora ahora Mas, antes de decidir que, quizá, lo mejor sería viajar a Alaska, y olvidarlo todo.