La pandemia de la credulidad que nos invade
Se debe impulsar una política y terapia antiocultista y prociencia que reivindique el método científico y el conocimiento empírico
En 2008, Damian Thompson, sociólogo de la religión, publicó un ensayo titulado Counterknowledge: How We Surrendered to Conspiracy Theories, Quack Medicine, Bogus Science and Fake History que –para abreviar– fue traducido al castellano con el título de Los nuevos charlatanes.
El coronavirus ha propiciado la aparición de nuevas manifestaciones de “contraconocimiento” –ese es el término que usa el sociólogo británico– que hacen que el trabajo de Damian Thompson recobre actualidad.
Al autor le inquieta que haya quien cree que los atentados del 11-S en Nueva York, o el SIDA, son un producto de la CIA, o que la vacuna triple vírica cause autismo.
Y ahora debería inquietarnos que alguien sostenga que el coronavirus se previene o cura con soluciones de plata, jengibre, limón, orina infantil, orégano o el denominado MMS (Miracle Mineral Solution o Miracle Mineral Suplement) que contiene una disolución de clorito sódico en agua.
Señala Damian Thompson que esas creencias, ese contraconocimiento, forma parte de la “pandemia de la credulidad” que nos invade. ¿Que se trata de rarezas poco comunes? Más comunes de lo que parece.
Como comunes son otras rarezas –entre ellas: la autoayuda, la homeopatía, la baba de caracol, la revolución comunista, el golpe nacionalista o el integrismo ecofeminista como vía de acceso a la felicidad– que tienen buen cártel e igualmente forman parte de dicha pandemia.
Las creencias “no son ideas que tenemos, sino ideas que somos”
¿Veintiséis siglos de cultura clásica, más de cuatro siglos de revolución científica y más de dos siglos de Enciclopedia e Ilustración para llegar a eso? ¿El mito se impone al logos, la superstición a la ciencia y el contraconocimiento al conocimiento? Noten la paradoja: en una sociedad que presume de incrédula florece la credulidad más zafia.
Y el caso, como señala Damian Thompson, es que la pandemia de credulidad contiene “ideas que en su forma original y bruta florecieron únicamente en los arrabales de la sociedad” y que “hoy las consideran en serio incluso personas cultas del mundo occidental, y se dispersan con asombrosa velocidad por el mundo en vías de desarrollo”.
¿Qué ocurre aquí? ¿Por qué ocurre lo que ocurre? Por ejemplo: la hegemonía de la subjetividad sobre la objetividad tan característica del Yo moderno, la persistencia de una concepción mítica de la realidad que comulga con la idea de lo oculto, y la institucionalización y comercialización de un pensamiento low cost convenientemente empaquetado y distribuido que tiene un respuesta barata, rápida y fácil para todo.
Ocurre algo más: el individuo posee/es poseído por las creencias. Decía el maestro Ortega y Gasset que “las ideas se tienen; en las creencias se está” (Ideas y creencias, 1940). Esto es, contamos y vivimos con las creencias y, con frecuencia, no somos conscientes de ello. Por muy irracionales que sean.
Las creencias “no son ideas que tenemos, sino ideas que somos”. Y “con las creencias propiamente no ‘hacemos’ nada, sino que simplemente ‘estamos’ en ellas”. De ahí la credulidad.
Decía Ortega y Gasset que “el hombre, en el fondo, es crédulo o, lo que es igual, el estrato más profundo de nuestra vida, el que sostiene y porta todos los demás, está formado por creencias. Estas son, pues, la tierra firme sobre que nos afanamos”. Para bien y para mal.
Hay que desenmascarar a charlatanes, impostores y embaucadores pseudocientíficos
Llegados a este punto, ¿qué podemos hacer? Poca cosa. A fin de cuentas el ser humano es como es. Lo decía antes: siglos de cultura clásica, ciencia, Enciclopedia e Ilustración para llegar a eso. Los hombres son obtusos, sentenció Heráclito.
En cualquier caso, algo sí puede hacerse: impulsar una política y terapia antiocultista y prociencia que reivindique el método científico y el conocimiento empírico –esto es, la verificabilidad o refutabilidad propias de la ciencia– al tiempo que desenmascarar a charlatanes, impostores y embaucadores pseudocientíficos.
Objetivo: socavar la credibilidad de las especulaciones más extravagantes o insubstanciales. Un “ataque de guerrilla”, llega a decir Damian Thompson.
Un “ataque” que interpele al individuo crédulo que hace oídos sordos a las conjeturas y refutaciones, a la lógica de la investigación científica, a la búsqueda sin término y al conocimiento objetivo. ¿Para qué? Para impugnar el inquietante contraconocimiento o pseudoconocimiento que nos convierte en unos analfabetos científicos orgullosos de serlo.
Se trata, a fin de cuentas –realismo obliga–, de convertir el contraconocimiento y la pandemia de la credulidad que nos invade en una epidemia crónica, pero controlable.